Es un proceso de transformación, pero no es una transformación total. Se trata de volver a la fuente. Es un proceso donde uno se anima a ser uno mismo, pero por primera vez. Un proceso donde uno se despoja de lo que no le pertenece, o de lo que ya no quiere que le pertenezca. Es un proceso que purifica, que sana y que, a su vez, está colmado de situaciones que uno jamás pensó atravesar…
“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay, Dios.”
Vayamos un poco más atrás. ¿Qué pasó contigo, Penélope Baldwin Cavagnola? ¿Cómo fue que te transformaste? ¿Cómo fue que volviste a la fuente?
No es fácil ser una mujer divorciada, aún a principios del siglo veintiuno. Bah, creo que con más razón es difícil afrontarlo en el incipiente siglo veintiuno, donde los valores se encuentran trastocados y el viva la pepa de muchos genera resquemor en los otros.
El tema de los mandatos no se restringe solo a las mujeres, no. Los mandatos y su cumplimiento cunden por doquier. Si no, ¿cómo se explica que la gente se vuelve distinta ante una flamante divorciada? Sí. Es tan real como absurdo. Sus miradas cambian. Se tejen fantasías nuevas acerca de una recién divorciada. Para algunos, “volviste al mercado”; para otros, te volviste un objeto de deseo; y para otros, te volviste una loba, una cazadora de hombres. Cualquier hombre.
Solo una sabe que sigue siendo, en esencia, la misma de la semana pasada, capaz de exactamente las mismas cosas, con los mismos valores de siempre. Es cierto que una se hace más fuerte y desea vivencias nuevas, pero ninguna de esas vivencias iría en contra del más íntimo ser. Es más, el divorcio me resultó un fructífero camino de reflexión e inmensa introspección.
De cualquier manera, una no se la pasa asegurándole a los demás que no tienen nada de qué temer… Una sencillamente intenta vivir y avanzar en la vida como puede y con lo que tiene: con las migajas que te han quedado de tu otra vida y con los viejos trastos de lo que fuiste olvidando y dejando atrás en pos de adaptarte a quien tenías al lado. Es como cuando entrás a tu altillo y encontrás esas cosas que de repente volvés a mirar, a agarrar, a acariciar, a oler y que elegís volver a colocar en la vitrina principal de tu casa. Pero también comenzás a ahondar y a descubrir ese potencial dormido, esas virtudes latentes que jamás te atreviste a destapar.
Sí, es inevitable que la gente cambie ante una flamante divorciada. Pensándolo bien, una ya no es del todo la misma después de una separación.
Hay amigas que se vuelven locamente celosas de vos. Se creen que una entra en el fascinante mundo de la libertad y el libertinaje y quieren, de pronto, estar en tu idealizado lugar. En la profundidad de su alma, detestan a sus maridos y a sus eternas rutinas y desean habitar tu ser.
Otras se vuelven miedosas. Se creen que vos les vas a envidiar sus matrimonios “perfectos” o que vas a querer encamarte con sus maridos así porque sí, por el solo hecho de que ellos son hombres y que vos estás sola.
Otras te reclaman día y noche. Te reclaman atención, te reclaman actitudes, te reclaman que cambies, te reclaman que no cambies, te reclaman algo, siempre, algo.
Y también las hay de las que no soportan que un día vuelva a caer la taba a tu favor y que comiences a rehacer tu vida… ¡No! ¡No lo toleran! ¡Te quieren ahí, para ellas! Quieren tener a ese alguien a quien le va peor. No te quieren bien, te quieren para tapar sus frustraciones y para nutrir sus fantasías con tus historias truncadas. Les encanta escuchar tu última pelea con tu ex, saber de ese pescado que te quieren presentar y que vos no querés, les encanta escuchar lo amarga que se torna la vida cuando se desmorona una familia… Se entretienen con vos porque siempre tienen un nuevo cuento para chismearles a otras en sus horas de aburrimiento… Siempre te quieren ahí: divorciada, conflictuada, sola.
Hasta los maridos de tus amigas te miran distinto. ¿Qué se imaginan? ¿Que pueden caer a tomar un café en tu casa porque ya no hay moros en la costa y tirarse una cañita al aire con la “pobre y muerta de hambre” de la amiga de su mujer? ¡Qué desfachatados! No pueden sacar sus tentaciones recurrentes de sus pensamientos.
Tus amigos varones se creen que, finalmente, esta es la suya, que ya estás otra vez en el ruedo y que esta vez sí les va a tocar a ellos. ¡Hasta tu ex marido piensa lo excitante que sería engañar a su actual con su ex!
¿Y en el trabajo? Y… en el trabajo, peorrr…
Después de tanto mambo colectivo, segurísimo que me voy de monja, pensaba…
Cuando se desata la crisis, los verdaderos amigos son aquellos que perduran y se quedan en tu vida, pase lo que pase. Ellos están y estarán, y serán dignos de tu amor por siempre jamás. En mi caso, aparte de Justo y Carmela, están Laura y Armand. Dos seres de fierro. Dos de mis humanos favoritos.
Cuando se desata la crisis, hay nuevas almas que se acercan, que te ven en tu transparencia, a las que les gustás por lo que sos y que comienzan a formar parte de tu vida y tenés la certeza de que llegaron para quedarse, y que nunca te dejarán.
Y hay otros a quienes sí irás dejando por el camino de la vida. Estuvieron, te acompañaron, los acompañaste y luego los abandonaste o te abandonaron… Nunca dejaré de apreciarlos, pero, en las bifurcaciones de la vida, hay rumbos que ya no convergen. Y está bien que así sea.
Me acuerdo de Dani, uno de mis alumnos particulares de las empresas en las que yo daba inglés, aprovechando los saberes de mi linaje. Ay, las empresas… ¡Qué mundillos! Allí, en una empresa, se voló mi ex. Allí se mezclan las almas descarriadas. Allí se sacude el cubilete y se vuelven a tirar los dados una y otra vez.
Dani… pobre Dani. Huérfano de madre. Necesitado de afecto maternal. Estaba felizmente casado. Hacía ya un par de años que le daba clases en su oficina. Siempre me hablaba de su adorada Andy, su mujer. Y yo le contaba de mí, de que soy hogareña, de las pastas que me enseñó a amasar mi mamá, de los postres ingleses que vienen de generaciones en mi familia y que yo le preparaba a mi maridito…
Fui madre en el ínterin y también se transformó en tema de conversación. Es que las clases de inglés a veces se convierten en gabinetes de psicología barata que amainan un poco la soledad del que está de ocho a nueve horas encerrado en un cubículo, con extraños que ni les interesa conocer, pero con quienes debe interactuar como si fueran todo lo que tienen.
Con Dani, cuando me divorcié, todo fue distinto. Empezó a mirarme de otra forma, a hablarme en un tono desconocido por mí. Empezó a mirarme con deseo. Yo, para variar, no me daba cuenta por qué. Me gustaba ir a esas clases porque me sentía importante, tenía un rato de desahogo, por una vez en la vida, a mi favor.
Un día, me quiso contar un sueño. Un sueño que había tenido conmigo. La paparula, o sea yo, le dijo:
—Dani, as long as you say it in English you may tell me whatever you want.
Hete aquí que sus fantasías oníricas estaban ampliamente fuera de lugar, aunque debo admitir que fueron expresadas en un excelente inglés.
Cuando al fin comprendí lo que estaba intentando proponerme, me tomó de la mano con la intensión de tranquilizarme y, con inmensa ternura y ojitos de perro abandonado me dijo:
—Yo no te quiero solo para las horas que compartimos aquí. Ya no me bastan. Yo quiero verte en la intimidad, quiero que me cocines, que me hagas el desayuno desnuda, luego de hacer el amor, quiero que me mimes y que me cuides y también quiero que seas mi mamá.
«What???, me tengo que ir de acá YA», pensé.
¡Qué momento! ¡Qué situación! Juro que lo comprendo, que lo abrazo con mi alma. No lo juzgo. ¿Cómo lo voy a juzgar? Pero nada de eso pude darte, Dani. Nada.
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