María Cecilia Zunino - Penélope - El día que me casé, otra vez

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Penélope: El día que me casé, otra vez: краткое содержание, описание и аннотация

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Penélope Baldwin Cavagnola, argentina, mezcla de tana y señorita inglesa, protagoniza esta historia de humor, amor, inocencia y rebeldía. Separada y con una hija, decide comenzar una búsqueda de sí misma y del hombre ideal. Para conseguirlo crea una lista con todo lo que debería tener, pero el tiempo le demostrará que no es necesario tildar todas las casillas. Tironeada por las costumbres, los mandatos y sus propios deseos, se irá despertando a una nueva realidad en una novela fresca y divertida, con situaciones absurdas, reveses y giros inesperados, como la vida misma, donde un detalle puede ser crucial para abrir los ojos a una verdad que siempre fue evidente para los demás.

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Durante el día hacía calor y más calor. Lo único indivisible era el aire elevándose de la tierra en ondas resecas y los pájaros sedientos con el pico abierto pidiendo una gota que los salpicara. Como era lógico, todos nos congregábamos en la pileta, y vos, con tu cuerpo esbelto, ese bronceado que realzaba el verde de tus ojos, y ese traje de baño que me resultó tan sugestivo. Me atreví a mirarte un poco, de reojo. ¿Cómo puede ser? La mojigata parecía descubrir al sexo opuesto por primera vez. ¡Cuánta represión! Inaudito y ridículo. Habría de caer en la cuenta, tras tomar coraje y animarme a observar, grandulona yo, que no todos los hombres vienen del mismo tamaño…

Wow! Tachamos otro punto más de la lista. ¡A veces sí podemos tenerlo todo!

¡Cómo te reíste cuando te lo confesé! Con mucha paciencia e infinita ternura, fuiste enseñándomelo todo…

Estaba tan empeñada a seguir el librito de mandatos, que jamás me permití a mirar a mi alrededor con honesta claridad.

Capítulo 5

Tus manos. A pesar de tu atractivo que pude admirar en la pileta, en realidad, lo primero que miré con sumo interés fueron tus manos.

En ese viaje, pude ver algo de lo que eran capaces. En el futuro las vería desplegar todas sus virtudes y bondades.

Esas manos grandes, fuertes, no parecían ser las manos de un niño bien de Barrio Norte. No, señor. Esas manos eran capaces de todo y de mucho. Esas manos lucían sabias y experimentadas. Ansiaba descubrir si eran ásperas o suaves, a pesar de su aspecto. Deseaba superponerlas con las mías y comparar su tamaño, color y textura. Deseaba descubrir quién era el dueño de esas manos que me seducían sin razón aparente.

En principio, me llevaron a tachar un par de ítems más de mi listita…

La segunda noche de estadía en el campo nos daría ciertas pistas de quiénes éramos los dos. Primero: ¡Sabías cortar cebolla! Segundo: Yo me adelantaba a lo que vos esperabas. Intuitivamente. Espontáneamente. Eso llamó de nuevo tu atención.

Tus manos, fuertes y varoniles, habrían de hacer maravillas en mí. Armarían fuegos en ardientes chimeneas; cocinarían boccatos di cardinalle solo para mi boca; rozarían mi cuerpo con fricción ardiente como el fuego de aquellas chimeneas; llenarían mi cabello de caricias como de ángeles del mismísimo cielo, y también el cabello de mi hija, de mis hijos… de tus hijos… de nuestros hijos.

Durante esa noche en el campo, tus manos mostraron seguridad y sabiduría: sujetaron con firmeza tabla, carne y cuchillo, y encararon un corte de cebollas delicioso. Una tras otra.

Quedé absorta. Jamás de los jamases hubiese imaginado que podría enamorarme de una mano sosteniendo un cuchillo y rebanando un vegetal. Enorme gracia. Enorme firmeza. Enorme deseo el mío. Es que los gestos y el lenguaje corporal lo dicen todo, si es que uno se atreve por fin a mirar más allá.

Luciano y Justo se quedaron preparando tacos para la cena. Mela y yo nos fuimos cuchicheando al pueblo en busca de una señal telefónica y de víveres varios. Traje un par de cervezas rubias para maridar con los tacos. Esas que no me pediste, pero que deseabas beber. Cumplí con tu deseo callado. Otra vez llamé tu atención. Vos también me estabas observando.

Ni bien llegué de aquel caluroso viajecito al campo, mandé a imprimir algunas fotos. Cuando se las mostré a mamá, brujita como siempre, de inmediato pegó un salto y te señaló.

—¿¿Quién es el de la foto??

—Es Luciano, el padrino de Renata.

—¿Es italiano, nena?

—Sí —respondí—, la familia es piamontesa…

—¡Del Norte! ¡Qué bien, nena! ¿Es soltero? —insistió.

—Sí —respondí.

—¿Tiene hijos?

—No.

—Ah, este me gusta, creo que me puedo morir en paz, nena.

—¡Ay, mamá! Nada que verrrr… además, es de River.

Silencio.

One hundred and twenty-four out of one hundred and twenty-five, no está nada mal… en realidad, no se puede tener todo en la vida, pensé…

—¿Y por qué es soltero? —irrumpió.

Silencio.

En el momento no puede contestar. El tiempo me regaló la respuesta: porque me estabas esperando a mí, Luciano Filiberti.

«Te soñé», me dijiste un atardecer inolvidable, tiempo después; no sabías que yo existía, dijiste…

Sos mi sueño hecho realidad, Luciano… qué bueno que existas…

Capítulo 6

Cuando estábamos casados, Banderas trabajaba veinticuatro horas al día con el lápiz en la oreja como buen gallego; y, cuando no trabajaba, pensaba en cómo sería si estuviera trabajando. ¡Ayyy! ¡No entendía el concepto de la Dolce Vitta!

Para mí, el trabajo era un accesorio y procuraba hacer de él lo más placentero posible, no sé… que ocupara la menor cantidad de horas o esfuerzo necesarios. ¿Cómo amalgamar semejante brecha conceptual?

Yo miraba un pino y admiraba su fresca fragancia, su siempre verde elegancia, su gracia elástica alardeando contra el poderoso viento costero, su susurro de puntiagudas pinochas… Él veía, en cambio, cómo explotar la zona, a quién venderle el pino, cuánto dinero sacaría y en qué invertir lo ganado…

Agotador. Agotador para los dos. Poesía y ambición. Insisto. No lo culpo. La hueca, en cambio, ya era dueña del pino y soñaba con conquistar el pinar entero, y eso lo fascinó.

¿Y yo? Yo dormía en poesía…

De cuando en cuando ojeo mis diarios íntimos (sí, mi infancia transcurrió en los años ochenta, ¿y qué?) Los tengo todos guardados, ya que me obsesiona la escritura. No lo puedo evitar.

Esta vez doy vuelta las páginas y encuentro esto… escribir y aprender, escribir y digerir.

La traición

La traición se te clava en las entrañas, en el corazón, cala bien hondo, y se te queda ahí, clavada, encallada, apretando como un puño.

El tiempo la transforma en un pellizco molesto y desagradable, y no se va, se queda ahí.

No es causal de muerte, pero cuesta que desaparezca. Queda una escara, una marca, el recuerdo de un dolor amargo. El recuerdo. Una mancha negra en la línea blanca y grisácea de la vida. Un agujero, un vacío, un fuerte dolor en el pecho. Eso es la traición.

Los daños colaterales consisten en la pérdida de la confianza en el otro, el actuar a la defensiva, el sentir una constante, permanente y persistente sospecha. La eterna incógnita. Ese tremendo gancho y punto que rasgan y atraviesan los tejidos internos. Aquellos tejidos antes sanos y rosaditos de amor. Esos que te cuidaban, amaban y confiaban.

Cuando conocí tu capacidad contemplativa, Luciano, me sentí en el paraíso. Veíamos el mismo costado de la vida. La vida dulce, por más que no lo fuera. La Dolce Vitta. Ese dulce que no engorda ni empalaga, sino que te alimenta.

Los gustos hay que dárselos en vida. Hay ciertos conceptos que confirmás y reconfirmás cuando te acercás a los filosos acantilados de la existencia, de los que podés verte cayendo hacia el inmenso vacío en cualquier momento. Es ahí, en ese borde sin manija, con ese vértigo en el estómago, donde tomás conciencia del valor de tu vida.

Y la tuya no había sido sencilla últimamente. Yo no lo sabía, pero se te notó en tus sabios conceptos.

Te vi y te quise en esa Dolce Vitta mía de mis sueños. La Dolce Vitta de mi lista.

Capítulo 7

La pregunta es: ¿Cómo se llega a una tranquera con una hija pequeña, habiendo dejado tanto atrás? ¿Cómo es que llegás a un campo con una listita de ciento veinticinco ítems?

¿Cómo llegás a valorar un par de manos que cortan cebolla? Los otros atributos son fáciles de apreciar, desde ya, pero ¿cómo es que llegás a entender que la vida es mucho más que un tipo que se parece a Banderas y un mandato ancestral de un casamiento único y duradero cueste lo que cueste?

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