Este caso me lleva a interrogarme acerca de si un rasgo patológico de carácter podría gestarse además de la conflictiva pregenital y edípica, por otras situaciones que hacen que el yo se sienta desamparado y se atrinchere defensivamente. En esos casos, podrían presentarse situaciones traumáticas en la historia del individuo que el yo no pudiese elaborar, como dije anteriormente. Se pondrían en marcha mecanismos defensivos patológicos que alterarían el carácter, no sólo la desmentida secundaria a una represión, sino que en algunos casos emergerían mecanismos patológicos más severos, de la gama de la desmentida y la desestimación del afecto.
Por ello también expongo en capítulos posteriores otros casos clínicos, en que los duelos sin elaboración ponen en marcha mecanismos defensivos que rigidifican el carácter. En el predominio de rasgos patológicos y cuando las defensas patológicas se debilitan o fracasan, sobrevendría como un último recurso el trastorno psicosomático, generando lo tóxico que obstaculiza la representación psíquica.
Por lo tanto, para un ordenamiento de los contenidos de este capítulo, trazaré un esquema general: comienzo con el apartado “El desempeño del yo en el carácter”, aludiendo al yo real definitivo como aquel que en nombre de la realidad puede oponerse a la pulsión y da lugar a que se produzcan las identificaciones constituyentes del superyó derivadas de la renuncia a las investiduras objetales que van a contribuir a la formación del carácter.
Al citar a Freud en el apartado “Trauma y carácter”, detallo cómo la fijación del trauma podrá formar parte del carácter definitivo, y cómo los efectos del trauma son de índole doble, positivos y negativos. El efecto positivo devolvería al trauma su vigencia, vivenciando de nuevo una repetición de la vivencia, esto equivaldría a la fijación al trauma como compulsión de repetición. En los efectos negativos no se recuerda ni se repite nada de los traumas olvidados, siendo reacciones de defensa en el modo de evitaciones o inhibiciones.
A continuación, me referiré a diferentes mecanismos que aportan al yo la formación del carácter. Me detengo en el proceso de “la represión”, y en el concepto de formación sustitutiva como el fracaso del proceso represivo y por lo tanto relevante en la clínica. Del mismo modo, el retorno de lo reprimido podría expresar un síntoma del que el yo se enajena, o en otros casos contribuye a ser parte del yo, como un síntoma egosintónico y así participar del carácter o mejor dicho de un trastorno de carácter.
La regresión libidinal llega a diversos puntos de fijación a través del retorno de lo reprimido sintomático, al satisfacer un impulso parcial pregenital. Pero también la regresión libidinal a diversos puntos de fijación puede tener otro destino al constituir rasgos de carácter con la coloratura de las diferentes etapas libidinales, ya que uno de los destinos para la formación de rasgo de carácter es la continuación directa de la pulsión. En estos casos el yo se altera y el rasgo de carácter evade la represión.
En el apartado “Retorno de lo reprimido y rasgo de carácter”, reflexiono acerca de cómo la contrainvestidura opera como defensa contra lo pulsional reprimido. Ejemplifico con la neurosis obsesiva en la cual la alteración reactiva del yo opera con una formación reactiva que altera el carácter, trastrocando en lo opuesto lo pulsional reprimido.
En el trabajo sobre la histeria, Freud afirma que si bien es difícil pesquisar la contrainvestidura, existe y habría cierto grado de alteración del yo por formación reactiva y en muchas circunstancias se presenta como el síntoma principal del cuadro (“Inhibición, síntoma y angustia”, 1925-1926). El odio hacia una persona amada es reemplazado por una gran ternura. Sin embargo, a diferencia de la neurosis obsesiva, en la histeria no se muestra la naturaleza general de rasgos de carácter, sino que se limita a relaciones muy especiales. En el siguiente punto, “Formación reactiva y rasgo de carácter”, me refiero a la formación reactiva como proceso normal de defensa, erigida en el período de latencia, que da lugar a rasgos de carácter que en cada individuo tomarían un matiz diferente, según haya sido su trayectoria pulsional. La formación reactiva mantiene silenciosa la pulsión, rindiendo un producto en el yo, del cual el yo está orgulloso frente al superyó por poder mantener silenciosa la pulsión. Sin embargo, cuesta mantener un rasgo de carácter, el que deviene de la formación reactiva.
La pulsión busca la satisfacción directa, y también puede dar lugar a un rasgo de carácter que deriva de una continuación directa de la pulsión como alteración duradera en el yo.
En el apartado “Formación sustitutiva y carácter”, resalto la formación sustitutiva como una satisfacción pulsional interceptada, debido al proceso represivo agrietado. Responden entonces a un doble origen, serían derivadas de los procesos defensivos, de la creciente complejización psíquica con la ligadura preconsciente mediante la palabra y la necesidad de procesar lo traumático.
Todo síntoma es una formación sustitutiva, pero no toda formación sustitutiva se constituye en un síntoma. Por la formación reactiva se neutraliza el retorno de lo reprimido. Altera al yo, constituyendo rasgos de carácter más o menos integrados en la personalidad; pero en la observación clínica, las formaciones reactivas pueden adquirir el valor de síntomas, por lo que representan de rígido, de compulsivo o por la evidencia de fracasos accidentales, que evidenciarían la irrupción de la pulsión, y permitirían atribuir a esos rasgos de personalidad un valor sintomático.
En “Identificación en el carácter” destaco la importancia de las identificaciones secundarias que van a integrar la formación del carácter, teniendo como base las primeras identificaciones constituyentes del yo.
Las identificaciones secundarias conforman el superyó imponiendo al yo modos de conducta que determinarán su carácter, formando rasgos a partir de los ideales comandados por el superyó en su calidad de ideal del yo.
También me interrogo acerca de algunos rasgos de carácter más tempranos en niños de corta edad, que representan conflictos para los demás y que serían anteriores a la constitución del superyó. Por lo tanto, habría rasgos de carácter patológicos que aparecerían más tempranamente y que serían anteriores a la constitución del superyó, que no estarían ligados al desarrollo del yo real definitivo sino al yo placer purificado o en el momento de transición entre este último y el comienzo del yo real definitivo.
Finalmente en los dos últimos puntos de este capítulo me detengo en “La sublimación y el carácter” y “La creatividad y el carácter”.
La conformación del carácter podría tener otros atributos además de las formaciones reactivas y posibilitar otros tipos de defensas del yo frente a la pulsión. La sublimación sería uno de estos destinos defensivos para lograr ciertos requerimientos del ideal del yo, y así conformar rasgos de carácter.
Este proceso corresponde a la libido de objeto y habría un cambio de meta alejado de lo sexual. Es un proceso especial cuyo estímulo puede provenir del ideal pero la ejecución será independiente de tal exigencia. La presencia de la sublimación en la conformación del ideal dependerá de las características propias de cada individuo. Por lo tanto, el carácter podrá devenir con diferentes matices en la medida en que predomine la sublimación o las formaciones reactivas. La sublimación satisface la pulsión, proponiéndole otro fin. Ejemplifico acerca de la capacidad sublimatoria de Leonardo da Vinci. En “La creatividad y el carácter” me refiero a un aspecto de la sublimación, que aporta también una especial tramitación funcional a modalidades del carácter.
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