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A Isabel, por su bondad natural y su apoyo.
PRÓLOGO PARA LA OBRA LOS MOSAICOS OCULTOS
DE RAFAEL TRUJILLO NAVAS
Rafael Trujillo Navas comienza su andadura literaria en Sevilla, con la fundación junto a otros poetas del Grupo Poético Barro. Con el tiempo sus preferencias expresivas le llevaron específicamente a la narrativa y a lo largo de los últimos años ha sido premiado en múltiples ocasiones.
Con la novela Los mosaicos ocultos se afianza su vocación narrativa, que se expresa partiendo de su trayectoria literaria, en la que ya se puede apreciar su madurez para abordar narraciones de alcance y en la que las cualidades ya mostradas en su obra anterior: elaboración minuciosa de los personajes, penetración psicológica y fuerza e intensidad de los temas en las que tales cualidades se vierten y muestran en situaciones conflictivas y al límite. En esta novela se desarrollan con mayor extensión e intercambio las relaciones que se abren entre los distintos personajes.
La Poesía es una forma superior del conocimiento, dijo Vicente Aleixandre, al ser requerido sobre qué era para él la Poesía y esta dimensión desde luego es aplicable a la Literatura (buena Literatura) en general. Esta concepción se pone de manifiesto en la obra de Rafael Trujillo y de manera particular en Los mosaicos ocultos. La propia composición de esta novela muestra dicha visión en el autor, muy expresa en la formación, pero sobre todo en la transformación de la realidad.
A través de la impulsión de los recuerdos del personaje principal, la narración va recorriendo toda su trayectoria de vida y este va siendo consciente del desgaste que esa trayectoria va operando en su persona, fruto de sus contradicciones que como una inevitable y necesaria fatalidad le imponen las circunstancias y relaciones en las que se ve envuelto voluntaria e involuntariamente.
La sustancia objetiva de esta novela es ya de una fuerza evocativa indudable. Nos movemos en una acción que se desenvuelve en buena parte en la excavación de una villa romana, en el ámbito geográfico de Turquía, que en los términos subjetivos de la novela es una exhumación del pasado y en la que se cruzan, por una parte, la vocación por la Arqueología desde una sincera búsqueda en la historia de la expresión de la belleza y perfección de las civilizaciones antiguas, y, como estímulo y lección viva. En ello juega un papel el valor artístico y cultura del hallazgo y la conexión emocional con la narración de pasión, dominación violencia y venganza, contenida en el mosaico exhumado. Entra a formar parte de la novela la perversión de esa Arqueología en un mundo en el que nada de lo anterior: historia, arte y cultura, parece tener sentido si no va por delante el beneficio personal que ello pueda representar. En este bando se concitan muchos personajes e intereses. Los que se han convertido en profesionales a raíz del mundo de la cultura y de la ciencia y que acaban por olvidarse de estas para entregarse a sus fines egoístas. El mismo afán, corrupción y negocio de coleccionistas, marchantes y peritos venales, así como agentes oficiales, que ejercen como alcabala de paso, ya sean gobiernos o autoridades de facto; guerrilleros o terroristas.
En suma, forma parte del objeto de la novela el sometimiento final a la codicia y la inmoralidad, que como un contagio disperso y difuso invade a los personajes y su comportamiento —«el cinismo se aprende», dice uno de los personajes—, insensibles ante la violencia y muerte que puede aparejar. Todo a su vez en un escenario en que las guerrillas del Kurdistán y el Estado Islámico se hallan presentes.
Esta muy sucinta referencia del núcleo argumental de la novela es solamente y grosso modo una idea del escenario en que se desarrolla la verdadera trama social y psicológica que abarca a distintos personajes y que se presentan como actores de aquella. Personajes que se hacen presentes en una muy elaborada sucesión de escenas a modo de actos de una obra dramática y que discurren en momentos del pasado y presente.
Siendo conocida por sus narraciones la capacidad de Rafael Trujillo en la creación de un ambiente propicio a la introspección en los «entresijos del alma de los personajes», en Los mosaicos ocultos y favorecido por la dimensión de la obra, esta característica se hace más intensa y se hace más evidente. Se hace intervenir como parte activa de esa introspección al propio ambiente e incluso a los objetos y sensaciones asociadas, todo ello con una expresión literaria con alguna pincelada lírica, tales como: «…el desamparo que descendía por las paredes en busca de la silenciosa penumbra» o interactuando con ellos: «...se abismó en las vidrieras del pabellón. Se imaginó habitar dentro de ella, ser una figura en aquella fronda de cristal»; o fantaseando con la visión del mar ante un paisaje urbano y que surge de su estado de ánimo: «un mar proceloso teñido de hojas del color de la herrumbre y amarillos tostados».
Todo se mueve en Los mosaicos ocultos animado por la creación literaria, que supone por otra parte el ingreso en un mundo paralelo. Una realidad aparte donde Rafael Trujillo se introduce en busca de la autenticidad, la que subyace en la propia ficción de un mundo en el que se permite hallar ese acceso superior y privilegiado al conocimiento de la verdad, que él defiende.
Se diría que la verdad en el sentido de autenticidad o develación se hace patente en la ficción literaria. Algo alegórico de esta contradicción intrínseca de la creación literaria se deja ver de forma inversa en la realidad prosaica de la novela cuando uno de los personajes, característico de esa condición, dice: «El arte de mentir radica en el tono con el que se cuenta la verdad».
Esta capacidad de introspección, apoyada fundamentalmente en el uso del monólogo y observación interior, viene muy bien nutrida y acompañada por el despliegue de abundantes y excelentes recursos descriptivos y narrativos tanto de las actitudes y reacciones de los personajes como del paisaje, de ambiente rural o urbano. También de las actitudes, pensamientos y relaciones de los personajes y, en particular, de las relaciones sexuales, o más bien eróticas, en las que el lenguaje surge con naturalidad, desnudo de culpa, artificios y del peso de clichés culturales. El autor logra integrar la expresión instintiva de lo erótico con el sentimiento. A este efecto cabe indicar que la obra está atravesada en toda su extensión por una historia de amor sostenida y definitiva, forjada como parte indisoluble de afectos primigenios, generadores de una inevitable e intensa conexión.
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