Rafael E. López-Corvo
LA TRAUMÁTICA DESOLACIÓN DE LOS NIÑOS
Primera edición
Para mis hijos:
Alexander, Vanessa y Joanna
Y para mis nietos:
Ashley, Adrian, Evan e Isabel
Mi más profundo agradecimiento para mi esposa,
Anamilagros López-Corvo,
por su incondicional ayuda en la traducción de este libro,
así como para Norma Cerrudo,
mi editora en Ediciones Biebel,
por su gentil y afectuosa disposición.
La pregunta no es tanto si hay vida después de la muerte, sino más bien si hay vida antes de la muerte.
Osho
Cada recién llegado a este planeta se enfrenta a la tarea de lidiar con el complejo de Edipo.
Sigmund Freud (1905)
¿Qué progreso, preguntas, he hecho? He comenzado a ser un amigo para mí mismo. Eso fue de hecho un gran beneficio; una persona así, nunca puede estar sola. Puedes estar seguro que un hombre así es amigo de toda la humanidad.
Séneca, Cartas de un estoico
¡Cuando los padres entiendan el universo donde habitan los niños, el mundo cambiará!
López-Corvo
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Será absolutamente imposible investigar la psicopatología en adultos sin tener en cuenta el raciocinio de los niños; no porque, como muchos han expresado, el psicoanálisis solo está interesado en el pasado, sino porque, como Bion dijo una vez, “estamos simplemente interesados en el pasado que siempre se repite en el presente.” El sentimiento de soledad que un niño alguna vez haya experimentado, siempre se hará eco en la vida emocional de éste como adulto. El escritor mexicano ganador del Premio Nobel, Octavio Paz (1997), en su libro El laberinto de la soledad se refiere en prosa sensible y hermosa, a los recuerdos sobre su propia soledad infantil; reminiscencias que quizás podrían considerarse como una expresión de su propio trauma pre-conceptual. Él escribió lo siguiente:
[...] hay un ir y venir de personas que pasan al lado del paquete sin detenerse. El paquete llora. Por siglos llora y nadie lo escucha. Él es el único que escucha su grito. Se ha extraviado en un mundo, que es al mismo tiempo familiar y remoto, íntimo e indiferente[...]
Y más adelante
[...] Instante sin fin: escucharse llorar en medio de la sordera universal [...] el sentimiento nunca se ha borrado, nunca lo será. No es una herida, es un agujero. Cuando pienso en mí mismo, lo toco: cuando lo siento, lo vivencio. Siempre extraño, aunque igualmente presente, nunca me abandona, presencia sin cuerpo, mudo, invisible, testigo perpetuo de mi vida. No me habla, sin embargo, a veces escucho lo que su silencio me dice: [...] descubriste tu ausencia, tu agujero: te descubriste a ti mismo. Tú ya lo sabes: eres ausencia y búsqueda. [p. 5]
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Le he dado una importancia trascendental a la presencia de lo que he denominado el “trauma pre-conceptual”; el trauma que ocurre muy temprano en la vida, en todos los seres humanos, el cual describiré en detalle, en el Capítulo I. Hay una pregunta a considerar: ¿por qué es posible estimar la vida útil de cualquier animal, pero es bastante difícil evaluar la esperanza de vida de un ser humano? Creo que la diferencia depende del hecho de que los animales, su comportamiento y forma de vida, están estructuralmente determinados por guiones biológicos rígidos que llamamos instintos. Hay poco espacio para las improvisaciones y su comportamiento siempre seguirá los patrones específicos determinados por sus impulsos. Los humanos, por otro lado, al ser dados por la Naturaleza con consciencia y conocimiento de nosotros mismos, tenemos la capacidad de regular nuestra vida por cuenta propia, elevándonos por encima de nuestros genes y modificando nuestros hábitos; una libertad que conduce a una arrogancia narcisista y a un posible distanciamiento de los caminos regulares de la naturaleza, lo cual resulta a menudo en demandas injustas y crueles hechas por los padres a sus hijos. Mientras que los animales, al ser naturaleza pura, carecen de la capacidad de descarrilarse de sus caminos y comportamientos siempre serán predecibles y fieles a la dirección de sus genes e impulsos. En palabras simples, si la vida de un animal es filogenética, la humanidad es ontogenética. Los humanos están seriamente influenciados por traumas pre-conceptuales resultantes de la imprevisibilidad de los padres, algo que no existe en los animales. Estos traumas suelen replicarse mediante un mecanismo que Freud designó como la “compulsión de repetición”, que estructura lo que he llamado el “estado traumatizado”, el cual suele hacerse cargo del “estado no-traumatizado” y dirigir la mente del adulto. Al controlar la mente, el estado traumatizado introducirá inconscientemente lógicas basadas en el razonamiento del niño, lo que obviamente humillará, interferirá y perturbará el juicio lógico del adulto. Tal interferencia determina la forma como pensamos y actuamos, induciendo estados de confusión, ansiedad, depresión, etcétera, regulando no solamente nuestra forma de vida cotidiana, sino además con frecuencia, la duración de nuestra vida. El incremento de la esperanza de vida en humanos se ha incrementado mucho, en comparación con el pasado, gracias a mejores métodos terapéuticos, nuevos medicamentos y más sofisticados procedimientos de curación. También es posible que, a medida que la comprensión de los padres sobre la crianza de sus hijos se incremente, gracias a un mejor conocimiento de la psicología infantil, a medida que disminuya la impaciencia, la crueldad, la injusticia, el irrespeto y las estrictas demandas de los padres hacia sus pequeños hijos, también se irá mejorando la sensación de aislamiento y soledad de los niños.
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El trabajo de René Spitz (1945) sobre deprivación primaria en niños pequeños, así como los estudios de Harlow (1958) sobre monos y la investigación de Bowlby 1(1980, 1988) sobre separación, evidenciaron la importancia de la presencia de una “madre amorosa” en los primeros años del desarrollo del niño, no solo para su salud mental, sino además para la supervivencia del menor. Aunque estos estudios han provocado cambios significativos en las programaciones que ahora se usan en hogares de acogida y hospitalización de niños, aún persiste una gran ignorancia sobre la psicología infantil, la forma como los niños piensan y se comportan, su mundo mágico oculto y único que Saint-Exupéry intuitivamente percibió y etiquetó en El Principito . Sobre la relación de estos aspectos sutiles, presentes en la interacción diaria entre niños y padres, de lo que trata este libro.
La soledad en los niños ha sido considerada previamente por varios investigadores: Weiss (1973) clasificó la soledad en dos tipos: social y emocional; describió la “soledad social” como “el déficit percibido en la integración social, es decir, fallar en sentirse parte de un grupo de amigos relacionados entre sí, que comparten intereses y actividades comunes”. La “desolación emocional”, por otro lado, se describió como “la percepción de la falta de un vínculo íntimo y verdadero, la ausencia de una relación cercana y emocional en la que uno se sienta aceptado, seguro, cuidado y comprendido”. Peplau y colaboradores (1982), desde una perspectiva similar, declararon que “la soledad resulta cuando uno experimenta y reconoce una discrepancia entre lo que uno quiere o espera en la relación social y lo que uno realmente logra” 2.
La diferencia entre ese enfoque y el presentado en este libro, depende de las interacciones particulares utilizadas para definir la soledad, ya sea que se haga hincapié en el mundo exterior o en el intra-psíquico.
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