Moviendo los marcos
del patriarcado
El pensamiento feminista
de Emilia Pardo Bazán
Marilar Aleixandre y María López-Sández
Traducción al castellano: Marilar Aleixandre
Moviendo los marcos del patriarcado.
El pensamiento feminista de Emilia Pardo Bazán
Primera edición, 2021
Del original gallego Movendo os marcos do patriarcado: O pensamento feminista de Emilia Pardo Bazán, Vigo 2021, © Editorial Galaxia.
© Marilar Aleixandre y © María López-Sández
De la traducción al castellano:
© Marilar Aleixandre
Diseño de portada:
© Sandra Delgado
© Editorial Ménades, 2021
www.menadeseditorial.com
ISBN: 978-84-123354-2-2
Moviendo los marcos del patriarcado
El pensamiento feminista
de Emilia Pardo Bazán
A nuestras abuelas
Lola García, que perdió a su padre y hermanos en la guerra
y vivió con su madre el exilio y el campo de refugiados,
Filomena Fernández, mujer de aldea,
que luchó por que sus tres hijas trabajasen (María),
Manolita Parra, que plantó un novio
por intentar controlar cómo vestía,
y Araceli Gan, que vivió su vida y se casó a los 25
sufriendo una cencerrada (Marilar);
por ir delante de nosotras desbrozando el camino..
Prólogo
Una feminista compleja y contradictoria
Yo soy una radical feminista. Creo que todos los derechos que tiene el hombre debe tenerlos la mujer.
Entrevista con El Caballero Audaz
(J. M. Carretero), 4 febrero 1914
Somos feministas. Las autoras de este libro, Marilar, María, creemos en la causa de las mujeres con pasión, en nosotras resuenan los dilemas de las mujeres, las múltiples exclusiones que sufren. Defendemos esta causa apelando tanto a la pasión como a la razón, criticando los discursos, explícitos o implícitos —y las acciones a ellos asociadas—, que el patriarcado utiliza para justificar el mantener a las mujeres en una situación subordinada. Este compromiso nos lleva a examinar el pensamiento feminista de la autora, en el que pasión y razón dialogan, trayéndolo a nuestro tiempo. Nos interesa el modo en que las ideas de Emilia Pardo Bazán contribuyen a lo que llamamos mover los marcos del patriarcado —en Galicia mover los mojones que limitan las fincas, práctica que causa numerosos pleitos—, en otras palabras, la forma en que cuestionan el sistema social, las identidades y las reglas establecidas. Ella aplicó la mirada feminista, anticipando la que hoy llamamos lente violeta, no únicamente a la violencia física, sino también a la simbólica; no solo a las discriminaciones legales como el acceso a los estudios o a todas las profesiones, sino también a las asimetrías en los discursos sociales, a la doble moral sobre sexualidad y el derecho de las mujeres al placer, sobre las ambiciones intelectuales, e incluso sobre pequeñas acciones cotidianas como fumar.
Emilia Pardo Bazán (1851–1921) situó el feminismo en el centro del debate intelectual en Galicia y España. Ideas feministas están presentes en la obra de las escritoras gallegas Rosalía de Castro y Concepción Arenal, y de la extremeña Carolina Coronado. La singularidad de Emilia está, por un lado, en la defensa explícita del feminismo en sus artículos y ensayos. Un segundo rasgo de esta singularidad reside en que algunas ideas centrales de lo que podemos llamar su programa feminista se adelantaron al feminismo de su tiempo. Se declara en 1914 «una radical feminista» y utiliza esta palabra sin miedo cuando aún hoy, cien años después de su muerte, hay mujeres —y por supuesto hombres— que, al hablar de feminismo o identificarse como feministas, se creen en la obligación de acompañarlo de calificadores y matizaciones, como «un feminismo razonable», «moderado», «prudente», «feministas sensatas», o incluso «un feminismo ganador». Estas expresiones llevan implícita la idea de que el feminismo sin adjetivos es irrazonable, inmoderado, imprudente, insensato, o perdedor. El propio término radical viene de raíz, y su significado remite a mudanzas completas en rasgos centrales, en este caso, de la sociedad.
Radical fue el modo en que denunció los mujericidios, palabra que acuñó, nombre que le debemos, crucial para enfrentarse a ellos, pues lo que no es nombrado no existe. Asesinatos de mujeres y malos tratos son objeto tanto de sus artículos como de cuentos y novelas. Afirmó, con su obra y con su vida, el derecho de las mujeres al deseo y al placer sexual.
Adelantada fue su concepción de la maternidad y de la familia, negando explícitamente que ser madre fuese esencial en la definición de mujer, por ejemplo en la contundente frase «todas las mujeres conciben ideas pero no todas conciben hijos». Hubo que aguardar a las primeras décadas del siglo xxi para que la decisión de no ser madre fuese considerada legítima, y romper parcialmente el tabú que impedía a las mujeres hablar de ella abiertamente. Como señala Isabel Burdiel,1 en su magnífica biografía, la modernidad de la reflexión de Pardo Bazán la conduce a un cuestionamiento radical de la categoría misma de mujer, distinta de otras propuestas feministas de su tiempo. Afirmó su condición de escritora, o incluso de escritor, que pedía ser juzgada por la calidad de lo escrito y no a través de la lente de «mujer que escribe como escriben las mujeres»; reivindicó las diferencias entre mujeres, criticando la idea de la supuesta naturaleza femenina de la «mujer». Pues a las mujeres escritoras, aún hoy, se nos contempla como un todo indiferenciado, se nos hacen preguntas sobre la relación de lo que escribimos con nuestra condición de mujer o con lo que escriben otras mujeres, como critica Inma López Silva,2 preguntas que nunca se hacen a los escritores varones. Llevó también a cabo un proceso que Cristina Patiño Eirín3 llama desmitologización, reescribiendo por ejemplo la historia de Eva y Adán en Cuento primitivo, adelantándose también a reescrituras de mitos emprendidas en las últimas décadas. Todo esto siendo maestra de sí misma, educándose de forma autodidacta.
Emilia Pardo Bazán fue una mujer compleja, contradictoria. Se entiende que los hombres pueden ser contradictorios, se considera incluso una virtud. No así las mujeres, que deberíamos ser ángeles celestiales —mejor aún, ángeles del hogar— o seres satánicos, revolucionarias o reaccionarias, en todo caso de una pieza. A este tipo de simplismos resistió ella con su vida y su obra. Políticamente —excepto en lo relativo a los derechos de las mujeres— fue conservadora. Con todo, tuvo amistades krausistas, como Giner de los Ríos, que influyó mucho en su formación intelectual, o Augusto González de Linares; socialistas, como Gabriela Cunninghame Graham, republicanos federales como Ramón Pérez Costales, o nihilistas como Isaac Pavlovsky, y colaboró económicamente con la Institución Libre de Enseñanza. Era religiosa, lo que no significa obediente a los dictados de la Iglesia, pues es manifiesto que los transgredió en sus relaciones amorosas. Ruth Gutiérrez,4 en un sutil análisis, revela las tensiones entre lo que llama «la carne y el espíritu», entre sexualidad y religión, en sus tres últimas novelas. En otras palabras, estos conflictos emergen en su ficción. Como muchas personas de familia hidalga —con la notable excepción de Rosalía de Castro— tuvo posiciones clasistas, reflejadas en cómo son presentados los personajes campesinos. Al mismo tiempo despliega una gran empatía con las mujeres trabajadoras, denunciando sus condiciones de trabajo en La Tribuna, y poniendo de relieve las redes de solidaridad tejidas entre ellas.
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