Vanessa Torres Ortiz - Crimen dormido
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—¿Quieres tomar la última copa en mi casa?
—Claro que sí —contestó rápidamente Juanra y, a continuación, le dio un dulce beso en los labios.
La noche había transcurrido como un cuento de hadas, pero, en cuanto Cintia concilió el sueño, aparecieron sus temidas pesadillas de nuevo. Allí se encontraba ella, en una tremenda oscuridad; la moto y su hermano Jaime yacían en el suelo. Sangre. Al otro lado, Jenny: su vestido blanco de tirantes se confundía con largos caminos de sangre, mucha sangre.
—¿Por qué, Cintia? ¿Por qué? —gritaba Jaime.
—¿Por qué, Cintia? —gritaba Jenny.
—¡¿Por qué qué?! —gritaba en esta ocasión ella. Los miraba a los ojos, unos ojos completamente vacíos, vacíos de vida, llenos de rabia y dolor—. ¿Qué queréis de mí? ¿Qué puedo hacer yo?
El cuerpo de Cintia comenzó a agitarse fuertemente en su cama, a moverse con énfasis; llegó a gritar y entonces Juanra despertó.
—¡Cintia, despierta! ¡Despierta!
Entonces abrió los ojos llena de ira: se sentía aturdida, continuaba sintiendo el mismo terror que en el sueño; el frío, la sangre…
—Tranquila. —La abrazó—.Tranquila, solo era una pesadilla. Ya pasó.
Puso los pies en el suelo y se dirigió al cuarto de baño para mojarse la cara. Él la siguió preocupado.
—Ya está, Cintia, solo era una pesadilla —dijo él mientras la agarraba por la cintura dulcemente.
—Sí, Juanra, sé que solo son pesadillas, pero prácticamente las tengo todas las noches. Siempre lo mismo: mi hermano, su moto y Jenny. Me preguntan el porqué de algo, no sé a lo que se refieren. ¡¿Qué quieren?!
—Los sueños suelen reflejar malas o buenas vivencias, eso es todo. Todavía no has superado la muerte de tu hermano, creo que ese es el motivo de tus pesadillas, Cintia. Debes pasar página de una vez por todas; estoy convencido de que en cuanto lo hagas, desaparecerán. —Intentó tranquilizarla Juanra mientras le acariciaba dulcemente la mejilla.
—No, Juanra, es algo más que eso, estoy convencida. Hay algo que no cuadra tanto en la muerte de Jaime como en la de Jenny, y a su vez me están diciendo que ambos crímenes están relacionados entre sí. Tengo que averiguarlo, no voy a descansar hasta que lo consiga, hasta que consiga demostrar que la muerte de Jaime no fue un mero accidente, y Jenny… pues algo habrá.
—Está bien, sabes que puedes contar conmigo para lo que quieras. —La besó en la mejilla y comenzó a ponerse los pantalones.
—¿Adónde vas? —preguntó Cintia intrigada.
—A preparar el desayuno. Los malos espíritus se van con el estómago lleno, ¿lo sabías? —Volvió a abrazarla y mientras la miraba a los ojos se acercó a ella con una sonrisa pícara—. Antes de que surgieran las pesadillas, ¿qué tal te pareció la noche?
Cintia miró al suelo ruborizada y a su vez, con una tímida sonrisa, contestó:
—Pues… me pareció una magnífica noche, de veras que sí.
—¿Estás dispuesta a repetir?
—Por supuesto.
Capítulo 3
DESCUBRIENDO UN PASADO
Aquella mañana, Cintia desvió su camino, que la conducía hasta la redacción del periódico, para seguir otro que la llevaba a comisaría; quería preguntarle al capitán Méndez por la autopsia del matrimonio. Cambió de ánimo por completo: había pasado una noche fantástica con Juanra, se sentía cómoda con él; por fin el entusiasmo por la vida había nacido en ella. No sabía si Juanra sería el hombre de su vida, la persona con la que seguir su camino, formar el día de mañana una familia y hacer visitas a los familiares... Precisamente, eso era algo que ella no pensaba realizar, fuese con él o con otro; en definitiva, no sabía si algún día se encontraría completamente enamorada de él, pero por ahora era la persona con la que mejor se sentía, era un encanto. Por otra parte, a Juanra también lo veía feliz; sabía que él la quería y mucho.
Sumergida en sus pensamientos, no se dio cuenta de que había llegado a la puerta de comisaría. Era un día caluroso de verano; el hecho de tener que ir caminando hasta allí había sido el culpable de que unas gotitas de sudor manaran de su frente: sacó un pañuelo de papel del bolso y se las secó. Nada más entrar, a la primera persona que vio fue a la policía que el día de antes le había cogido las huellas.
—Buenos días —saludó educadamente Cintia—, trabajo en el periódico Ilusiones de Campero, me gustaría poder conversar con el capitán Méndez, por favor.
—Espere un momento.
Esperó mientras la mujer policía le comunicaba al capitán que «la periodista» quería verlo. Cintia escuchaba la conversación telefónica mientras exploraba la comisaría con la mirada: policías uniformados y unos cuantos personajes mal vestidos y malolientes que gritaban mientras uno de ellos intentaba ponerles las esposas; por otro lado, una sala donde aguardaba la gente a que llegara su turno para la renovación del DNI, y sobre todo sonidos de teléfono esperando a ser atendidos. Pensó en toda esa gente que por diversos motivos llamaba a comisaría al cabo del día y recordó cuando solo unos días antes tuvo que llamar ella.
—Señorita Cintia.
—¡Sí! —contestó asombrada, pues se encontraba tan sumergida en sus pensamientos que se había olvidado por completo de la policía.
—Puede pasar al despacho del capitán: se encuentra al final del pasillo a la izquierda —explicó la mujer señalándole con la mano la dirección que debía tomar.
—Gracias.
Cuando llegó, llamó a la puerta suavemente con el puño y el capitán la invitó a pasar. Allí se encontraba él, sentado cómodamente en su sillón junto al escritorio que se encontraba repleto de papeles y carpetas. Al otro lado de la mesa, disponía de un pequeño ordenador portátil y, junto a este, había una fotografía donde se podía ver a una mujer con dos niños de unos cinco y ocho años aproximadamente; Cintia comprendió que debía de tratarse de su mujer y sus hijos.
—Siéntate, Cintia —le indicó el capitán mientras le señalaba una silla que se encontraba al otro lado de su mesa escritorio—. Sabía que volverías en breve.
—Sí, bueno, como la última vez no pudo informarme sobre la autopsia de los cuerpos, he vuelto para saber si ya dispone de información.
—Veo que eres buena periodista… —dijo el capitán con una amplia sonrisa mientras se acariciaba las manos—. Así es, ya tenemos los resultados de la autopsia, y también puedo informarte de que el funeral se realizará mañana a las diez, por si te interesa asistir.
—Sí, por supuesto, asistiré al funeral —respondió Cintia colocándose un mechón de cabello que se había escapado de su cola detrás de la oreja.
—Pues veamos, —Comenzó a buscar dentro de un portapapeles color púrpura de donde acabó sacando un folio—, la verdad es que la autopsia no nos ha dicho nada nuevo, pero sí nos ha confirmado nuestras sospechas: la muerte de Juan fue debida a las puñaladas producidas por un arma blanca de grandes dimensiones, —Le acercó a Cintia una fotografía donde aparecía un cuchillo jamonero—, uno como este; el utilizado en los crímenes siento decirte que todavía no lo hemos encontrado, pero también te puedo asegurar que lo haremos. —La miró a los ojos fijamente—. Bien, en el cuerpo del hombre no han encontrado nada relevante, salvo, claro está, los orificios del cuchillo. Mónica fue golpeada con un objeto contundente, como ya te comenté, y posteriormente también fue apuñalada con el mismo cuchillo directamente en el corazón. En su cuerpo tampoco se han encontrado más lesiones y no hubo agresión sexual, solo una cosa…
—¿El qué? —preguntó Cintia ansiosa.
—En el cuerpo de la mujer se ha hallado una pequeña cantidad de tranquilizantes. Creemos que se puede tratar de algo común: que la doctora se administrara algún tipo de medicamento no es nada fuera de lo normal. De todas formas, no descartamos nada, estudiaremos su historial médico.
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