Vanessa Torres Ortiz - Crimen dormido

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Crimen dormido: краткое содержание, описание и аннотация

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Cintia es una joven periodista del periódico local de Campero. Se interesa por las noticias relacionadas con desapariciones y asesinatos. Precisamente es ahí donde se entrega en cuerpo y alma, para resolver un antiguo crimen que le toca muy de cerca: su hermano, quien, al parecer, perdió la vida en un accidente de moto; sin embargo, ella no está tan segura de que fuese un accidente.

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Tomó la ducha con otro ánimo; un ánimo mucho más bueno que el que había reinado en ella anteriormente. Esa noche iría a tomar unas copas con su amigo Juanra y cierto era que se encontraba rebosante de ganas. El agua caliente acariciaba su cuerpo repleto de espuma mientras escuchaba de fondo Where have you been de Rihanna en su vieja radio. Terminada su ducha, cogió su ya olvidado secador y su plancha de pelo: esa noche le apetecía estar guapa y estaba dispuesta a desconectar de todo porque quería volver a ser la Cintia de antes, la misma chica que tantas veces lo había pasado bien saliendo con su amigo de fiesta. Abrió la puerta del armario de su dormitorio con gran ímpetu y optó por elegir una falda negra bastante corta que se había comprado para una Nochebuena a pesar de que sus navidades las solía pasar sola o en alguna ocasión había sido invitada para cenar en casa de Juanra; cierto era que, si no fuese por él, su vida sí sería un verdadero zulo de penumbra, oscuridad y, por supuesto, soledad. Tales pensamientos le hicieron plantearse la idea de que pudiera surgir algo más en su relación con él. Continuó vistiéndose con una dulce sonrisa en sus labios: camisa blanca, zapatos de tacón negros y pendientes de plata que curiosamente le había regalo el mismo Juanra para uno de sus cumpleaños. ¿Sería que la vida le había estado enviando señales sobre él y ella nunca se había parado a contemplarlas? Por último, se arregló el rostro. Encontró un tubo de maquillaje perdido desde hacía tiempo; lo abrió previamente para comprobar que se encontraba en buen estado y así era: parecía que la suerte estaba de su lado esa noche. Sombra de ojos color plata, lápiz de ojos, máscara de pestañas color negro noche y el toque final, el más importante… «¿Cuál es el color de labios que siempre triunfa?», se decía ella. «El rojo».

Bajó las escaleras hasta encontrarse en la primera planta de su casa; allí se dio el último repaso ante el espejo que tenía en el recibidor. Parecía una reina: hacía tanto tiempo que no se arreglaba que no recordaba que ella también era una mujer muy guapa; su pelo suelto la hacía brillar en aquella casa. Abrió uno de los cajones del mueble del aseo donde encontró el perfume que había usado durante toda su existencia, Le main blanche, un perfume parisino que compró en un viaje que realizó a la capital francesa hacía ya unos años con unas antiguas compañeras de universidad de las que, por cierto, desde entonces no había vuelto a saber nada. La vida tiene estas cosas: lo mismo que aparecen personas maravillosas durante su transcurso, desaparecen del mismo modo algún día.

No había corrido tanto desde hacía ya un tiempo para una cita. Ella debería estar ya lista esperándolo, pero él tenía que lavarse los dientes más que por obligación, pues teniendo en cuenta que anteriormente había disfrutado cenando un suculento bocadillo de tortilla de patatas y teniendo el presentimiento de que esa noche podría ser más que mágica, desde luego era buena idea el cepillado dental antes de salir. Él también había puesto todas sus ganas en conseguir una buena apariencia: sus mejores pantalones vaqueros, su bonita camisa negra con minúsculas estrellitas blancas, sus botines preferidos y, por supuesto, su mejor perfume. Listo, rebuscó en su bolsillo las llaves de su Audi A4 y cerró la puerta de su casa inundando el recibidor de perfume.

El corto camino que separaba su casa de la de Cintia lo recorrió pensando en ella: se veía besando sus labios como tantas veces lo había imaginado y soñado con los ojos abiertos. Cuando paró justo en la puerta de su casa, ella cerraba con llaves y, al verlo, corrió apresurada para subirse en el asiento del copiloto.

—¡Guau! ¡Estás preciosa! —dijo Juanra llenando sus ojos de un brillo encantador.

—Gracias, tú también estás muy guapo. —Se acomodó en el asiento y, cuando pasaron delante de la casa de sus difuntos vecinos, sintió un tremendo escalofrío. Todavía se encontraba amurallada con la cinta blanca y azul de la policía. Las imágenes de Juan y Mónica tirados en el suelo volvieron a su cerebro como instantáneas, pero no quiso impregnarse más de ellas y continuó conversando con Juanra—. ¡Qué bien cuidado que tienes el coche! Tengo que comprarme uno urgentemente, tanto caminar de arriba abajo por la ciudad me deja cansadísima todos los días.

—Pues precisamente mi hermano Manu tiene el suyo en venta. Te puede interesar: está en perfecto estado, se trata de un Peugeot 107 rojo; solo lleva con él un año, pera ya conoces a mi hermano, teniendo un buen puesto de trabajo en el ayuntamiento se puede permitir todos los caprichos que quiera y se comprará otro. El coche es pequeño, manejable, fácil de aparcar y sencillo para la ciudad, te viene como anillo al dedo, Cintia. Yo creo que el interés de mi hermano por cambiar de coche se debe a una chica a la que quiere impresionar, jejeje.

—Los hombres siempre pensando que a las mujeres hay que impresionarlas con bienes materiales y caros… —refunfuñó cruzándose de brazos—. Pues conmigo no funcionan así las cosas.

—Vale, pero admite que para muchas mujeres sí —le insistió él.

—Bueno —dijo Cintia apartándose el cabello de la cara—, entonces si me lo deja tu hermano a un buen precio, me quedo con él.

—Tenlo por seguro, no hay problema. —Se miraron a los ojos y se echaron a reír.

Aquel pub no era el mismo desde que no lo frecuentaban: habían cambiado el color de las paredes de un verde turquesa a un morado oscuro. El mobiliario también era distinto: las mesas y sillas iban a juego siendo transparentes, pero parecían más cómodas que las anteriores, eso sí. El personal que servía las copas también había sido sustituido y ahora solo se podía ver a guapas camareras con grandes pechos casi totalmente al descubierto e incluso habían colocado dos jaulas enormes donde cada cierto tiempo se introducían dos bailarinas muy fresquitas de ropa.

—Vaya —dijo Cintia al oído de Juanra—, este pub ha cambiado desde que no venimos… Parece, no sé, ¿más para hombres?

—¿Lo dices por las chicas? —preguntó Juanra con cierta picardía.

—Más bien por sus delanteras y sus cuerpos casi desnudos.

—Bueno —continuó él—, los cambios son buenos, ¿no? Posiblemente se encontraban escasos de clientes… —explicó entre risas.

La noche transcurrió de la mejor forma posible: sus vasos se iban llenando sucesivamente, las risas iban en aumento según transcurría el tiempo y fluía el alcohol. Parecía que se acababan de conocer: volvieron a contarse sus vidas y a recordar vivencias juntos donde acababa estallando la risa. Sin ser conscientes ninguno de los dos del tiempo que llevaban en aquel pub, la gente se iba marchando: solo quedaban tres hombres en la barra, seguramente tirando los tejos a la guapa camarera de grandes pechos; y otra pareja aislada difícil de ver en una esquina del pub, en la penumbra. Entonces, sonó una canción lenta de esas que las parejas solían bailar antiguamente en las discotecas. Juanra se levantó e invitó a bailar a Cintia; ella no dudó. Allí permanecieron toda la canción abrazados: podían respirar cada cual el perfume del otro mientras las mejillas de ella anunciaban que el alcohol ya había hecho bien su trabajo. En un instante, sus miradas se mantuvieron intensas contemplándose fijamente; entonces él pensó que ese era el momento, el gran momento que siempre había estado esperando: «¡Bésala!», le gritaba su mente y así lo hizo. Sus labios por fin se juntaron para permanecer así durante un periodo largo de tiempo; parecía que ninguno de los dos quería que ese momento acabase.

Salieron del pub abrazados y bromeando de nuevo. Cintia no podía esconder la gran alegría que sentía en aquel momento. Subieron al Audi A4 y, cuando llegaron a la casa de ella, paró Juanra el motor del coche tal vez con la intención de crear ambiente; se moría de ganas de que lo invitara a pasar a su casa. Se volvieron a mirar fijamente y se besaron; entonces ella separó sus labios por un momento para susurrarle:

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