Georg Gänswein - Cómo la iglesia católica puede restaurar nuestra cultura

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Georg Gänswein es una de las figuras más destacadas de la Iglesia católica, y el único hombre que trabaja a diario con dos papas. En este libro presenta una serie de observaciones sobre el estado de la Iglesia y su futuro más probable en una sociedad cada día más secular.
Argumenta con vigor sobre la fuerza civilizadora de la Iglesia en el ámbito cultural, y cómo esta constituye el único baluarte con capacidad de hacer frente al creciente totalitarismo cultural que se apodera de Occidente.
Gänswein contempló más cerca que nadie la renuncia de Benedicto XVI, y ofrece en estas homilías, conferencias y entrevistas una explicación que lo justifica. Brinda también un marco para una renovación espiritual, comenzando por la reforma personal de obispos y sacerdotes.

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Lo que los teólogos habían averiguado a lo largo del tiempo con creciente claridad acerca de la Estrella del alba en el cielo de la revelación divina no era ni una percepción errónea ni el producto voluntarioso de la celosa devoción mariana de los fieles, sino que era y es la verdad, que encontró su confirmación cuando el papa Pío XII declaró solemnemente la Asunción como dogma el 1 de noviembre de 1950. Al final de su vida terrenal, María ascendió, en cuerpo y alma, a la gloria del cielo, y su Asunción no fue tanto una excepción como la anticipación de aquello por lo que todos pasaremos algún día si, como María, demostramos ser fieles en la custodia de los mandamientos de Dios y en nuestro amor por Dios, quien nos creó para que pudiésemos conocerlo y amarlo.

Por lo tanto, tenemos razones de sobra para regocijarnos de todo corazón en la fiesta de la Asunción de María al cielo, como hicieron los católicos cuando Pío XII proclamó este artículo de fe en la fiesta de Todos los Santos en 1950. Aunque las Sagradas Escrituras no digan nada explícitamente sobre la Asunción, aunque solo la mencionen como entre paréntesis, la Virgen, la Madre de Dios, con el poder de su Divino Hijo se convirtió verdaderamente en la mujer que aplastó la serpiente (Génesis 3, 15). Incluso si la Tradición, esa transmisión boca a boca de la fe durante los primeros siglos de la cristiandad, calla aparentemente sobre la Asunción, es verdad que la Iglesia se fue convenciendo con los siglos de lo que el papa Pío XII definió como verdad de fe revelada por Dios: Assumpta est Maria in coelum; María ascendió a los cielos en cuerpo y alma.

Esta estrella del dogma de la Asunción de María al cielo ilumina la oscuridad de un tiempo, el nuestro, en que el positivismo superficial se ha extendido como una virulenta epidemia. En este funesto sistema de impiedad práctica no hay lugar para Dios, ni hay diferencia entre espíritu y materia, alma y cuerpo. Tampoco hay existencia continuada alguna para el alma después de la muerte, ni, en consecuencia, esperanza alguna de otra vida en el próximo mundo. En oposición a esta doctrina falsa, de fatales consecuencias, el dogma de la Asunción de María al cielo en cuerpo y alma viene a mostrar, a través de un ejemplo concreto, que el espíritu es lo que aviva, anima y transfigura la materia desde el principio; que el alma es inmortal; que el cuerpo, junto con el alma, está destinado a alcanzar la felicidad eterna; y que, por tanto, la esperanza de otra vida no es vana, sino algo que será verdaderamente realizado, porque con la muerte no todo se acaba; más bien, la vida comienza realmente en ese instante.

Así es como la estrella del misterio de la Asunción de María al cielo, que hoy celebramos tan solemnemente, puede brillar en la oscuridad de nuestro tiempo. Creamos de corazón como creyentes la admonición del gran devoto mariano san Bernardo de Claraval:

Quienquiera que seas: cuando sientas durante esta existencia mortal que flotas en las aguas traicioneras, a merced de los vientos y las olas, en lugar de caminar seguro sobre la tierra estable, ¡no apartes la vista del esplendor de esa estrella que te guía para que no te sumerja la tempestad! Cuando las tormentas de la tentación estallen sobre ti y seas lanzado hacia las rocas de la tribulación, mira a esa estrella, llama a María. Cuando seas golpeado por las olas del orgullo, la ambición, el odio o los celos, mira hacia la estrella e invoca a María. Si estás preocupado por la atrocidad de tus pecados, y sobrecogido ante la idea del terrible juicio venidero, y comienzas a hundirte en el abismo de la tristeza, piensa en María, ese radiante Lucero del alba, que a pesar de la oscuridad te señala la dirección correcta y te muestra el camino.

María es el primer ser humano al que se le concedió la plenitud de la salvación. En el sí que dio a María, Dios nos dijo sí a todos. La realidad completa de este sí se manifestará al final de los tiempos en la consumación del mundo. Pero incluso ahora, los rayos de la gracia de Dios nos alcanzan a nosotros, los seres humanos, a veces sencillamente tras una larga oración, a veces de un modo completamente asombroso.

Las numerosas placas votivas que hay en este lugar de peregrinación dan fe de ello. En ellas se lee a menudo: «María ha ayudado». Tras estas palabras está lo que muchas personas experimentan a diario: que nuestro mundo no es una empresa en bancarrota y dejada de la mano de Dios, y que nuestras oraciones y sufrimientos no son en vano. Dios nos guía, aunque a menudo misteriosamente. Quiere guiarnos de la mano de María. Tomemos esa mano con gratitud y confianza, y ella nunca nos dejará ir. Amén.

[1]Homilía en la peregrinación a la iglesia de Maria Verperbild, en Ziemetshausen, en la Solemnidad de la Asunción de María a los Cielos (15 de agosto de 2014).

2.

LA «DESMUNDANIZACIÓN» Y LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

¿Eslogan o verdadero lema para reformar la iglesia?[1]

EN EL PREFACIO DE SU LIBRO Introducción al cristianismo, basado en una serie de clases a estudiantes de todos los departamentos de la Universidad de Tubinga en el curso 1967-1968, Joseph Ratzinger cuenta la vieja historia de Hans el Listo, quien, para hacer su camino más llevadero, intercambió un trozo de oro que tenía, que le resultaba entonces demasiado pesado, sucesivamente «por un caballo, una vaca, un ganso y una piedra de afilar, que finalmente arrojó al agua. No perdía mucho; al contrario: lo que ganaba a cambio, pensaba, era el precioso regalo de una libertad completa».

Para Ratzinger, era una metáfora de un modo de hacer teología: la de quien, por seguir las modas y, en última instancia, por comodidad, malinterpreta gradualmente las afirmaciones de la fe. Se diría que el mismo destino corrió el discurso impartido en la sala de conciertos de Friburgo el 25 de septiembre de 2011, durante su visita a Alemania. El objeto precioso que teníamos en nuestras manos nos parecía más bien una pesada piedra de afilar, una carga de la que había que deshacerse de inmediato.

Tan pronto como pronunció la última frase en la sala de conciertos, los comentaristas se empeñaron en asegurarse de lo que el papa Benedicto no había mencionado, lo que no había querido decir. Pero sus palabras no abogaban por una separación más fuerte entre Iglesia y Estado, ni aludían a los impuestos sobre el clero. Una de las valoraciones concluyó que se trataba de un «discurso espiritual». Con esta expresión quería mitigarse la naturaleza obviamente controvertida del discurso, que fue cualquier cosa menos plano e intrascendente, y desató finalmente una ola de discusiones y ensayos críticos.

Para que la Iglesia pueda llevar a cabo su misión, dijo el papa, «debe en toda ocasión tomar distancia de su entorno, “desmundanizarse” hasta cierto punto».

Con esta expresión, «desmundanización», que va ganando enteros como eslogan, el papa sorprendió a muchos oyentes, y a algunos incluso los desconcertó. Algunas voces se alzaron para expresar el temor de que el papa hubiese revocado el Concilio Vaticano II y su requisito de abrirse al mundo, dañando de ese modo el núcleo del cristianismo: Dios dirigiéndose al mundo mediante la Encarnación. ¿Quería acaso que la Iglesia volviese a ser una estructura ajena a la vida y que se mantuviese alejada de la suciedad y miseria del mundo?

Estas preguntas e inquietudes no se plantearon retóricamente. Afectaron a muchas personas. Pero erraron al interpretar la preocupación del papa Benedicto XVI, porque captaron solo una de las dos direcciones fundamentales a las que el papa aludió. La fe cristiana reconoce tanto el movimiento de Dios hacia el mundo, que alcanzó su culminación inigualable en la Encarnación de la Palabra de Dios en Jesucristo, como el necesario movimiento de distanciamiento del mundo, porque la fe no ha de conformarse a los estándares del mundo ni ha de quedar enredada en su trama.

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