Le vuelve el alma al cuerpo e intenta recuperarse de su respiración agitada. Recoge con cuidado el cuerpo de Evelyn y lo introduce en la fosa. Entonces se da cuenta de que el pozo no es lo suficientemente grande y profundo como lo ha planeado para que cupiera. No le queda tiempo para perfeccionar el hueco. Entonces, con delicadeza la acuesta encogida y la acomoda acostada en posición fetal. Su cuerpito apenas entra en la fosa de tierra recién excavada y, por ende, sobresale unos centímetros sobre el nivel del piso. Con la pala empieza a tapar los pies y el cuerpo, cubriéndola con la tierra suelta que acababa de remover, realizando rápidos movimientos para terminar cuanto antes.
Satisfecho, se levanta y, con un leve reflejo de luz que lo ilumina desde la vera del camino, observa nuevamente la cara de la joven y se queda pasmado, al igual que minutos antes, cuando la percibió dormida en el camastro. Ve su cara tan bonita y natural, que la cree viva. Pero es solo su imaginación. Se agacha y le quita un mechón de cabello sobre su rostro. «Es una muñequita», le salen las palabras en voz baja de su garganta reseca.
«¿Qué acabo de hacer con mi vida y con la de la bella Evelyn?», vuelve a reprocharse. Ni él lo sabe. No consigue explicarse la atrocidad que termina de consumar. No quiere aceptar la locura que ha cometido, pero de golpe lo tiene que asumir. En el fondo de su alma, está arrepentido. No deseaba hacerle daño a la pequeña y menos matarla. Pero se le escapó de las manos. Sus manazas fueron demasiado poderosas para un cuerpo tan frágil y delicado.
Se incorpora y sale disparando del cobertizo hacia el galpón. Al minuto, regresa con una bolsa de plástico vacía donde antes había alimento para perros. Se inclina sobre el cuerpo de ella y le protege la cara y el cabello, cubriéndolos con la bolsa, para evitar que se ensucien. Por encima, la espolvorea con tierra suelta, hasta ocultarla y cubrirla. Por último, completa la escena macabra con un montículo de greda sobre ella.
Encuentra un recipiente con restos de combustible y lo esparce en el perímetro de la fosa que acaba de tapar. Tres bidones de 200 litros de combustibles rodean el borde de su pozo, entonces con los otros tambores que había en el cobertizo forma un “corralito” alrededor de la fosa donde acababa de enterrar a Evelyn. Repite el proceso rociando de combustible el perímetro de tierra donde apoyó los tambores que había utilizado como valla. Toma la pala de punta de la excavación y sale corriendo de ese lugar. Al pasar frente al edificio de ordeñe, se frena en seco y se acuerda: «¿¡El bolso!? ¿Dónde dejé el jodido bolso?», se pregunta enojado en voz alta. Está definitivamente alterado y no logra acordarse qué hizo con él. Le cuesta unos segundos recordar dónde lo ha dejado. «Ya está», se dice y se acuerda.
Con toda su adrenalina a tope, sale corriendo rumbo a la casa de Evelyn donde en el primer piso duerme don George. «Voy directo a la boca del lobo», piensa con temor. Y a poco de llegar, lo ve. Allí afuera, en el piso, al costado de la galería de entrada y al pie de la escalinata, ha dejado el bolso. Fue más temprano, cuando acompañaba a la joven tambera, para iniciar el primer ordeñe.
Recuperado el bolso, no pierde un segundo más. Tiene que esfumarse como el rayo. Regresa por el propio camino, en dirección al corral de vacas. Lo bordea y se escapa por un sendero lateral. Intenta orientarse. Está amaneciendo y, con la poca claridad, necesita ubicar el camino que lo llevará hasta la tranquera de entrada al campo, la misma que ha abierto ayer por la tarde a Mayalén cuando entraron juntos con la chata.
Ahora huye despavorido. Su situación es mucho peor que ayer a la mañana, después de fugarse del “Palacio Negro”. En un solo día ha conquistado otra estrella en su pecho. Ya tiene dos. Todo el Estado lo buscará,
Decide que lo más seguro, aunque muy agotador, es transitar por los surcos entre los maizales. Debe guiarse por el camino de tierra, con rumbo a la ruta pavimentada, que une al campo con el pueblo de Santa Elena. No puede darse el lujo de ir por el camino transitado y cruzarse con alguien. Resulta sumamente peligroso que lo descubran merodeando por allí a esa hora.
Según recuerda lo que ha dicho don George, tendrá que recorrer cinco kilómetros de distancia, pero no cuenta con otra opción. Seguirá huyendo a pie, con su bolso y la pala a cuestas. Luego la tirará por ahí, donde nadie la pueda encontrar.
Más de una hora después, pone sus pies sobre la IE 176 y a lo lejos ve un cartel luminoso que no distingue bien. Cuando se halla lo suficientemente cerca, se da cuenta de que se trata de una estación de combustibles de Oxxogas. Esa será su próxima escala. Es el lugar adecuado para conseguir un teléfono público. Necesita llamar urgente a alguien para solicitarle asistencia. No sabe si su hermanita podrá auxiliarlo esta vez, ante la magnitud de la catástrofe que acababa de consumar. En menos de 24 horas, su pequeña hermanita está socorriendo a su querido y entrañable “grandote”.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.