Me arrimé hasta la mesada y solo prendí la luz bajo la alacena. Preparé un café con leche bien caliente, tratando de no hacer ningún ruido para no despertar a nadie.
Abrí la puerta del armario donde guardo mis cosas, busqué mis botas de goma de caña alta y le puse talco por dentro para deslizar mis pies sin dificultad. Cuando me estaba preparando para ponerme la segunda bota, sentí una mano en el hombro. Pegué un salto en la silla y giré con mi cara de susto a ver quién era. Todo junto en un segundo.
—¡Ayyy!
—Hola, Evelyn, buen día. Oh… lo siento. Disculpa, quise mantener silencio para no despertar a tu padre. Por eso no te hablé.
—¡Por favor, señor! Casi me muero del susto. ¡Jamás intente hacerlo nuevamente! Estoy dormida todavía. Por las mañanas, no suele ocurrir que una mano me toque el hombro y me haga saltar del susto.
—Te pido disculpas. Perdóname, por favor. Es que no quise armar alboroto.
—Está bien, está bien. ¿Desea tomar un café? Está recién hecho.
—Sí, por favor. Gracias. ¿Ya te vas al tambo?
—Sí, señor.
—Quisiera acompañarte y de paso intentar colaborar contigo.
—Pero el lugar es muy sucio, lleno de caca de vaca, orina y todos los olores que te puedas imaginar.
—No importa. Te ayudaré. Quiero conocer como una chica tan jovencita hace semejante tarea.
—Te ensuciarás mucho la ropa.
—No te preocupes, me visto con el mameluco que uso en las obras.
—Ya que insistes tanto… como tú quieras. Pero entonces tendré que encerrar a los perros, sino ladrarán y despertarán a mi padre y, además, en cuanto asomes tu nariz, te destrozarán. Quédate aquí unos minutos, que enseguida estoy contigo.
—Muy bien. Cuando reaparezcas, estaré listo con mi vestimenta de trabajo, esperando tu señal. Ve, que te espero.
—No hagas ruido que mi papi duerme. Regreso pronto.
Minutos después, me serví el café con leche y lo acabé enseguida de varios sorbos. Con mi cabello me hice una cola de caballo. Le di unas vueltas y lo convertí en rodete para meterlo bajo mi gorra con visera. Estaba lista con mi uniforme perfecto de ordeñadora.
—Vamos, Hernán, que estoy demorada.
—Sí, te sigo. Gracias. ¿Y los peones vienen a ayudarte?
—No, en el ordeñe de la mañana trabajo yo sola —le aclaré—, pero, más tarde, es posible que se acerquen algunos, cuando vayan a pasar el arado en el lote cuatro, al fondo de nuestra finca.
—¿O sea que también llevas el rodeo del corral hasta la sala de ordeñe?
—Ajá, yo sola. Y a veces me ayudan mis perros. Pero como los acabo de encerrar, en esta oportunidad tal vez tú me puedas asistir.
—De acuerdo. Yo te ayudo.
—Recién en uno o dos meses más, levantaremos la cosecha de maíz, entonces sí que habrá mucha gente y movimiento por aquí.
—¿Y tu padre no coopera contigo?
—Él es bastante mayor y con molestias en la espalda. Hace unos años se cayó de uno de nuestros caballos y se lastimó dos vértebras lumbares. Desde entonces, casi no trabaja. Solo maneja el tractor y la camioneta. Y lo menos posible. Porque cada vez le duele más su espalda. En un par de horas, cuando yo termino y dejo todo limpio aquí, preparo el desayuno, lo despierto y comemos juntos.
—Estoy admirado de ti, Evelyn. Por ser tan joven, tienes una enorme responsabilidad, con el gran trabajo que realizas todos los días. Ahora entiendo por qué tu padre se deshacía en alabanzas contigo, por todo el brío y esfuerzo que haces para la familia. Te felicito.
—Gracias, señor.
Seguimos caminando juntos, rumbo a los corrales. Precisaba orientar a mis vacas para que ingresaran por la manga que las guiaba directo a los boxes de la sala de ordeñe. Íbamos andando juntos por el camino hacia el establo. A punto de abrir el portón para entrar al corral, él me tomó la mano y me frenó. Se paró frente a mí, me tomó de los hombros y me retiró la gorra. Luego deslizó una mano hacia mi cintura y me habló:
—Evelyn, te pido disculpas, pero quiero ser muy sincero contigo. No he podido conciliar el sueño en toda la noche, pensando en lo bien que lo estábamos pasando anoche en tu habitación.
—Por favor, Hernán. Eso fue un tremendo error de tu parte. Si mi padre nos hubiera visto, te aseguro que te habría disparado con la escopeta, sin siquiera preguntarte qué hacías conmigo. Te hubiera fusilado sin contemplaciones.
—Evelyn, no me podía contener, percibía cómo te derretías en mis manos. Pude advertir tu excitación. Un varón se da cuenta de eso.
—¿De qué estás hablando, Hernán? —mientras negaba sus palabras, mi cabeza me transportaba a lo que había ocurrido en la noche—. No sigas por favor, estoy muy atrasada y debo arrancar mi tarea sin perder más tiempo. Si quieres, acompáñame. Sino, quédate aquí.
—Espera, Evelyn. Quiero pedirte disculpas de verdad. Es la forma más romántica que puedo hacerlo contigo —se acercó de frente hacia mí y sin más me dio un beso caliente y desesperado en la boca.
—No, Hernán, ¿qué haces? Esto es una locura.
—Ven cariño. Tenemos que terminar esto. Ambos quedamos en llamas anoche. Tenemos tiempo de sobra.
—No, no, Hernán. Te estás confundiendo.
—He soñado toda la noche contigo. Y estoy muy seguro que tú también. Estoy hambriento de tus besos. Y sé que te encantaría que te acaricie. Cuando anoche recorrí mis dedos sobre tu piel suave, tu cuerpo se erizaba. Sé que te excitaba y te daban placer mis caricias. Aunque no lo quisiste reconocer y me dijiste otra cosa.
—No sigas, por favor, Hernán. Debo iniciar cuanto antes el ordeñe.
—Ven, mi amor. Vamos, aquí estaremos cómodos. No te haré daño. Te trataré como a una princesita. Y verás lo que soy capaz de darte, para que disfrutes con locura y vibres de placer. Te haré sentir plena. Mi princesa, te mimaré con toda suavidad.
Sus comentarios me endulzaron el alma. Me hicieron efecto al instante. Resultaron como anestesia para mi cerebro. Conquistada y convencida con sus palabras dulces y frases halagadoras, terminó de enmarañar mi voluntad. Me tomó de la mano, pero me sentía como suspendida en una nube. Fascinada, dejé que me llevara caminando hacia el viejo galpón.
Lo único que pasaba por mi mente, era un encuentro celestial.
Sin saber siquiera, entonces, el infierno que me aguardaba…
CAPÍTULO 13
TAN OSCURO QUE DA MIEDO
Campo “La Preciosa”.
Viernes 20 de mayo de 2011, de madrugada.
Hernán me llevaba de la mano. Iba a su lado, aceptando su propuesta. Sus comentarios me cautivaron el alma. Se convirtieron en anestesia para mi cerebro. Me había conquistado, con sus palabras dulces y frases halagadoras.
Hipnotizada, imaginaba un encuentro celestial. Sentí que me hablaba con el corazón, con palabras dulces y sinceras. Sus piropos y elogios me encantaron. Además, me había prometido que me iba a tratar delicadamente. Y le creí. Me convenció que todo iba a ser muy suave y dulce. Sus palabras me sonaron muy convincentes, como música para mi alma.
Conocer a un joven fuerte, interesante y embriagador, me atrapó. Pero una sensación en el fondo de mi alma, no me dejaba enteramente convencida. Una porción de mi ser me decía «No y no... No entres. Vete corriendo de ahí». Pero otra mitad de mí había sido embrujada por una mezcla de actitudes. Su mirada seductora, sus palabras zalameras, su voz convincente, sus promesas. Dentro del galpón todo era oscuro. Pero a través de los agujeros de las chapas oxidadas, se filtraban escasos rayos de luz que provenían de las columnas de alumbrado que había en el camino que llevaba a la sala de ordeñe.
—Ven aquí, cariño. Anoche preparé el camastro donde iba a dormir. Al final lo estrenaremos juntos. Nosotros dos, bonita.
Читать дальше