—Nena, qué dulce que estás —me susurró Hernán—. Opino que mis manos te gustaron, ¿no es verdad?
—De… de… ¿de qué está hablando, señor? —mi voz salía sin aire y estaba muy asustada.
Ni yo misma escuchaba nítidamente lo que salía de mis labios. El nerviosismo y la escena me iban envolviendo. ¿Qué hacía sola con un desconocido en mi propia alcoba?
—¡Por favor, no… no sea atrevido!
—Bonita, las palabras que salen de tus labios se contradicen con lo que dices y lo que percibo de tu cuerpo. Lo interpreto cuando te toco y te acaricio con mis dedos. Noto como se te eriza tu piel. Tu perfume es como el de una gatita en celo. Sé positivamente que mis caricias te gustaron. Y a mí también.
Me hallaba paralizada, confundida. No lograba responderle. Continuaba asustada y mi cuerpo temblaba. Sentía mi respiración entrecortada y de pronto envuelta en sudor.
—Bonita, tu boca dice una cosa, pero tu cuerpo me transmite otra. Sé que te gustaron mis manos. Quiero ser muy atento contigo. Verás cómo te gustará.
Su contestación me terminó de desarmar. No quería reconocerlo, pero su respuesta fue tan acertada que me fulminó. Me quedé ahí paralizada. Sin reacción. Sin saber que responderle.
—Princesa, déjame que roce tu suave y dulce entrepierna. Te noto excitada. Ni te imaginas como te encantará. ¿No lo crees?
Mi cabeza era un lío. Es real que sus manos me habían gustado. Sin embargo, mil dudas y contradicciones pasaban por mi cerebro. Mi excitación y bienestar por las caricias de sus manos —que fueron tan efímeras— se convierten en otra cosa. Él me sujetaba por la cintura y, con su otra mano libre, volvió a rozar mi entrepierna debajo de mi pollera. Sentía en mi garganta los latidos de mi corazón desbocado. Mi cuerpo no reaccionaba. En un segundo el efímero placer se había convertido en alerta y, unos segundos después, en miedo. El pánico se había apoderado de mí. Anhelaba salir corriendo y pedirle socorro a mi papi, pero mi garganta continuaba seca.
Y en ese instante, cuando menos me lo esperaba, escuché una voz salvadora…
—¡Evelyn! ¿Sigues en el dormitorio, hija? ¿Quieres que suba a ayudarte? ¿Has visto a Hernán?
CAPÍTULO 12
ERES BONITA COMO UNA PRINCESA
Campo “La Preciosa”.
Jueves 19 de mayo de 2011, de noche.
—¡Evelyn! ¿Sigues en el dormitorio hija? ¿Quieres que suba a ayudarte? ¿Has visto a Hernán?
Atrapada por ese desconocido, demoré unos segundos en contestarle, desconcertada por el llamado y alterada por lo que estaba sucediendo.
—¡Mi padre! ¡Ya voy papi! Suéltame. ¡Mi padre! —le denuncié a Hernán—. Él está subiendo por las escaleras. Sal a su encuentro con las mantas en la mano y atájalo para que no siga subiendo. Como sea. ¡Ahorita!
»Aquí, papi. Estábamos por bajar —le formulé temblorosa desde el interior de mi pieza—. Apúrese Hernán y salga al pasillo, por favor.
—Hola, don George —lo saludó Hernán y lo cruzó en el medio del pasillo del primer piso—. Va a necesitar revisar esa puerta y cambiarle el pestillo, está muy oxidado.
—La revisaré cuando pueda. Baje inmediatamente, señor. ¿Qué hace aquí? Nadie le dio permiso para subir al dormitorio de mi hija —le replicó muy enérgico mi padre—. ¿Todo bien, mi amor?
—Sí, papi —le contesté de espaldas por si llegaba a entrar a mi alcoba y me viera en qué estado me encontraba—. Bajo en unos minutos, estoy por entrar al baño. En un ratito llevo el resto de la ropa para armar la cama —terminé diciendo.
—¿Quieres que te ayude con la colchoneta? —me preguntó mi padre desde el pasillo.
—Bueno, Papi. Voy a entrar al baño. Aquí la dejo doblada en el piso.
Vi de reojo a mi papi entrar, justo cuando yo cerraba la puerta del baño de mi recámara y me ocultaba. Me miré al espejo. Mi cara enrojecida como un tomate. Mi respiración agitada. Mis ojos comenzaron a llorar, aliviada por haber zafado de Hernán. Varias veces me refresqué la cara con agua fría. Me acomodé mi pollera y la chomba, y luego peiné mi cabello. No lograba calmarme ni estabilizarme.
Pasados unos minutos, bajé a la sala de estar.
—¿Qué te pasa hija que estás tan colorada y agitada?
—Fue por el esfuerzo de abrir la puerta, papi. Y además la ropa me quedó muy alejada en el altillo. Me tuve que esforzar más de la cuenta.
—Sí, don George. Esa maldita puerta, ni que estuviera clavada en el techo. En el último intento, me colgué de la manija con todo el peso de mi cuerpo. Pensé que cuando se abría, se vendría el altillo encima.
—Apúrate, Hernán, y prepárate la cama aquí, que Evelyn debe levantarse a las cuatro de la mañana —le recriminó molesto mi padre.
—No te preocupes, papi. Hemos terminado.
—Hija, revisé afuera y todo se encuentra en orden. Volví a soltar a los perros, que había encerrado mientras Hernán se bañaba. Les llené los comederos y les puse agua limpia. Los corrales y las vacas están en perfecto estado. Nos podemos ir a descansar.
—Sí, papi. Gracias. Espérame y subimos juntos.
—Bueno, Hernán, todo ordenado. Espero que se sienta cómodo aquí. Que descanse y hasta mañana.
—Gracias, señorita Evelyn, igualmente a usted, señor. Buenas noches.
Tomé del brazo a mi papi y juntos nos dirigimos a nuestros dormitorios. Le di un beso y le deseé un buen descanso. Mi madre no regresaría esta noche. Tendría la cama para él solo.
—Evelyn, ¿seguro que te encuentras bien, mi vida?
—Sí, papi. Gracias. Que descanses. Hasta mañana.
Hasta él me notaba extraña y no me reconocía. Recorriendo el pasillo, volví hasta mi recamara, todavía temblando. Por un pelo, no fuimos descubiertos por mi padre. En el trayecto de pasar a mi cuarto, fui meditando: ¿cómo se había dado cuenta Hernán que me había excitado? Esos dedos y sus manos acariciando mi entrepierna me gustaron. Me hizo subir la adrenalina por las nubes… ¡madre mía! Pero no todo lo demás. La forma como me abordó fue de lo más indecente. Me sentí muy molesta por su gesto tan irrespetuoso. Pero muy en el fondo de mi alma, y aunque no lo pretendía reconocer, me había encendido. Ese roce me excitó. Esos dedos me erizaron la piel. Pero cuando intentó bajarme el bikini, puf... mi papi me salvó. Su llamado me protegió.
¿Cómo conciliar el sueño en este instante? Debía olvidarme y quitármelo de la cabeza. Era una locura lo que acababa de pasar. Él se había querido aprovechar de mí. Primero muy dulce y suave, pero luego se mostraba enceguecido y apurado, como si la excitación le borrara todas sus intenciones de delicadeza y cortejo. Necesitaba urgente una ducha de agua fría y pensar con mi cabeza, no con mi sexo. Eso es lo que debía hacer. Y no dejarme llevar. A punto estuvimos de que mi padre nos pescara. Si lo hubiera visto a Hernán acariciándome, lo habría ejecutado de un escopetazo fulminante. Ahí mismo.
Trabé la puerta de mi suite y, luego de darme una ducha, me puse mi pijama. Me metí en la cama, pensando en la odisea que acababa de sufrir aquí, ante un completo y total desconocido. Intenté descansar y relajarme, pero no pude, hasta que finalmente el cansancio me doblegó. No sé cuándo, pero definitivamente me dormí.
Casi al instante, sonó mi despertador. Y luego de dos o tres intentos lo encontré, y apagué la chicharra. ¿Qué pasó, me equivoqué en poner la hora de alarma?
Encendí mi velador y vi el despertador. ¡Eran las cuatro de mañana! Me había quedado frita. ¡Dormí cinco horas de un tirón! Fui al baño y luego me cambié con mi ropa de trabajo, como todos los días. Bajé a la sala. Hernán continuaba durmiendo junto al hogar. Ese sector permanecía en penumbra y no detecté movimientos mientras me acercaba a la cocina.
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