José Luis Domínguez - Las llaves de Lucy

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Todo comienza con la desaparición de la joven Evelyn en el campo de su familia. Sin sospecharlo, su padre descubre que su propio hogar se ha convertido en la escena de un hecho escalofriante: una terrible tragedia que no cabe en la mente de nadie, y menos en la suya.A muchos kilómetros de allí, Charly pretende burlar el inexpugnable Palacio Lecumberri, el presidio federal de máxima seguridad del estado de México, con más de mil presos como compañeros, custodiados por cámaras y francotiradores.Casi sin transición, el autor nos traslada a España donde, años más tarde, otras dos jóvenes vivirán diferentes experiencias: Lucy comienza una nueva relación con Jordi, pero los fantasmas del pasado siguen rondando a ambos; mientras que Daisy está entregada a una relación violenta que casi la lleva a la muerte.Las llaves de Lucy es una novela donde confluyen historias que se desarrollan en el pasado y en el presente y se entrecruzan en un fascinante puzle que el lector deberá ir resolviendo. Sin embargo, el identikit de un homicida que aparece en la portada de los diarios será una pieza clave que desencadenará una búsqueda desenfrenada por develar la identidad del psicópata sexual.En este libro nada es lo que parece, todos ocultan secretos, y tal vez sean necesarias las llaves de Lucy para desentrañar lo que cada uno esconde.Una novela con todos los condimentos —violencia, misterio, humor, romance, sexo…– que el lector disfrutará sin pausa, pero sin prisa.

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CAMPO “LA PRECIOSA”

Santa Lucía, Campo “La Preciosa”, México.

Jueves 19 de mayo de 2011, a la tarde.

Casi una hora después y luego de haber pasado por varios campos, abierto tranqueras y hasta meternos por el medio de un cultivo de girasoles, nos detuvimos junto a un portón de entrada. El cartel lo indicaba: Campo “La Preciosa”.

Me bajé, abrí la tranquera y avanzamos con la “chatarra” de Mayalén. Era un camino de por lo menos 150 a 200 metros de longitud, flanqueado de cada lado por una hilera de álamos de corteza blanca. Instantes después, nos recibían varios perros furiosos. Ni bien frenamos, un viejo de mediana estatura, de cabellos y bigote blanco salió a recibirnos. Mayalén se acercó caminando y lo saludó. Yo me quedé arriba, esperando ver cómo actuaba ella y qué plan escondía, a ver cuál era el show que quería montar.

—Hola don George, ¿cómo está?

—Bien, ¿y tú Mayalén?, ¿qué cuentas? No te esperaba tan pronto.

—Es que estábamos por esta zona, entonces decidimos aprovechar el trayecto.

—Le presento a mi ayudante Hernán —y me llamó haciéndome señas con la mano, invitándome a bajar rápido de la chata—. Aproveché que habíamos terminado una obra más temprano por aquí cerca y se me ocurrió visitarlo para que nos contara las refacciones que deseaba realizar.

—¿Cómo le va señor? Soy George Miller, para servirle. Aunque todo el mundo me conoce por don George.

—¿Qué tal? Soy Hernán, mucho gusto.

—¿Me puede mostrar lo que necesita, don George? Aún disponemos de claridad y podremos ver lo que está planeando que le construya.

—Seguro, Mayalén, acompáñame. Síganme por este lado.

Nos separamos apenas dos metros detrás del viejo y rápido le consulté a ella en voz baja: «¿En qué lío nos estás metiendo, tienes idea de esto?». Con sus bellos ojazos negros, Mayalén me fulminó. Lo más campante y en tono similar me respondió: «descuida huevitos, confía en mí; todo saldrá bien».

Fuimos detrás de don George, avanzando por un camino de piedras, hasta un galpón de chapas bastante deteriorado, distante a unos 300 metros de una vivienda. Por detrás y a un costado del galpón, se veía un tanque australiano, posiblemente para reserva de agua de lluvia.

—¿Le ha gustado a su esposa cómo refaccioné y amplié la sala de estar y el hogar a leña?

—Por supuesto, Mayalén. Le ha encantado. Incluso el invierno pasado estrenamos la estufa. Funciona de maravillas. No penetra humo en la sala. ¡Está contentísima!

—Me alegra, don George —y me fulminó como diciendo “viste huevitos, ¿qué pensabas, que era solo un lindo culito?”— Bueno, don George, a ver si me explica qué desea refaccionar.

—Tengo en mente armar aquí una nueva sala de ordeñe con varios boxes de ambos lados y un pasillo central. Por fuera, necesito que construyas un nuevo corral, conectado con este galpón. Nos han traído un nuevo plantel de vacas Jersey y el edificio actual de ordeñe se ha quedado chico.

—¿Vacas Jersey? No conocía esa raza, don George.

—Sí, Mayalén, te explico brevemente: se las llama Jersey, porque justamente su nombre proviene de la isla de Jersey, en Inglaterra, de la cual son originarias. Según estudios, la leche obtenida de estas vacas proporciona más calcio y proteínas que el común de las leches de otras razas vacunas. Y se la usa en la elaboración del helado artesanal. Pienso probar este nuevo rango de negocio, a ver cómo funciona. Y vender mi leche a empresas que lo fabriquen. En consecuencia, quiero convertir este galpón para producción de leche de esa raza —terminó de explicarnos don George.

—Bueno, entremos, así me describe su idea. Yo iré tomando nota en este cuaderno.

Casi una hora después, ella había hecho varios croquis y anotado los detalles que le proponía el dueño del tambo. Incluso yo le ayudé a tomar unas medidas dentro del galpón y en la periferia. Una vez que habíamos terminado la recorrida, le explicó al viejo:

—Mire, don George, en unos días le preparo los costos y lo llamo para indicarle el costo de la obra y cuando podríamos empezar. ¿Está apurado?

—No, Mayalén, estamos bien de plazo. Espero tu presupuesto. Gracias por haberte arrimado hasta aquí, vives bastante lejos.

—Sí, es cierto, pero para eso estamos; para atender a los clientes. Y hablando de atender, necesito pedirle un gran favor, don George, muy especial. A ver si consigue colaborar.

—Si puedo, con gusto.

—No es para mí. Es por mi asistente. Le agradecería si le puede echar una mano. Porque yo no tengo posibilidades.

—¿De qué se trata? —le preguntó confundido el dueño.

—Hace dos noches, Hernán tuvo una salida con unos chavos y bebió unas copas de más. Llegó accidentalmente “mareado” a su casa. Cuando entró, la mujer lo saludó, pero también “lo olfateó”. Además del tequila, le descubrió olor a perfume de mujer. ¿Se imagina como se puso de furiosa? Lo echó a patadas. Ni siquiera pudo abrir la boca. La esposa lo sacó a escobazos, literalmente, don George. “Vete a dormir con la chaparrita que te pegó el perfume”, le contestó, y lo dejó afuera con un portazo en las narices.

—¡Brava la bruja! Perdón, digo… tu señora, Hernán —se disculpó don George, observando al extraño.

—Ni que lo diga —y aproveché y metí mi bocadillo—. Fíjese que estoy con la ropa de trabajo desde hace dos días. Y anoche Mayalén me ayudó y pude cobijarme unas horas en su chata. Al menos, no estuve a la intemperie. Pero la realidad es que me morí de frío.

—Por eso, don George, le pido el favor, si por esta noche le da asilo aquí. Aunque sea en el galpón. Él se puede armar un camastro de pasto o forraje. Y usted le da una manta vieja para taparse y con eso es suficiente. Mañana vendré a buscarlo por la mañana —concluyó Mayalén—. ¿Qué me responde, don George? ¡Ándele güey, échele una mano! ¡Es solo esta noche!

—Bueno, de acuerdo. Lo hago por ti, porque te conozco. Se podrá quedar ahí y dormir en el galpón. Mi mujer no dirá nada.

—Muchas gracias por su deferencia —le agradeció Mayalén—. Hernán, me olvidaba, en la camioneta tengo el bolso. Te traje la ropa que me pediste anoche. Es de mi padre que es más o menos de tu tamaño. Así te puedes cambiar y estar decente. Ven, acompáñame a la chata, que debo retornar a casa. Tengo un largo trayecto.

—Hasta pronto, don George. Saludos a su esposa.

—Gracias, Mayalén. Buen regreso a casa.

Me hizo señas y juntos nos volvimos andando hasta donde había estacionado su “chatarra”.

—Oye, cabroncita, lo volviste a hacer de nuevo. Eres una campeona. ¡Impresionante! Estoy pensando seriamente en ti como futura socia, para cuando atraque el Banco Nacional, je. Eres muy hábil con tu lengua, convenciendo gente.

—Hablando de lengua, huevitos, cuando estés más tranquilo, me invitas unos tragos. Te puedo demostrar mis otras habilidades lingüísticas, pero en circunstancias más sosegadas. ¿Te animarías?

—Y cómo no. No te tengo miedo. No pienses que me asustas ni que me vas a intimidar. Te llamaré algún día para recordar estas aventuras y nos tomaremos unas pintas con unas quesadillas. ¿Te gustaría?

—Encantada. Te estaré esperando… huevitos.

—Te decía que eres muy buena con tu prédica. Pones cara de póker sin cambiar de color. Ni se te mueve un pelo. Hablas de una manera muy convincente. ¡Actúas de primera!

—Gracias, chavo.

—Escucha, Mayalén, te quiero pedir un último favor. Llámalo a Pancho desde un teléfono público y le avisas que has cumplido tu parte, y que me has dejado a buen resguardo al menos por 24 horas. De parte mía, le pides que esta misma noche te espere en su casa, que es muy importante y que guardas un encargo para él.

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