Los renombrados huevitos volvieron a tomar protagonismo, los sentía subiéndose otra vez a mi garganta. En cuanto abriera la camioneta para buscar los papeles en la guantera, yo estaría muerto. Al descubrirme sin documentos, los polis —seguro con mis fotos encima del patrullero— me identificarían de inmediato. Y estaría bien fregado. ¡Qué cabrones!
—Aquí tiene oficial —escuché por fin y mi alma volvió al cuerpo.
—A ver… —y luego de unos instantes—. Bueno, señora, todo está en orden. Prosiga. Suerte con su trabajo.
—Oficial ¿Le puedo pedir un favor? ¿No me ayuda con el capó, que no logro cerrarlo?
—Pero por supuesto, apártese a un lado, por favor. Nosotros nos encargaremos. No permitiremos que se lastime.
—Leonardo, tú que eres más alto, levanta a tope el capó, que yo destrabo aquí.
—Esto está oxidado, señora, por eso no baja. ¿Tendrá en la caja algún martillo o un palo para destrabar el resorte de la bisagra?
—Sí, oficial.
—José Manuel, acompaña a la señora y ayúdala a ver si encuentra la herramienta.
—Ok, Leonardo.
—Ven acompáñame, José Manuel. Yo me inclinaré dentro de la caja; tú sujétame para que no me caiga. ¿De acuerdo?
—Sí, señora. —José Manuel, sujétame fuerte y no me dejes caer.
—Por supuesto, señora, yo la sostengo.
Charito hizo como si perdiera el equilibrio y actuó exageradamente; ejercitó sus meneos de “colita” en la cara, delante de sus ojos. Le movió sus pompis sobre el rostro. No le hacía falta verlo, al pobre oficial José Manuel. Lo imaginaba retorciendo sus ojos y lo duro que se le habría puesto “su amiguito” ante sus balanceos.
—¡Mamacita, que pompis más bonitas! —le escuchó susurrar.
—Perdón… ¿qué fue lo que dijiste, José Manuel? —lo encaró.
—Que… que… despacito, señora, que yo la sujeto. Busque confiada que la sostengo perfecto.
—Te había entendido otra cosa. ¡Eres todo un caballero, José Manuel! Aguarda, ya vi el martillo, lo tengo. ¿Puedes ayudarme a bajar?
—Oficial Leonardo —le gritó—, aquí conseguimos la herramienta —y cuando se dio vuelta comprobó la cara del pobre José Manuel. Su rostro ardiente como un hierro, y abajo ídem. Se había empalmado y no podía ocultar el bulto en su pantalón. El pobre transpiraba porque no podía disimularlo.
—Leonardo, sujeta el capó bien arriba, que no se te venga encima. Le voy a destrabar el pestillo, a ver si logro aflojarlo.
—Luego de darle unos golpes:
—Listo, Leonardo, lo tenemos. Ahora que aflojó, puedes bajar el capó con cuidado.
—Voy a tener que arreglar eso, oficial. Sino definitivamente estaré en problemas.
—Seguro, señora. En esta oportunidad le solucionamos el inconveniente. Pero le recomendamos que, cuando pueda, vaya a un taller para remediar esto. La próxima vez, usted sola no lo podrá cerrar. Buena suerte.
—Gracias por la ayuda, oficiales.
La chaparrita trepó a la camioneta, se sentó a mi lado y la puso en marcha.
—No te salgas desesperada. Mueve despacio la chata, sin ninguna prisa, y sube al pavimento como si tal cosa. Acelera normal —yo simulaba dormir con el sombrero en la misma posición de los últimos minutos, mientras le hablaba a Charito.
—Cálmate, primo, sé cómo proceder.
—Verifica por el espejo —le pedí— a ver qué hacen esos cabrones. ¿Nos acechan?
—No. No nos acosan, pero se están moviendo. Aguarda, acaban de subir a la ruta y avanzan en nuestro sentido.
—Son unos cabrones insoportables. ¿Me habrán reconocido?
—Un momento. Relájate. Acaban de girar. Están ingresando en la estación Pemex.
—Listo. Uff… Cambiaron de idea —me incorporé, me saqué el sombrero y dejé de simular—. Gracias por sacarnos de aquí. ¿Cómo te llamas?
—Mayalén, primo.
—¿Mayalén? No había escuchado ese nombre tan exótico. ¿De dónde proviene?
—Es de nuestros ancestros mayas. De nuestro país. ¿Y tú cómo te llamas, primo?
—Por las dudas, para no involucrarte en nada, sígueme llamando “primo”.
—Déjate de joder. ¿Qué nombre es ese? Inventa cualquier nombre.
—No se me cae ninguno…
—Descuida, ya lo tengo. El señor te bautiza en este acto: “huevitos” —me respondió Mayalén riendo—. Oh… perdón “primo” por lo que dije antes, pero te pusiste muy “alteradito” conmigo. Y por si no te diste cuenta, te estoy ayudando. ¿O qué crees? No soy tu sirvienta. Te vengo a hacer un favor en esto, hasta que te entregue a Pancho. Y después… “si te he visto no me acuerdo” —me contestó con cara seria.
—Disculpa, soy un menso. Esta fuga me ha puesto más loco que una cabra, con un estado de excitación que exploto. Tengo los nervios de punta y salto como leche hervida ante cualquier cosa.
—Te entiendo, pero me importan un coñazo tus nervios. No tengo por qué aguantarme tus pendejadas. Ni que te hubieran aplicado mil voltios.
—Discúlpame por la contestación. No te lo mereces. Estás dándome un gran apoyo. Eres muy buena en esto.
—Escucha, tengo un nombre especial para rebautizarte y que no se me olvide: por unos días te llamarás… Hernán, eso es: “Hernán Gonzalo Cifuentes”. Pero yo solo te diré Hernán a secas. ¿Te convence?
—Me gusta. De acuerdo. Adelante.
—Acepto tus disculpas, huevitos. Sigamos.
Con Mayalén al mando, reanudamos la marcha y avanzamos con su chata, moviéndonos y alejándonos de los polis cabrones.
—Nena, debo felicitarte. Has estado imponente. Primero con la camioneta, camuflada de contratista de obras; y luego con tu simulación del capó. Ah… y lo más sublime: tu actuación y la seguridad con que le respondías a los agentes. Cuando te pidieron los documentos, casi me cago, perdón. Si entraban a la cabina, hubiera sido mi final.
—Gracias, Hernán, pero no simulé nada. Todo lo que hice y dije fue verídico. Lo único que simulé fue la avería de combustible.
—¿En serio? —le pregunté sonriendo.
—Por supuesto. Te lo firmo, güey.
—Eres insuperable, Mayalén. Mi primo Pancho te ha seleccionado muy bien. Me has sorprendido gratamente. Dame la mano —y me dio la palma derecha y la chocamos los dos.
—Gracias. Solo vine a recogerte. ¿Tienes en mente algún plan para mí?
—Sí, Mayalén. Lo primero es salirnos de esta vía, antes que nos crucemos con un nuevo control policial. Intenta encontrar caminos alternativos, secundarios, inter chacras, o por donde sea. Pero salgamos de aquí arriba, porque rodamos sobre fuego. Búscame un buen escondite —continué—. A esta hora, toda la policía del estado me debe estar buscando. Viendo la geografía de zonal rural, seguramente debe haber por aquí algún cobertizo o establo, en algún campo alejado de la ruta, un lugar que sea poco conocido. Me ocultas. Luego lo llamas a Pancho y le pides que venga a buscarme por esta zona. Tú te retornas a tu casa. Fin del viaje y tu ayuda.
—De acuerdo, Hernán. Déjame pensar qué hacemos.
—¿Sabes qué hora es, Mayalén?
—Sí, casi las cuatro de la tarde.
—Mayalén, lo primero es encontrar un escondite. Asegúrate de llegar sin que nos vean y que ningún jodido poli nos detenga en el camino —le imploré.
—Baja la tensión. Descuida, me parece que lo que estoy tramando, puede resultar... ¡Ya lo tengo! Se me ocurrió una idea brillante. Creo disponer un plan. Ni a Pancho se le hubiera imaginado una madriguera tan ingeniosa como la que estoy elucubrando.
—No me entusiasmes. ¡Dime qué te traes entre manos, chaparrita!
—Ya lo verás, huevitos. Salgámonos de aquí, ahorita, antes de que te pesquen los miles de policías que te buscan.
Читать дальше