La producción agropecuaria de cereales y carne estuvo a cargo de empresarios locales de distinta dimensión: terratenientes ganaderos de familias tradicionales como los Senillosa, los Luro o los Unzué, y pequeños y medianos productores agrícolas de origen inmigrante localizados en las colonias santafesinas, pero también en la provincia de Buenos Aires (Hora, 2002; Sesto, 2005; Martirén, 2016). Los primeros invirtieron en el refinamiento del vacuno, dando origen a la especialización ganadera acompañada de un aumento de la productividad durante el último cuarto del siglo diecinueve. Los segundos se diversificaron e invirtieron en maquinaria agrícola e insumos por la vía del crédito informal de comerciantes y de fabricantes.
Las mayores empresas de capital nacional eran los establecimientos agropecuarios y las empresas azucareras del norte argentino como la Compañía Azucarera, la Refinería Ledesma y San Martín de Tabacal, entre otras. En términos de capital también hay que mencionar los bancos argentinos. Gran parte de las operaciones comerciales se concentraron en la denominada banca étnica, que agrupaba a comerciantes de origen migratorio, como el Banco Español del Río de la Plata o el Banco de Italia y Río de la Plata (Barbero y Lluch, 2015; Moyano, 2015).
En el universo de medianas y pequeñas empresas confluyeron las firmas agroindustriales: vitivinícolas, molineras, lácteas y aceiteras. Organizadas como empresas familiares, fueron fundadas por inmigrantes italianos, españoles y suizos. Aunque se crearon para cubrir la demanda del mercado interno, estas firmas aprovecharon las coyunturas favorables para expandir sus exportaciones a los países vecinos desde la primera posguerra. Las empresas lácteas y molineras contaban además con exenciones impositivas para la fabricación de productos derivados del sector agropecuario. La elaboración de alimentos, bebidas y tabaco en las ciudades también estuvo a cargo de empresas familiares, en su mayoría fundadas por inmigrantes. Terrabusi, Bagley, Canale, Bieckert y Piccardo lideraron la producción de galletitas, cerveza y tabaco durante todo el siglo hasta que fueron adquiridas por multinacionales extranjeras (MNEs) a fines del siglo XX.
Entre las industrias urbanas prosperaron además empresas de las ramas textil y del cuero, industrias gráficas y del papel, como la Fábrica Argentina de Alpargatas, Grimoldi, Kraft, Peuser y la Compañía General de Fósforos. Las empresas textiles, gráficas y los pequeños talleres metalúrgicos, como Vasena y La Cantábrica, solían complementar la producción con la importación de bienes similares, pero de mayor calidad (Barbero, 2000; Belini, 2010; Rocchi, 1994).
Por otra parte, la industria frigorífica y la elaboración del tanino para la industria textil con destino a la exportación fueron actividades mayormente controladas por empresas extranjeras. Las empresas frigoríficas de capitales argentinos y británicos como Sansinena, The River Plate Fresh Meat o Liebig fueron perdiendo posiciones frente a las empresas estadounidenses que adquirieron antiguas plantas y abrieron otras nuevas. En 1907 la norteamericana Swift & Co compró la Plata Cold Storage Co y, poco después, National Packing Company compró La Blanca. La incorporación de la tecnología del enfriado -chilled-beef- en las plantas estadounidenses permitía producir carnes de exportación más sabrosas que aquellas elaboradas con el método anterior del congelado -frozen-beef- lo cual aseguró su dominio del mercado hacia la primera guerra mundial.
Las firmas estadounidenses tenían fuerte presencia en la importación de material eléctrico, herramientas y maquinaria -The South American Electric Supply Co., The United Shoe Machinery, Singer Sewing Machine Co. o International Harvester- y en el sector petrolero -Galena Signal Oil Co. y West India Oil Co.- antes de la primera guerra. Después de su finalización iniciaron también la fabricación de productos farmacéuticos y medicinales (Lanciotti y Lluch, 2018).
Por su parte, las empresas alemanas se dedicaron al comercio, a las finanzas y a los servicios públicos de electricidad y telefonía. La temprana presencia de filiales comerciales como Acumulatoren-Fabrik (AFA Tudor Varta), Orenstein & Koppel-Arthur Koppel Aktiengesellschaft o Tubos Mannesmann se asociaba a la cuota de mercado que cubrían las importaciones alemanas dominantes en los rubros de papel, hierro y acero. La empresa alemana más capitalizada era, sin duda, la CATE (Compañía Alemana Transatlántica de Electricidad) que proveía de electricidad a la ciudad de Buenos Aires. Por su parte, Transradio Internacional Radiotelegráfica y la Internacional de Teléfonos estaban entre las empresas líderes en telecomunicaciones.5
Las firmas más capitalizadas eran las británicas, con elevadas inversiones en redes ferroviarias y servicios públicos urbanos, sectores que lideraban además del financiero y del hipotecario. Las compañías ferroviarias al igual que las empresas privadas de gas y de aguas corrientes eran británicas con concesiones que se extendieron hasta la segunda posguerra. En el sector ganadero e industrial también operaban grandes firmas británicas. Las empresas francesas y belgas tuvieron una inserción sectorial similar a la británica concentrada en transporte, infraestructura, crédito y finanzas.
1.1.1 ¿Cómo impactó la primera guerra mundial en la economía y en las empresas?
Durante la primera guerra mundial, la caída de las exportaciones agrícolas, la disminución de las importaciones y la escasez de combustibles impactaron negativamente en las empresas industriales que dependían de insumos importados -eléctricas, metalúrgicas y construcción-. Por el contrario, las industrias orientadas al mercado local, especialmente las alimenticias, recibieron un impulso para sustituir la producción importada. Así, en los años 1920 se produjo un aumento de la escala de producción a partir de la incorporación de motores a explosión y energía eléctrica en las plantas industriales que producían manteca, queso, papel, envases y herramientas (Kofman et al., 2012). El tirón de la demanda externa también benefició a las grandes empresas molineras, como Molinos Río de la Plata o Minetti, que antes de la guerra habían integrado el acopio de cereales, la producción harinera y la fabricación de productos alimenticios. Estas compañías se reorganizaron como sociedades anónimas, aumentaron su capital e incorporaron maquinaria importada.
Las empresas lácteas aumentaron su capacidad productiva e integraron las distintas actividades de su cadena de valor: se incorporaron los tambos a las estancias y se instalaron cremerías, queserías y mantequerías para abastecer ciudades, pueblos y colonias y también para exportar manteca, queso y caseína. La fijación de precios máximos de la leche alentó la inversión de las empresas lácteas en tecnología, en nuevas plantas pasteurizadoras y en redes de distribución. La Martona -fundada por un estanciero bonaerense- era la empresa más grande de un sector que incluía a numerosas empresas familiares de origen inmigrante y a firmas extranjeras como The River Plate Dairy o Swift (Kofman et al., 2012).
Las empresas exportadoras de bienes agropecuarios también iniciaron procesos de concentración, capitalización y tecnificación en la década de 1920. Los frigoríficos aumentaron la exportación durante la guerra, lo cual incentivó la inversión en nuevas plantas procesadoras como la inaugurada en Rosario por el Frigorífico Swift a fines de 1924.6 Por el contrario, la caída de la exportación de rollizos de quebracho (una madera especialmente apta para la fabricación de durmientes de ferrocarril y para la construcción) desde 1914 y la caída de la demanda externa de tanino marcaron el comienzo del declive de las empresas forestales (Kofman et al., 2012).
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