Margit Sandemo - El Pueblo del Hielo 3 - La hijastra

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El Pueblo del Hielo 3 - La hijastra: краткое содержание, описание и аннотация

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Sol es una poderosa bruja gobernada por un espíritu de la oscuridad… y una joven que tiene que obedecer a sus padres. Por fin, llega el día en se convierte en toda una mujer y puede desatar todos sus poderes. Su vida y la de todos los que ama, nunca volverán a ser iguales. Mientras Sol viaja por Noruega y Suecia, la caza de brujas la amenaza a cada paso. Pero la emoción de sus poderes y la sensual llamada del Príncipe de las Tinieblas la impulsan. La Leyenda del Pueblo del Hielo toma un giro oscuro y peligroso. «Margit Sandemo es simplemente maravillosa.» The Guardian «Una historia llena de personajes convincentes, bien planteada en la línea temporal, y reveladora: hará que los lectores abran los ojos de par en par y que probablemente sientan cierto cosquilleo en la ingle… Es una novela gráfica sin imágenes; no puedo esperar a leer que sucederá a continuación.» The Times «Una mezcla de mito y leyenda entrelazada con eventos históricos: esta creación imaginativa atrapa al lector desde la primera página hasta la última.» Historical Novels Review

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—Pero el perro no estaba dentro —objetó el conde—. Estaba atado en su sitio, bajo la ventana de la cocina.

—¿Afuera, en el jardín?

—Sí... Es decir, no precisamente. A la vuelta junto a la huerta.

—¿Lo ataron allí?

—No, no sé quién lo hizo. Probablemente uno de los sirvientes.

—Entonces ¿nunca miró allí en ese momento?

—No, el perro nunca estuvo en discusión porque había estado atado en su lugar habitual.

Miraron la puerta que llevaba al jardín. El picaporte estaba demasiado alto para que un niño lo alcanzara. Pero...

Dag colocó las manos en el picaporte como si fueran las patas de un perro grande y luego las retiró.

La cerradura cedió y fue fácil imaginar cómo el gran perro podía haber abierto la puerta. Dag permaneció callado un instante, mirando la abertura. Despacio y en silencio, la puerta regresó sobre sus bisagras y el pestillo se cerró con un «clic». Ahora, la puerta estaba cerrada de nuevo.

—Sí, pero el perro estaba atado en su lugar habitual —insistió el conde.

—La pregunta es: ¿cuándo ataron al perro? —dijo Dag—. Podría haber sido después de la desaparición del niño y antes de que las damas notaran su ausencia.

—Averiguaré de inmediato quién ató al perro y cuándo —respondió el conde—. Todo el tiempo pensamos que alguien había entrado en secreto en la casa a través de la puerta principal y que había secuestrado al niño. Esperen un minuto mientras le pregunto a los sirvientes.

—Ahora no —dijo Sol rápido—. No debemos permitirnos desperdiciar tiempo en cosas de poca importancia. Percibo que el perro estuvo involucrado y eso es suficiente. Vayamos al jardín.

El jardín no era muy grande. Un seto espeso y el muro de una gran casa vecina lo rodeaba por dos laterales mientras que a la derecha había cobertizos viejos que formaban un límite entre el jardín y la propiedad contigua. Caminaron hacia los cobertizos, pasando junto a la huerta a la derecha. El perro estaba allí junto a su caseta. Se levantó cuando pasaron y meneó la cola. Dag se acercó y lo acarició.

Sol ya había pasado junto a todos los cobertizos. Un cacareo constante le indicó que uno era un gallinero; un cerdo resopló desde otro de los cobertizos.

—Por supuesto que hemos revisado los cobertizos —dijo el conde—. Cada uno de ellos.

Sol asintió.

—Él no está aquí. ¿Ha intentado que el perro rastree al niño con su olfato?

—Claro, pero no es un rastreador, y aunque podemos tomar prestado uno de nuestros conocidos, el rastro ya es demasiado viejo. Llovió toda la noche cuando el niño desapareció.

El muro de la casa vecina no tenía grietas, así que solo quedaba el seto.

Sol se apoyó en sus manos y rodillas para arrastrarse, y a veces se recostaba por completo sobre su estómago.

—Sus prendas quedarán completamente arruinadas —exclamó el conde.

—No importa —respondió ella— la vida de un niño es mucho más importante. ¡Empiecen a buscar aquí!

Los dos hombres obedecieron.

—El seto es demasiado espeso —comentó el conde—. Ya hemos buscado todo a lo largo.

—No creería de lo que es capaz un niño —dijo Sol.

Dag había introducido la mano entre las espinas y preguntó:

—¿No crees que este agujero es demasiado estrecho?

Se acercaron a verlo. Sol reptaba sobre su estómago, plana como un panqueque, con la mitad del cuerpo dentro del seto.

—Parece imposible, pero si el niño ha salido del jardín, entonces debe haberlo hecho por aquí —respondió Sol—. Nosotros no pasaríamos, ¿pero quizás un niño de dos años sí? ¿Es pequeño para su edad, su Señoría?

—Sí, supongo que lo es y solo tiene diecinueve meses. Pero no podría haber gateado hasta aquí. ¡Es imposible!

—¡Pues lo hizo! —respondió Sol mientras salía del seto—. ¡Mire lo que había enredado entre las espinas!

Abrió la mano y exhibió unos cabellos delgados y rubios.

—¡Albrekt! —gritó el conde—. Es el primer rastro que tenemos de él.

—Mire allí abajo —indicó Sol—. Allí verá que si él se arrastró contra el lateral derecho de los arbustos, debería haber salido a otra parte.

El conde obedeció.

—Sí, es una posibilidad... ¡Y aun así es increíble!

—Los niños son increíbles. ¿Qué hay al otro lado?

—Tiendas. El patio trasero les pertenece.

—¿Qué día de la semana desapareció?

—Un domingo. También hemos buscado por allí. Todo el vecindario ha buscado al pequeño.

Sol se sentó en el suelo. Estaba sucia y el seto le había raspado el rostro por ... Pero aún se la veía increíblemente hermosa.

—Se arrastró por aquí. Apostaría mi bendita alma a que eso hizo —afirmó ella.

Dag pensó: «Es fácil para ti decirlo, Sol. Hasta donde sé, nunca te importó demasiado la pureza de tu alma.»

—¿Podrías describir su entorno con más detalle? —preguntó el conde Strahlenhelm.

—No. Sin embargo, detecto un aroma... aunque no sé bien qué es. Es un olor familiar, pero no logro discernirlo.

—¿Ves el entorno en tu mente? —dijo Dag en voz baja—. ¿Ves qué hay afuera?

—No. No vi nada fuera y dentro era muy pequeño y estrecho, sin apenas objetos. Había algo grande y negro en un rincón. Al menos eso creo, pero no recuerdo bien y ahora no «veo» nada. Solo estuve allí cuando estuve sentada con la muñeca de trapo.

—Traeré la muñeca —dijo el conde.

—No. Ya he visto todo lo que era posible ver a través del juguete. Pero creo que lo que huelo es un objeto de madera. Oh, sé que suena estúpido, pero la palabra «tornillo» no deja de aparecer en mi mente.

—¿Alguna clase de prensa? —preguntó Dag.

—Bueno, sí, puede ser —respondió Sol, vacilante—. Es posible, pero no estoy segura.

—Hay algo que no entiendo —dijo Dag—. ¿Cómo pudo el pequeño quedar encerrado? Sin duda no pudo haber alcanzado algo tan alto, ¿no?

Sol deslizó una mano sobre su frente.

—Creo que percibí algo junto a la puerta. Debe haberse parado sobre ese objeto.

—¿Y no pudo abrir la puerta de nuevo una vez dentro?

—Probablemente no.

—¿Qué cobertizo pequeño tendría un cerrojo en el interior? —preguntó el conde, quien había aceptado las habilidades excepcionales de Sol.

—Solo hay una opción creo —dijo Dag a secas.

—No, no es un baño —decidió Sol—. Me pregunto si es un pasillo.

—¿Con otra puerta?

—Quizás, pero no vi una.

—¿El domingo? —dijo Dag pensativo—. El niño debe haber gritado un largo tiempo sin que nadie lo oyera. En especial en el barrio de los mercaderes. —Sol se volvió hacia el seto—. Necesitamos arrastrarnos por allí —indicó ella y señaló con la cabeza hacia el seto.

—No es necesario. Podemos rodearlo —sugirió el conde y avanzó con rapidez hacia la casa.

—Sol, tienes un aspecto terrible —susurró Dag.

El conde Strahlenhelm lo oyó y se detuvo. Juntos ayudaron a limpiar a Sol y sacudieron sus propias prendas.

No tardaron mucho en rodear la cuadra y salir al patio trasero al otro lado del seto. Allí vieron algunos cobertizos pequeños y muchos barriles viejos. Al entrar, montones de ratas salieron corriendo por todas direcciones. El conde tembló.

Mientras caminaban por la casa, Sol sujetaba otra vez la muñeca. Estaba de pie con los ojos cerrados, apretándola fuerte contra el cuerpo. Apenas notó al jovencito que atravesó el patio corriendo. Él la miró con confusión al igual que lo habían hecho los sirvientes mientras observaban por la ventana cuando Sol y los dos hombres se detuvieron junto al seto. El joven salió rápido a la calle y quedaron solos de nuevo.

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