Margit Sandemo - El Pueblo del Hielo 3 - La hijastra

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El Pueblo del Hielo 3 - La hijastra: краткое содержание, описание и аннотация

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Sol es una poderosa bruja gobernada por un espíritu de la oscuridad… y una joven que tiene que obedecer a sus padres. Por fin, llega el día en se convierte en toda una mujer y puede desatar todos sus poderes. Su vida y la de todos los que ama, nunca volverán a ser iguales. Mientras Sol viaja por Noruega y Suecia, la caza de brujas la amenaza a cada paso. Pero la emoción de sus poderes y la sensual llamada del Príncipe de las Tinieblas la impulsan. La Leyenda del Pueblo del Hielo toma un giro oscuro y peligroso. «Margit Sandemo es simplemente maravillosa.» The Guardian «Una historia llena de personajes convincentes, bien planteada en la línea temporal, y reveladora: hará que los lectores abran los ojos de par en par y que probablemente sientan cierto cosquilleo en la ingle… Es una novela gráfica sin imágenes; no puedo esperar a leer que sucederá a continuación.» The Times «Una mezcla de mito y leyenda entrelazada con eventos históricos: esta creación imaginativa atrapa al lector desde la primera página hasta la última.» Historical Novels Review

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Sol sintió el peso de la grotesca raíz seca entre los dedos. Era grande, más larga que su mano, y tenía marcas donde alguien había cortado trocitos de los extremos de la raíz. ¿Habría sido su ancestro tan temido, Tengel, el Maligno, quien lo había hecho? Decían que la mandrágora le había pertenecido a él. No cabía duda de que la habían utilizado para magia negra. Sol conocía muy bien el poder de la mandrágora y sabía que podía usarla de muchas maneras: como poción de amor o tal vez para destruir a un enemigo o incluso para hacer rico a su dueño.

Una delgada tira de cuero amarraba la raíz. Asintió con aprobación. Ahora le pertenecía a ella. Ahora ¡ella podía usarla con el fin para el que fue creada!

Desató la tira de cuero, la colgó de su cuello y la escondió de la vista. Sentía que la raíz era pesada y áspera en contacto con la piel entre sus pechos, como si estuviera amoldándose a su cuerpo. Sol se estremeció como si la raíz estuviera viva. Pero pronto se habituó a ella. Ahora la protegía el amuleto más poderoso de todos, el talismán de buena suerte más famoso de todos los tiempos. Se sentía a salvo... Y para ella, era una ocasión solemne.

Dag ya estaba en Copenhague. Le encantaría volver a verlo. Él había estado estudiando leyes en la universidad de la ciudad y planeaba conseguir un buen empleo cuando regresara a Noruega. Dag había estado en Dinamarca durante un año y medio. La familia confiaba en que él cuidaría a Sol. Quizás algo bueno saldría del viaje: ¿una oferta laboral o contactos útiles? Respecto a contactos sociales, Silje, siempre romántica, naturalmente había pensado en un candidato adecuado para contraer matrimonio. Dag podía presentar a Sol en el círculo de personas más adecuado de la Corte y en otros lugares influyentes. Muchos de los amigos académicos de Dag pertenecían a familias nobles. Así, ellapasaría un mes con Dag y luego regresaría a Noruega.

Sol reía mientras avanzaba rápido por el bosque de árboles mecidos por el viento aullador. Sin duda sería reconfortante tener cerca a su hermanastro. Pero ¿«las personas más adecuadas»? Sol sentía que esas serían las que ella misma escogería. Aun así, reflexionó que uno no debía descartar por completo la Corte. Quizás allí encontraría algunos muchachos apuestos. Sol había permanecido casta y modesta desde que sedujo a Klaus, el chico del establo, a los catorce años. Ahora sentía que estaba más que lista para una nueva aventura. Después de todo, el episodio con Klaus apenas la había satisfecho y no había sido nada más que una conquista. Sabía que aún le quedaban por explorar muchas emociones y más excitantes en las relaciones entre un hombre y una mujer.

Deslizó las manos sobre las curvas de su cuerpo sabiendo cuán hermoso era. Demasiadas personas se lo habían mencionado.

«Pobre Hanna», pensó Sol, con una puntada repentina de arrepentimiento. Hanna nunca tuvo las oportunidades que había tenido Sol. Hanna fue una mujer fea, tan horrenda de hecho, que todos le dieron la espalda. Además, había estado tan sola y aislada en el pequeño valle montañoso...

En cambio, para Sol, ¡el mundo le pertenecía! Y tenía intenciones de usar todos sus talentos al máximo. Todos en casa se habían entristecido cuando partió, pero también comprendían que ella necesitaba tener la libertad de desplegar sus alas porque, de otro modo, su entorno la ahogaría. Los últimos seis meses habían sido bastante difíciles. Sabía muy bien que estaba impaciente e inquieta. Tengel y Silje la abrazaron con fuerza al despedirse, y a su hermanita, Liv, se le llenaron los ojos de lágrimas. Charlotte Meiden fue a despedirla y a enviarle saludos a su amado hijo, Dag.

Y de este modo, ella y Are partieron cabalgando por el sendero de tilos, el adorado paseo de Silje.

Había un hueco entre los árboles que delineaban el paseo, donde el tilo de la baronesa marchitó y murió. La anciana había fallecido y ahora estaba enterrada en el cementerio de Graastensholm.

Tengel había plantado un árbol nuevo en el lugar del viejo. Sol recordaba bien cuando él lo hizo, y el consiguiente estallido de furia de Silje.

—No quiero que hagas más hechizos con los árboles, Tengel —había dicho Silje, temblando sin parar—. No soporto cuidarlos constantemente todo el tiempo.

—Me han ayudado muchas veces —respondió él a la defensiva—. He descubierto enfermedades ocultas en todos vosotros solo mirando los árboles.

—Sí, lo sé, pero aún me asusta mucho. Si veo una hoja amarillenta o una rama en el suelo, entro en pánico.

—Está bien —había dicho Tengel—. Prometo que no hechizaré más árboles. Además, no tenemos más miembros de la familia a quienes dedicarles un tilo nuevo.

—No. Todos nuestros hijos ya son casi adultos, pero en unos años tal vez tengamos nietos.

Tengel sonrió amorosamente y le prometió a Silje que los nuevos árboles serían árboles y nada más.

Sol había llegado a un claro en el bosque, en el camino a un grupo de pequeñas cabañas. El olor a sal en el aire le indicó que estaba más cerca del fiordo. A lo lejos, veía el humo salir de muchas casas. «Allí, al otro lado de la fortaleza Akershus, está Oslo», pensó.

El amanecer apenas comenzaba y el brillo de la luna empezaba a desaparecer mientras una cortina de luz ganaba cada vez más fulgor y fuerza a lo largo del horizonte. Mientras Sol dejaba atrás la oscuridad del bosque, la nueva luz gris parecía resplandecer sobre la aldea dormida y el silencio profundo de los campos circundantes contrastaba abruptamente con el rugido ensordecedor del viento entre los árboles que invadía sus oídos.

Avanzó en silencio junto a las casas de techo bajo donde aún no había rastros de vida. El silbido del viento sobre la hierba era lo único que rompía el inmenso silencio. Cuando llegó al camino que llevaba a una iglesia, Sol se detuvo y apartó los largos rizos de cabello negro que el viento empujaba contra su rostro.

Por un breve instante, permaneció de pie sin hacer movimiento alguno, mirando a su alrededor, y luego giró despacio varias veces. Lo que veía era la picota, el palo de azotes y el lugar donde lapidaban a las personas hasta morir. Un poco más lejos vio el patíbulo, el lugar de ejecución donde los condenados inclinaban la cabeza por última vez para esperar la caída del hacha. Más lejos veía una horca vacía, pero lo bastante cercana para que toda la congregación la pudiera ver.

Esas eran las cosas que Sol veía, pero percibía mucho más. Permaneció de pie quieta, ahora enfrentada al viento para evitar que el cabello cubriera su rostro. Estaba bastante sorprendida por cuánto percibía. Sentía la angustia y el miedo a la muerte de todos aquellos que habían terminado allí sus días, la vergüenza flotando como una niebla invisible alrededor del patíbulo; la pena y la tristeza de los familiares; la curiosidad de los espectadores; el placer malicioso y el deseo ferviente de ver el mejor espectáculo de todos.

Sol no les temía a los muertos. No lo recordaba, pero de pequeña se había reído de un cadáver colgado del patíbulo que oscilaba lento. Silje había creído que era solo debido a la inocencia de la niñez, pero estaba equivocada. El mundo de Sol era la noche, la oscuridad y la muerte. El nombre que le habían dado como protección, Sol, en honor al astro, no ayudaba nada. La luna, no el sol, era la luz que ella seguía de verdad.

La única vez que Sol había sentido verdadero miedo fue cuando Tengel desató su furia sobre ella. Esa ocasión, había asesinado a un despreciable sacristán que pretendía lastimar a su familia. Sol sentía un respeto inmenso por Tengel porque lo quería profundamente. Pero Sol no quería volver a ser la víctima de la furia de Tengel, por lo que aquello había logrado que ella mantuviera la compostura durante tanto tiempo. Más allá de eso, nada más en la Tierra podía asustar a Sol.

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