Dag no la escuchaba. Tenía el rostro rígido.
—¿Mi hermanita tiene un novio de verdad? ¿Podrías decirme qué clase de hombre es?
—No te alteres tanto. Bueno, ¿qué puedo decir? Es de una muy buena familia; no son nobles, aunque Liv también es una plebeya. Pero sus padres son muy ricos. Mercaderes. El padre ha muerto y Laurents se encarga del negocio.
—¿Y qué opinas tú de él?
Sol se encogió de hombros.
—No es mi estilo —respondió a modo evasivo.
Continuaron caminando, pero Dag no dijo nada durante un largo rato. Siempre confiaba mucho en lo que Sol opinaba de las personas porque nadie era tan perceptivo como ella.
—¿Y Liv? ¿Qué opina ella? —De pronto, Dag dejó de hablar y alzó la voz—. Sol, no tienes que alzar tanto tu falda. ¡La calle no está tan sucia!
—Bueno, Liv no habla mucho al respecto, así que honestamente no sé qué piensa. También oímos que tú planeas casarte. ¿Será pronto?
—¿Yo? ¿Quién dijo eso?
—Charlotte. Nos dijeron que era con una tal señorita Trolle.
—¿Mi madre dijo eso? ¿Se lo dijo también a Liv?
—A todos nosotros. Estaba feliz.
—Oh, cielos, Oh, cielos —rio Dag, pero un dejo de resignación—. Solo mencioné en unas cartas que ella pertenecía a mi círculo de amigos y que es una chica dulce y agradable. Sí, me interesa, pero no es la única. ¡No la he visto en semanas! Mi madre es tan entrometida...
Eso fue todo lo que dijo, así que Sol continuó la conversación.
—Are es tan bueno. Es tan seguro de sí mismo y amable. Es más centrado que el resto de nosotros. Le irá bien.
—Sin duda. Os echo tanto de menos a todos ¿Qué hay de ti, Sol? ¿Tienes algún pretendiente?
—¿Yo? —rio mientras abandonaban la calle principal y doblaban en una calle elegante—. No. ¿De dónde saldrían?
—Oh, vamos. Estás exagerando. Debes tener una multitud de admiradores, ¿verdad?
Ahora, Sol adoptó una expresión seria.
—Tal vez sí, pero no me interesan. A veces me asusta, Dag, porque parece que no soy capaz de enamorarme de nadie.
Él la miró pensativo sin hablar. Luego, dijo con dulzura:
—Eso es solo porque aún no has encontrado al indicado. Y, además, sé que eres capaz de amar a otras personas.
—Oh, a mi familia, sí. Pero para mí, Tengel supera a todos los demás hombres. No estoy enamorada de él. Por supuesto que no, pero, verás: él es mi ideal. Nadie está a su altura. Comparo a todos los jóvenes con él y ninguno siquiera se acerca.
—Tienes toda la razón. Después de todo, solo hay un Tengel.
—Sí y eso es precisamente lo que lo hace tan frustrante.
Dag estaba sumido en sus pensamientos profundos.
—Siento la tentación de decir que buscas una figura paterna porque no has tenido un padre propio. Pero no es así. Lo que quieres no es un hombre con las virtudes de Tengel, ¡sino alguien con su autoridad y su talento demoníaco!
—Tienes absolutamente razón —respondió Sol decaída.
—Te diré una cosa, querida hermana —prosiguió Dag en voz baja—: El poder de Tengel no proviene de su interior. Lo extrae de Silje.
Sol permaneció callada un rato.
—Sí —dijo por fin—. Pero la fuerza de Silje depende del amor que siente Tengel por ella.
—También es cierto.
—Así que ninguno de los dos está completo sin el otro.
—No. Tú y yo hemos sido muy afortunados de haber crecido en un hogar así. Como sea, ¡llegamos! ¡Es esta puerta!
—Vaya, sin duda es una casa elegante —comentó Sol mientras admiraba las paredes con entramado de madera y la decoración sobre la puerta en forma de abanico pintada en dorado y azul.
—Sí, y las personas con las que vivo son agradables. Tendrás tu propio cuarto mientras estés aquí. Por desgracia, has llegado en un momento difícil. Acaban de perder a su hijo pequeño.
—¿Murió?
—No, está perdido. Desapareció hace tres días.
—Oh, qué terrible —dijo Sol—. Eso es peor que cualquier cosa.
—Sí, la incertidumbre. Su pobre madre está enloqueciendo de preocupación. Han buscado en todas partes, incluso en los canales cercanos, pero no tuvieron éxito. Ahora creen que alguien se ha llevado al niño. No hay rastros de él.
Entraron en la casa y ya no pudieron conversar más sobre el asunto. El hombre y la mujer salieron a recibirlos a la entrada principal. Dag no había exagerado: las manos de la madre joven temblaban de modo palpable y su rostro mostraba que había derramado muchas lágrimas.
Dag los presentó con voz dulce.
—Ella es mi hermanastra, Sol Angélica, y ellos son mis encantadores anfitriones, el conde y la condesa Strahlenhelm.
—Tu hermana es adorable —exclamó el conde y saludó a Sol, quien hizo una reverencia leve—. ¿Has visto esos ojos, Henriette? Nunca he visto un color semejante. ¡Son como el ámbar!
Su esposa no pudo hacer más que ofrecer una sonrisa débil y asentir.
Sol no pudo evitar admirar las prendas de la mujer. Vestía una gorguera del tamaño de la rueda de un molino alrededor del cuello y una capota bordada con perlas y, bajo su vestido de brocado debía vestir un verdugado enorme porque sus caderas eran tan amplias que podía apoyar cómodamente sus brazos en ellas.
El conde le dijo a Dag:
—Podrías mostrarle a Sol su cuarto. Luego serviremos una almuerzo temprano. Pero por favor, disculpen a mi esposa. Tendrá que retirarse porque no puede lidiar con demasiado a la vez en este momento.
—Por supuesto, lo entiendo —dijo Sol en voz baja.
En aquel instante, una sensación fuerte y desconocida se apoderó de ella. Era un sentimiento invisible que la ponía extremadamente nerviosa y la hacía girar con impaciencia.
La condesa abandonó la habitación con un pañuelo apretado contra el rostro.
Cuando salió, Sol miró al conde.
—El cuarto puede esperar. Quizás puedo ayudarlos a encontrar al niño.
—¡Sol! —exclamó Dag con una mirada de advertencia. El conde alzó la mano para pedirle silencio.
—¿A qué se refiere, jovencita?
—Dag, sé que no debería decir nada, pero ¡debes entender que es urgente!
—¿De qué habla? —preguntó el conde—. ¿Acaso tú sabes algo?
Dag intervino.
—Esto es muy peligroso para mi hermana. No dudo ni un instante que ella puede ayudar, pero podría pagarlo con su vida. Todo depende de su discreción.
—¿Podrían ambos explicarme, por favor?
—Ya ha notado los ojos de mi hermana, conde Strahlenhelm. No la bendijeron con ellos por nada. Si Sol dice que el asunto es urgente, significa que puede percibir que el niño está vivo, al menos en este instante. El hecho de que esperara a que su esposa hubiera salido de la habitación demuestra que sabe que ella no sería capaz de guardar silencio.
El conde miró a ambos atónito.
—La vida de mi hijo es más importante que nada.
—¿Jurará que no hablará sobre lo que experimentará ahora? —preguntó Sol. Estaba tan impaciente que apenas podía hacer silencio—. ¿Qué no me denunciará?
—Lo juro.
—Muy bien. Entonces deme algo, un retal de una prenda que el niño haya vestido recientemente que no hayan lavado desde entonces. Pero recuerde: no puedo garantizar que lo encontraré, pero haré lo mejor que pueda.
El hombre alto y delgado emitió un largo suspiro.
—Se lo suplico, señorita Sol. Le agradeceré de rodillas a cambio de la más mínima pista de su paradero.
—¿Puedo confiar en que será discreto?
—Sé perfectamente bien lo que le sucederá si las autoridades se enteran de sus... habilidades. De hecho, mi esposa ya había mencionado que deseaba que yo pudiera encontrar una... de esas llamadas «mujeres sabias». Pero no conocíamos a ninguna y no nos atrevimos a buscarlas. ¡Que mi gratitud sea la garantía de mi silencio!
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