Laurents no quería «hacerla mujer» durante el festejo de la boda, como solía ser la tradición. Él quería esperar hasta que estuvieran solos.
—Sé cómo son: entran a la habitación de la pareja como si hubiera sido un error. No permitiré que nadie arruine nuestra primera noche juntos, Liv.
En cambio, él había yacido muy quieto a su lado, mirándola bajo la luz de la vela, acariciándola despacio y con dulzura, besándola con mucho cuidado hasta que se durmieron con el honor y la virginidad intactos.
Pero ahora estaban juntos en la casa grande de Oslo donde ella era esposa y anfitriona.
Con cuidado, Liv dobló su vestido de bodas o, más correctamente, «su vestido de mujer» que vistió la mañana posterior a contraer matrimonio. Ahora tendría que usar un pañuelo en la cabeza como señal de que era una mujer casada. Sonrió. Aquello era algo que Silje, con el apoyo de Tengel, siempre se había negado a vestir. ¡Qué extraño era estar sola allí con Laurents! De pronto, notó que no lo conocía en absoluto y la ansiedad se apoderó de ella. No, ¡no debía pensar así! ¡No ahora! Él le gustaba mucho. Antes de que Liv hubiera abandonado su hogar, Silje le había dado un buen consejo:
—Los hombres necesitan sentirse amados. ¡entrégale todo tu corazón, niña! Creo que ese es el secreto de la felicidad que Tengel y yo compartimos. Somos completamente abiertos el uno con el otro. No tememos mostrar cuánto nos amamos.
«Sí», pensó Liv«, Laurents sin duda merece todo mi amor.»
***
Mientras tanto, en su hogar en la granja de Lindealléen, Tengel y Silje yacían recostados mirando la oscuridad.
—Fue una boda fantástica —dijo Silje con una sonrisa feliz—. Ahora estoy completamente exhausta.
—Por supuesto, has trabajado mucho —respondió Tengel—. Has estado ocupada todo el tiempo y te has preparado durante meses.
Silje tomó su mano.
—¿Hemos hecho lo correcto, Tengel? Después de todo, Liv es muy joven.
Él suspiró.
—Pensaba en lo mismo, pero tú eras igual de joven cuando nos casamos y sin duda sabías lo que querías. ¿Alguna vez te has arrepentido?
Ella frotó la cabeza sobre el hombro de Tengel y sonrió.
—Ahora solo buscas cumplidos. Pensaba en lo pequeña y desamparada que parecía Liv. Tan vulnerable... confundida... No, no encuentro las palabras exactas para expresarme.
—Sé a lo que te refieres —dijo Tengel—. Si Laurents no hubiera sido tan entusiasta y persistente, nunca hubiera accedido. Pero es un buen hombre; es honesto y está completamente enamorado de ella.
—Sí y es lo que ella quería. Oh, bueno. Supongo que somos padres normales y preocupados que no quieren dejar ir a su hija. Nuestra bebé, Tengel...
—Sí, ¡vaya que fuiste testaruda en ese entonces! «Querías» a esa bebé y hoy te agradezco tu testarudez.
—Todos nos dejan, Tengel. Primero Dag, luego Sol, aunque espero que ella regrese, y ahora Liv. Solo nos queda Are.
—Sí y él se quedará.
—¡Gracias a Dios!
—Duele perder a tus hijos.
—No los perdemos —dijo ella—. Aún están presentes aunque no los veamos.
—Tienes razón —dijo Tengel—. La granja es parte de ellos, algo que los acompañará a donde sea que vayan en el mundo. Y han dejado una parte suya aquí. Su risa está en la brisa y sus pasos en el suelo. Ellos han colaborado a que esta casa y toda la granja sean lo que son hoy en día.
—Sí y creo que han sido felices aquí.
—¡Por supuesto!
Él la rodeó con los brazos y ambos se acurrucaron juntos.
***
En la casa del mercader, en Oslo, la vela se apagó. En la cama, Liv yacía en brazos de Laurents. Él le susurraba palabras hermosas mientras acariciaba despacio su cuerpo. Liv sentía que aquello no le estaba sucediendo. Sentía que tenía la mente en otra parte. Pero al recordar las palabras de Silje, colocó sus brazos alrededor del cuello de Laurents y las caricias del muchacho se tornaron instantáneamente más atrevidas: Liv sintió algo nuevo y placentero que comenzaba a arder en su interior. Con un murmullo de satisfacción se acurrucó contra él.
—Laurents —susurró ella, maravillada, en su oído.
Él dejó de mover la mano. No oían ni un sonido en la habitación.
—Quédate quieta —dijo él con voz amortiguada—. Relájate, Liv. No tienes que decir o hacer nada. Es el deber de una mujer recibir el deseo de su esposo. Él es el cazador y ella su presa.
Liv estaba sorprendida. Intentando expresar su punto de vista, respondió con amargura:
—Mi amor por ti....
—No —dijo Laurents—. Puedes demostrar tu amor de mil maneras, satisfaciéndome en todo. En la cama, el hombre es el activo. La mujer es pasiva, sumisa y una fuente de alegría para él. Ella no debe mostrar sus emociones. Para eso están las prostitutas.
Liv miró la oscuridad de la habitación con los ojos abiertos de par en par, llena de desesperación absoluta. Era como si todo en su interior hubiera muerto. La llama de adentro quedó extinguida y, con inmensa vergüenza, cedió ante el deseo de su esposo, ante sus caricias y su cuerpo.
Más tarde, cuando él quedó exhausto, se durmió junto a ella. Liv permaneció despierta un tiempo muy largo, oyendo solo el sonido de su propio llanto desesperado.
***
Sol siguió al misterioso Preben mientras él avanzaba hacia una casucha en las afueras de Copenhague. Había logrado escabullirse sin que Dag o alguien en la casa del conde Strahlenhelm lo notara.
Consciente de su propia importancia, Preben había dicho:
—No les convence mucho que te unas a la reunión. Así que debo pedirte que no interrumpas su sagrada misa negra con trivialidades sin importancia. ¡Recuerda que Satanás nos acompañará esta noche!
Sol asintió. Aquello sonaba excitante.
Bajaron una escalera angosta que llevaba al sótano. Al pie de la escalinata, Preben anunció su llegada con un pesado golpe en la puerta. una voz desde el interior pidió la contraseña.
—Por los huesos del sepulturero —respondió Preben. Sol estaba a punto de reír a carcajadas.
Un hombre vestido con una capa negra abrió la puerta y entraron.
Otra puerta llevaba a un sótano abovedado donde una docena de jóvenes estaban reunidos. Miraron a los recién llegados en silencio.
Uno de los hombres era mucho mayor que los demás. Vestía una capa forrada de rojo y usaba una máscara para ocultar la parte superior de su rostro. Pero la máscara no escondió la expresión en sus ojos cuando vio a Sol ingresar a la sala. Ella había visto esa expresión antes y sabía perfectamente bien qué significaba.
Sol miró rápido la sala. El techo arqueado estaba iluminado por una gran cantidad de velas negras. Justo frente a ella había un altar largo y bajo, y sobre él colgaba una cruz invertida. Los muros blancos gastados estaban cubiertos de runas mágicas y de nombres de demonios.
Después de un instante de silencio, una mujer joven habló. Bajó la voz para darle peso a sus palabras.
—Hemos permitido que una principiante de la provincia de Noruega se una a nuestra reunión secreta esta noche. Decidiremos juntos si le permitiremos venir de nuevo. Dado que todos somos expertos en la adoración del diablo y en todos sus secretos, esperamos que la ignorante noruega siga nuestras reglas y no haga más que aprender de nuestras habilidades. Ya le has jurado a Apollyon, Preben, que nunca nos denunciarás, ¿verdad?
Sol asintió.
La primera chica estaba callada y otra joven tomó el mando:
—Te permitieron venir aquí porque nuestro amigo describió tus extraños ojos. Pero un par de ojos no hacen a una bruja de verdad. Tendrás que recorrer un largo camino antes de demostrar ser competente.
Sol no dijo nada. El hombre enmascarado le susurró algo a la primera mujer. Ella vaciló y su gesto cambió a repulsión. Luego, asintió y se volvió a regañadientes hacia Sol.
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