Bastidas Padilla Carlos - Quetzalcóatl y otras leyendas de América

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Quetzalcóatl y otras leyendas de América: краткое содержание, описание и аннотация

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Las leyendas nos cuentan la visión del mundo que tienen los diferentes pueblos; en ellas hay expresiones culturales, sociales, jurídicas, religiosas y míticas. En este libro conoceremos 20 leyendas de 18 pueblos latinoamericanos, todas llenas de magia y literatura. El recorrido nos lleva por expresiones de toda la América maravillosa que nos rodea.

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Desapareció en medio de una luz verdosa, dejando en el ambiente ese espacio en balanceo que queda después de un encantamiento.

En efecto, cuando Huenupan cerró los ojos y se quedó dormido, quienes lo rodeaban solo lo veían sonreír; no podían imaginar por dónde andaba el alma del durmiente. Se preguntaban si sería cierto que mientras se dormía se podría ser libre y andar por regiones extrañas no parecidas a las de la Tierra, sino a otras que los mismos dioses desearían. No podían saberlo, ni lo sabrían nunca, pues no esperaban que Huenupan se los contara. Seguía sonriendo y, no obstante su mudez, de su garganta le brotaban sonidos y murmullos que parecían venir de más lejos de él mismo.

—¿Por qué se mostrará tan contento y de sus labios no se aparta la sonrisa? —se preguntaban calladamente para no interrumpir su estado de durmiente.

—¿Sería que el dios le dio un brebaje mágico?

Cuando Huenupan despertó vio que sus amigos hablaban en voz baja. Uno de ellos fue por una flauta y empezó a tocarla, como solía hacerlo desde hace algún tiempo sabiendo que a Huenupan le gustaban la música y los cantos.

A su cabecera siempre estaba Ayelén, bella y sonriente. A la usanza, tenía pintada las mejillas de rojo, y con trazos negros los pómulos y los ángulos externos de sus ojos grises.

Los amigos de Huenupan se preguntaban, maliciosos, si por donde andaba el durmiente con el pensamiento no andaría también con Ayelén.

Sonreían juguetones y la joven no sabía por qué.

—Nada ni nadie ni nunca podrán abatir a nuestro jefe —dijo uno—. Mírenlo, hasta en dormido se ve feliz. El dios, que no podemos nombrar para que no le vuelva a hacer más daño, no ha de estar muy contento: no pudo con él…

Pillán lo oyó. Se puso rabioso, pero se cansó del caso de Huenupan, y para evitar ser pasto de los maliciosos comentarios de los hombres, para no perder autoridad, se les apareció con aire tranquilo y majestuoso, aunque tenía los ojos ardientes cuando gritó con voz tonante, imperatoria:

—¡Huenupan, levántate! ¡Vuelve a ser como eras antes!

Estalló un relámpago que obligó a todos a cerrar los ojos; al abrirlos, parpadeantes, vieron que Pillán se había esfumado.

Despertó Huenupan y para sorpresa de todos se incorporó como si nada le hubiera pasado.

Se palpó los brazos, las piernas, se tocó la cabeza y gritó de júbilo, y el júbilo se extendió por todo el pueblo.

Los mapuches celebraron el portentoso acontecimiento con fiestas, comidas, bebidas, bailes alrededor del árbol de canelo, cantos y regalos para su jefe exultante de alegría y salud.

En algún momento de la fiesta, le pidieron al toqui que les contara cómo era soñar, y él les narró las cosas maravillosas que había visto y vivido mientras dormía; entonces, excitados por el frenesí del festejo, dijeron que querían también tener esos sueños y rogaron al dios de las cosechas que les otorgara ese don.

Se les apareció y les dijo:

—Les concedo lo que piden; pero no se engañen, no todo lo que sueñen serán cosas agradables.

Soñarán catástrofes y muertes y se verán convertidos en fieras o en pájaros.

Volarán muy alto y caerán llenos de horror.

Se ahogarán en corrientes tumultuosas o en superficiales vados.

Se precipitarán a los abismos.

Matarán y huirán angustiados sin poder aumentar la velocidad de sus piernas para ponerse a salvo de los perseguidores.

Desearán alas de pájaros para escapar de los peligros y les nacerán alas de murciélagos que no podrán, por más que las batan, levantar el peso de sus cuerpos.

Los ahogarán los bosques cerrándose sobre ustedes.

Andarán perdidos por caminos tenebrosos, azotados por el frío que del cielo caerá en escarcha sobre sus ojos sangrantes.

Pero también tendrán los sueños de Huenupan que en adelante soñará como todos ustedes, con los sueños más variados.

Sea, pues, como yo mando y para siempre.

Adiós.

Y así fue como los hombres empezaron a soñar sueños y pesadillas, según sus vidas personales, según sus conciencias y según el mundo que podría ser otro sueño. Quién sabe…

Quetzalcóatl y otras leyendas de América - изображение 6 La maldición de la sombra Leyenda venezolana No todo el tiempo los hombres - фото 7

La maldición de la sombra

(Leyenda venezolana)

No todo el tiempo los hombres vivieron acompañados por sus ineludibles e indómitas sombras. Digamos mejor que, en tiempos muy antiguos, los hombres no tenían sombra. Esta leyenda habla del motivo por el cual un remedo bidimensional y oscuro de los hombres se adhirió a ellos y se proyectó al espacio como una admonición para que no olvidaran sus maldades anteriores y los castigos que, merecidamente, recibieron de los dioses.

***

Esta historia empieza a orillas del río Orinoco, en lo que hoy es Venezuela. Por allá vivía una tribu caribe que había logrado coexistir en paz con todo lo que los rodeaba. Unidos por el espíritu de la hermandad, los bienes los compartían con quien estuviese necesitado de algún auxilio. Unos a otros se ayudaban en las faenas de la vida diaria y en comunión disfrutaban del derroche de belleza y fertilidad que esa tierra les brindaba. No había quien codiciara o se apropiara de los bienes del otro ni quien se aprovechara del trabajo de los otros para acrecer su patrimonio a costa de su pobreza, de su sudor y de sus lágrimas. No se había hecho presente la envidia ni las rivalidades. Los hombres y sus cosas estaban en su justo sitio y en su justo precio. No conocían la guerra, ni las rivalidades, ni el egoísmo. Obedecían las leyes morales, lo mismo que los preceptos dictados por la comunidad para la convivencia social.

Estos hombres eran mandados por un joven cacique justo, sencillo y en perfecta afinidad con su pueblo, del cual no recibía sino aplausos, parabienes y festejos cuando había que celebrar alguna cosa suya. El joven cacique se llamaba Tundaro, y como ya estaba en edad de contraer matrimonio, fue a verlo el sacerdote de la tribu para recordárselo. Para que escogiera una mujer de entre la tribu.

—La escogeré mañana, en la fiesta de las conchas marinas con la que se honra al padre Sol, como es la costumbre —le contestó Tundaro.

Al otro día hubo música, cantos, danzas y alabanzas a los dioses primero y después al buen cacique que los gobernaba. Las doncellas, adornadas las cabezas con guirnaldas de flores blancas, ricamente ataviadas con bordados vestidos de colores y cintos de brillantes plumas de pájaros, después de hacer las ofrendas al Sol, fueron a presentarse a su señor, y él escogió a una muchacha esbelta, de grandes ojos negros y larga y fina cabellera, hija de un jefe y que dijo llamarse Yasuy. El cacique señaló la fecha para efectuar la ceremonia nupcial.

—Dentro de tres lunas, cuando bajen las lluvias, en el verano.

El sacerdote se preocupó por esa época, por cuanto los malos espíritus vienen con el tiempo seco; se guardó esa preocupación y, por no alarmarlo, no quiso comunicársela a su señor.

Pasaron las lluvias. El Orinoco redujo el caudal de sus aguas y los ríos calmaron sus ímpetus.

Una mañana, Orinoco abajo vino navegando una piragua conducida por una solitaria y espléndida mujer que, una vez desembarcada, se dirigió hacia el pueblo con paso presuroso. Un suave viento agitaba su vestido rojo y lo entornaba a su talle en ondulaciones gozosas que la hacían ver como si al caminar no pisara el suelo, sino que era llevada en vilo por el vaivén del viento en su cintura y en todo su contorno como hecho para la adoración, los besos y el placentero deambular del tacto y de los ojos.

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