Bastidas Padilla Carlos - Quetzalcóatl y otras leyendas de América

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Quetzalcóatl y otras leyendas de América: краткое содержание, описание и аннотация

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Las leyendas nos cuentan la visión del mundo que tienen los diferentes pueblos; en ellas hay expresiones culturales, sociales, jurídicas, religiosas y míticas. En este libro conoceremos 20 leyendas de 18 pueblos latinoamericanos, todas llenas de magia y literatura. El recorrido nos lleva por expresiones de toda la América maravillosa que nos rodea.

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Tal vez hubo un tiempo en que no había leyendas, ni cuentos populares, ni consejas, y las cosas se contaban en lenguaje torvo o en gestos y ademanes que quizá solo servían para separar o mostrar; la mente del hombre no estaría sino ocupada en la consecución del albergue, la comida y en aparejarse, como los pájaros y los otros animales que encontraba a cada paso y que tampoco podían vivir en soledad; el mundo no era aún el mosaico de caminos sólidos, móviles y aéreos que ahora es; pero como el hombre es un ser transeúnte, se fue yendo por donde los ojos y las necesidades le mostraron que debía irse. Se fue haciendo grande, un gigante en su mundo de creaciones que surgían a medida que lo iba descubriendo. Él mismo iba y venía de caminar los caminos y en ese ir y venir regresaba con sartales de historias maravillosas que distinguían a unos pueblos de otros y que hablaban de sus héroes andantes, astutos y valientes, que habían estado a punto de perder la vida por salvarse a sí mismos o por salvar a una doncella o a un pueblo, por haber entregado su corazón a un mal amor, por haberse enfrentado a los misteriosos seres del cielo, de la tierra, de las profundidades de la tierra y de los mares, y por ello haber probado el polvo del fracaso o el regodeo en la superación de lo que parecía imposible; venía el transeúnte iluminado, y para el recuento de sus hazañas lo rodeaban sus congéneres, que también tenían cosas que contarle, en un intercambio de historias extrañas y mágicas, tal vez a la lumbre de unos leños ardientes, tal vez al calor del espíritu del vino, al calor del fraternal encuentro después de los afanes de las faenas diarias. Por ejemplo, que habían auscultado en los misterios de la naturaleza para buscar el origen de los volcanes, los ríos, las extrañas formas de rocas y montañas, los caprichosos fenómenos de la tierra y de los cielos; que habían indagado en las estrellas el misterio de sus orígenes y constatado la supremacía que de allá, de la región donde moran las divinidades, les venía para distinguirse de los demás pueblos (como los iroqueses de “Los ancestros estelares de los verdaderos hombres”, una de las leyendas de este libro) como descendientes que eran de los dioses, como los primeros hombres, como los privilegiados por ellos y de quienes les llegaba la vida, la protección, los sustentos, los premios por ser buenos y los castigos implacables por ser malos, como en el caso doloroso y aleccionador de la leyenda ecuatoriana de este espigueo de maravillas nuestras, “El hombre que deseó tener muchos pies”, a quien el dios Sol le cambió su altanera personalidad de hombre por la mísera condición de un bicho.

Decía don Ramón D. Perés: “La leyenda tradicional y aún el humilde cuento popular, eran como el granillo de mostaza que, germinando lentamente en la secreta entraña de la tierra, trocábase, al fin, en espléndido árbol de frondoso ramaje. Desde él volaban, en alas de los vientos, las inspiraciones que posándose en bien cultivados cerebros, convertíanse en poemas, en obras teatrales, en grandes novelas”, y cómo no, el dramatismo de las historias y pasiones de algunas leyendas, como las de este libro, son como para ser escenificadas en el ilusorio tablado de un teatro o en la mágica ilusión del cine o en el artificio impune de una novela; hermosas, misteriosas y dramáticas se nos presentan como brotadas del “espléndido árbol” del imaginario de los pueblos, para repetir el drama de la creación del mundo y de los seres vivos y de las cosas que parecen provenir de las mismas alturas de los cielos; y cómo no van a inspirar poemas a “bien cultivados cerebros” si reproducen los sueños de los soñadores de universos abiertos a todas las posibilidades, relativistas y discontinuos, si se prestan al regodeo voluptuoso de los hombres en lo que el mundo tiene de imposible, misterioso, lejano y triste, porque en su horizonte se ha perdido un largo pasado al que se vuelve al conjuro de añosos mitos y leyendas, como las de este libro que recrea las de 18 países de la América maravillosa, ya no contadas aquí por los anónimos autores que les dieron vida para ser divulgadas de viva voz, sino elevadas a un nivel literario, sin que por ello dejen de tener el aroma, el color y el encanto de lo antiguo que no ha dejado de inspirar a los cantores, poetas y narradores de siempre. En todas estas leyendas viajeras, a más de los simbolismos, la tradición, la imaginación y fantasía populares, subyacen la inacabada lucha entre el bien y el mal, la sed de libertad, y las ansias de amor, poder y gloria, derivadas en pasiones exaltadas e indecibles que deciden sobre la suerte de pueblos y personas que, desde un pasado legendario, aún nos alcanzan, ganan nuestros sueños y colman de asombros nuestra inacabada búsqueda de sueños, libertad y fantasía.

Viracocha talló en piedra a nuestros primeros padres: hombres y mujeres. Y no les dio vida desde el comienzo, sino que los fue dejando en distintas partes del mundo que aún estaban en tinieblas; solo un jaguar en llamas daba luz desde lo alto de la Tierra…; pero no, querido lector, abre mejor este pequeño libro de maravillas de América, y lee…

Los ancestros estelares de los verdaderos hombres Leyenda iroquesa Los - фото 3

Los ancestros estelares de los verdaderos hombres

(Leyenda iroquesa)

Los iroqueses, llamados a sí mismos “los verdaderos hombres”, cuentan que antes de que existiera la Tierra, antes de que aparecieran el Sol, la Luna y las estrellas, mucho más antes, solo había mar, y arriba del mar, el cielo, y más allá de las nubes, la pradera feliz y luminosa donde moraban los dioses. Athenso era el dios supremo; Athensia, su hija. Un día, por un hueco que dejó un gran árbol que cayó al mar, la bella hija del dios, por asomarse curiosa al orificio para ver el mundo bajo, se precipitó al abismo profundo, por entre las nubes, hacia el mar, como una estela de luz horadando delicadamente el corazón secreto de un espacio que aún no estaba colmado de prodigios.

Los animales del bajo mundo viéndola venir, asombrados y reverentes, para que la mujer celeste tuviera donde morar, encargaron a la Nutria, la Rata, el Sapo y el Castor que se sumergiesen en las remotas profundidades de las aguas para sacar a la superficie un poco de la tierra mágica que venía adherida a la raíz del árbol cósmico. Menos el Sapo, los otros animales perecieron en la profundidad marina; el Sapo trajo un bocado de tierra que sacó de la raíz del gran árbol y lo soltó sobre la concha de la Gran Tortuga, y esa tierra empezó a crecer y a crecer hasta formar, primero, una isla y, después, un continente. Cuando la viajera celeste estaba a punto de caer al mar, una bandada de patos la recogió suavemente en el aire y la depositó en la nueva tierra. Así fue el comienzo del mundo y la llegada de la primera mujer que los animales llamaron Gran Madre.

Después la Gran Tortuga creó el Sol y la Luna, como dos astros candentes.

Los dos, por turnos, debían salir por la Tierra para calentar y alumbrar el día y la noche, pero desde el principio hubo rivalidad entre ellos: el Sol reclamó para sí la primacía en la salida, y la Luna lo contradijo diciéndole que a ella le correspondía hacerlo. No se pusieron de acuerdo y, al final, la Luna propuso:

—Si quieres entrar primero, deberás ganarme la carrera.

—Vamos, pues.

Los dos astros surcaron el firmamento con tal velocidad que tras de ellos quedaban estelas de fuego y vientos huracanados. Ganó a correr la Luna, y cuando reclamó su derecho, el Sol se enojó tanto que con gran violencia chocó contra su compañera y luego se alejó malhumorado. Más que furiosa, triste y decepcionada, la Luna decidió llevar su queja ante los dioses para que castigaran la rudeza que contra ella había empleado su compañero. Se encaminó a la morada de los dioses, pero, a medida que ella iba acercándose, incendiaba los árboles y todo cuanto tocaba a su paso. Los dioses se alarmaron.

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