Bastidas Padilla Carlos - Quetzalcóatl y otras leyendas de América

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Quetzalcóatl y otras leyendas de América: краткое содержание, описание и аннотация

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Las leyendas nos cuentan la visión del mundo que tienen los diferentes pueblos; en ellas hay expresiones culturales, sociales, jurídicas, religiosas y míticas. En este libro conoceremos 20 leyendas de 18 pueblos latinoamericanos, todas llenas de magia y literatura. El recorrido nos lleva por expresiones de toda la América maravillosa que nos rodea.

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***

Una vez, mucho antes de la llegada de los europeos, los mapuches tuvieron un toqui que era el más bello de todos y el más fuerte, el mejor de los guerreros; además de ser el más listo y el más bondadoso. Se sentían orgullosos de él y lo comparaban con los toquis de otras tribus. A diferencia de él, los otros eran jactanciosos, mujeriegos, egoístas, poco listos, arbitrarios, ansiosos de poder… qué no eran los jefes de otras comarcas comparados con Huenupan, como se llamaba el de ellos. Le rendían pleitesía y tenían como bandera el ejemplo de su vida; lo seguían gustosos y acataban las disposiciones que tomaba con el consejo de ancianos. Con razón, el pueblo mapuche era fuerte, próspero y respetado en la región.

Un día en que los mapuches celebraban una fiesta, estaban tan regocijados y tan contentos con Huenupan que un niño acercándosele le dijo en voz alta:

—Gran toqui, tú eres más poderoso y fuerte que Pillán, el señor de las tormentas.

Acabó de decir estas imprudentes e inocentes palabras, cuando se rasgó el cielo, rugió, bramó e hizo temblar las cosas de la tierra, y en medio de tanta furia y ruido apareció el dios Pillán vociferando con voz de trueno ante el horror general.

—¡Ja!, ¡míseros mortales! ¡Me invocaron vanamente y sin respeto! ¡Yo les haré saber lo que eso cuesta!

El pueblo cayó de rodillas. Solo Huenupan osó hablar, reverente.

—Alto y poderoso señor de las tormentas, señor de los volcanes, adorado Pillán, perdónanos. No ha sido con la intención de ofenderte que se ha pronunciado tu venerado y sagrado nombre.

La respuesta de Pillán los dejó anonadados.

—Tú pagarás esta invocación sacrílega. De ahora en adelante tus brazos, que tanto poder tienen y que, por eso, te alaban más que a mí, quedarán sin fuerza y colgando de tu cuerpo.

Respetuosamente y con temor, el jefe mapuche volvió a tomar la palabra.

—Señor y padre nuestro, yo no te invoqué. Yo nada dije de ti. Siempre te he venerado.

Y le replicó la malhumorada deidad.

—No fuiste tú, es cierto, pero fue uno de tus gobernados y tú respondes por ellos.

No dijo más y despareció por el este, hacia el cielo, llevándose la tormenta y las nubes negras y tronantes, dejando detrás de él un cielo limpio, teñido de un azul profundo repetido en los ojos medrosos vueltos hacia arriba.

En medio del susto que no acababa de pasar y sin acabar aún de incorporarse, el pueblo vio cómo los brazos de Huenupan caían sobre su tronco poderoso. Los tenía muertos. En vano trataba él de levantarlos. Viéndose así, dijo a su pueblo que no podía seguir gobernándolos porque ya no era el más fuerte entre todos ellos.

—No eres el más fuerte, ahora —le dijo Manquepan, el más anciano de la tribu—, pero sigues siendo el más sabio y benevolente. Te seguimos. Invocaremos al benigno dios de la cosecha y él aliviará tu mal, que es el nuestro, querido hijo.

Se congregaron en el llano, alrededor del árbol sagrado de canelo. La machi, vestida con piel de animal y haciendo sonar el tambor, invocó al señor de la cosecha; cuando este apareció entre el verdor de una enramada, con cantos y súplicas, le pidió que aliviara el mal del mejor de sus hijos, víctima de la venganza de Pillán. El dios de la cosecha, vestido de hojas frescas, le dijo que no podía hacer nada contra los designios de Pillán, pero que podía compensar el mal de Huenupan dándole fuerza y habilidad en las piernas y en los pies.

—Sea, pues, como yo mando —dijo y desapareció.

Huenupan sintió sus piernas más fuertes y ligeras.

Ensayó a correr y corrió más rápido que cualquier animal, más veloz que el viento, y no solo eso: adquirió gran habilidad para tejer con los dedos de los pies cestas de mimbre y esteras; para pintar, desgranar maíz, y cuando su pueblo entró en guerra con otra tribu, con sus pies, con sus rodillas, con el empuje de todo su cuerpo, ayudó a vencer al enemigo y ganó aún más prestigio entre su gente.

Huenupan jamás se quejó de su invalidez; se veía siempre alegre, animoso, y si no resignado, conforme. Nunca de sus labios salió reproche alguno hacia su dios: parecía feliz. Le preguntaban por el secreto de su felicidad, a pesar del maleficio que pesaba sobre él, y él decía que todo era cuestión de aprender a adaptarse a los inevitables males y a su disposición de estar en paz consigo mismo, con sus hermanos y con la Naturaleza.

—Qué bueno, señor, que seas así —le dijo desprevenidamente uno que lo escuchaba—. Si ahora te oyera Pillán y supiera que no te ha abatido y que eres feliz, se pondría rabioso.

Otra vez Pillán mal invocado y sin malicia de parte de quien lo hizo.

De nuevo, la imprudencia ante los dioses.

En medio de su conocida y temida barahúnda, se volvió a aparecer, y mirando con roja cólera a Huenupan le dijo que para que no se volviera a vanagloriar de ser feliz, lo dejaba mudo.

Y mudo se volvió.

Huenupan se entristeció al comienzo, después se conformó con su nuevo estado.

Dedicado a diversos trabajos se embebía en ellos; paseaba por el campo y se extasiaba en la contemplación de cada cosa que veía: les sonreía a los pájaros, al arcoíris, a las noches enjaezadas de brillantes, a los perfumes de las flores, al correr de las aguas de los ríos y los manantiales; admiraba y degustaba los colores y las redondeces de los frutos y los delicados matices de los cielos del verano… En todo encontraba motivos para ser feliz y estar agradecido con los sentidos que le hacían vivir la vida a plenitud, como si la Tierra fuera recién hecha para él. Más todavía: como si fuera un recién venido a un mundo de maravillas renovadas y crecientes.

Sonreía.

Un día, alguien admirado de verlo así, le dijo:

—Con todo lo que Pillán ha hecho contigo, sigues siendo feliz. Hasta envidia ha de sentir por ti.

Huenupan iba a reprocharle al imprudente esas palabras, cuando volvió a presentarse el malgeniado y ruidoso dios: esa vez lo dejó paralizado.

—No podrás moverte y así dejarás de mostrarte feliz y desafiante con mis sentencias.

Huenupan se dobló sobre sus rodillas, cayó al suelo y allí quedó, inmóvil y gesticulante, como llamando a la gente para que lo levantaran.

El pueblo estaba consternado con su jefe con quien Pillán se había ensañado sin lograr abatirlo.

Lo metieron a su casa y allí lo cuidaron amorosamente; después, durante cuatro días hicieron rogativas invocando al generoso dios de las cosechas para que ayudara a su jefe, a quien cada día querían más y admiraban, no obstante sentirse condolidos con su suerte inmerecida.

Se le presentó el dios benevolente, y entrando a la puka de Huenupan y su familia tocándole la frente le dijo que aunque él no podía anular los designios de Pillán, sí podía concederle una gracia para compensar su estado de postración.

—Mientras cierres los ojos o duermas vivirás en otro lugar de tu existencia donde ningún dios podrá alcanzarte. Tendrás allí todas las primaveras que quieras y serán tuyos todos los cielos. Flores serán para ti lo que en la tierra son cardos y espinas. Tu cuerpo será leve y alado si deseas salvar los abismos y remontar el cielo. Bajo un sol amigo, sombras fluyentes serán para ti los vuelos de los pájaros y las mariposas. Sombras amables serán también entre tus manos las suaves corrientes de las aguas, cuando sentado a las orillas de sus cauces te salten a la cara para refrescarte. Descenderás tanto dentro de ti que te olvidarás de tu cuerpo sufriente. Irás tan hondo que, cuando emerjas al mundo real, no vas a desear otra cosa que volver a esos mundos maravillosos y gozosos que acabas de dejar. Así son los que yo te concedo desde ahora. Soñando encontrarás la libertad de ser lo que tú quieras ser. De tu presente o de tus lejanos tiempos o de tu futuro te vendrán los sueños y serás dichoso. ¡Sea, pues, como yo quiero y mando!

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