La tomé de la mano y le di un beso caballeroso. La vi ruborizarse.
Leticia parecía ser una mujer amorosa, algo que me estaba poniendo nervioso porque era un obstáculo más en mi misión. No es que llamara la atención, tenía el pelo oscuro largo y sus ojos eran del mismo color que los de Gastón, sino que sus movimientos tenían cierta sensualidad. Si yo fuera heterosexual, estaría con ella.
Los invité a sentarse y llamé a un mozo para que tomara el pedido. El guiño que le dirigió a Gastón no fue planificado, pero la diversión parecía haber empezado.
—¿Qué vamos a ver? —me preguntó Leticia.
—Sí —dijo Gastón—. ¿Qué esperamos?
—El mejor espectáculo de la ciudad —respondí.
Las luces se apagaron. Las cortinas del escenario se abrieron y la banda sonora de Chicago comenzó a sonar. Una luz blanca apareció en el escenario iluminando a Melody, que se había cambiado el vestido por uno negro ajustado que hacían juego con las medias de red y sombrero oscuro. Tenía que admitirlo, se veía muy bien.
— Vamos ven tomemos la ciudad… y siga del jazz. Con algo más de rouge, mis medias rodarán… —Se inclinó y con sus dedos recorrió la pierna—. ¡Y siga el jazz!
Varios mozos en el público dispusieron las bandejas en sus costillas, subieron al escenario y se colocaron detrás de Melody. El que le había guiñado un ojo al profesor acarició los hombros de Gastón antes de subir. Leticia, lejos de ponerse celosa, se echó a reír.
— ¡Vamos, ven!, bailemos sin control. Yo llevo en mi sostén las sales y el mentol, por si desfallecés, te quiero en pie otra vez… y siga… el…. Jazz…
Mientras los bailarines realizaban piruetas y levantaban a Melody en el aire, de reojo observé las reacciones de Gastón. Estaba sonriendo.
— Sin marido voy, amo lo que soy. ¡Y siga, el Jazz!
El público aplaudió de pie a la puesta original de la obertura de un clásico del musical, Gustavo y Leticia no fueron la excepción. Esa canción nunca fallaba. Ambos mostraban una enorme sonrisa mientras aplaudían sin parar. Gastón, por su lado, me dirigió una sonrisa. En ese momento, nuestras miradas se conectaron.
Una melodía de piano se empezó a oír de fondo.
—Bueno, bueno —dijo Melody con el micrófono en la mano. Gastón me dejó de mirar y volvió su atención hacia el escenario—. ¿Qué les pareció el comienzo del show ?
Todos respondieron con un fuerte y claro «Bien».
—¿Solo bien? ¡Ay, chicos! ¡Pueden hacerlo mejor!
Volvieron a responder con un «Bien», solo que más energético. Leticia rio y tomó el brazo de Gastón. Él le respondió con una sonrisa y un beso en la mejilla.
—Así me gusta. Bueno, pero ¿a quién tenemos acá? —Melody miraba hacia nuestra mesa.
Melody bajó las escaleras sin apartar la mirada de Gastón, quien de los nervios tensionó la mandíbula y tragó saliva. Le acercó el micrófono y le preguntó el nombre.
—Gastón.
—¿Cómo? Hablá más fuerte, nene, que no te oigo.
Todos rieron.
—Gastón.
—¡Ay! ¡Como el de La Bella y la bestia ! Escuchame, ahí abajo tenés a la bestia, ¿no papito? —El público se rio. Melody miró a Leticia—. ¿Vos quién sos?
Todos estallaron a carcajadas. Leticia se acercó al micrófono.
—Me llamo Leticia, soy su futura esposa.
—¿Segura que querés casarte con él? Mira que es un gay reprimido. Los conozco. Se tooooodo sobre ellos. Buenos en la cama, pero solo con lo que quieren.
—Nos vamos —anunció Gastón llevando de la mano a su prometida.
Antes de irse, me dirigió una mirada cargada de decepción.
Giré y, moviendo solo los labios, le agradecí a Melody.
—Espero que haya valido la pena —me dijo.
Gastón
¿Por qué tuvo que hacerme eso? Quizás me equivoqué al preguntar sobre el pasado de Leandro en clases, pero él también lo había hecho, e intencionalmente. Se encargó de traer a mi mente un recuerdo muy doloroso y sentimientos que me avergonzaban. Un error que quería olvidar.
Detrás de esos ojos azules y de esa encantadora sonrisa, parecía esconderse una especie de demonio que parecía querer acabar conmigo. Si no, ¿qué otra explicación tendría lo que hizo?
Todo fue armado; estaba clarísimo. Su llanto en la escalera debe haber sido una actuación en la que caí como un estúpido. Me convenció para que conociera su mundo y, como una mosca, fui justo a su telaraña. ¿Cómo no me di cuenta? ¿Fui tan ciego como para no ver qué clase de persona es realmente?
Me senté en la cama, apoyando la espalda contra el respaldo. Me había olvidado de bajar la persiana la noche anterior y los rayos del sol comenzaban a entrar.
No quise despertar a Leti, así que me fui hasta el baño para darme una ducha. Quería sacarme la horrible sensación. Mientras me enjabonaba el pelo con champú, rogué al cielo que Leandro se hubiera conformado con lo que había hecho. No quería que siguiera investigando, porque si lo hacía…
Debería borrar mi pasado de alguna manera. Leandro parecía ser capaz de cualquier cosa y, al parecer, contaba con varios métodos para conseguir lo que fuese que quería.
Basta.
Tenía que tranquilizarme, pensar en positivo. Leandro no llegaría a ese extremo.
Dejé que el agua me pegara en el rostro. Me relajé hasta sentir las manos de Leticia en mi pecho y sus besos en mi cuello.
—Estuviste muy caliente anoche…
Giré y la encontré desnuda. Era tan hermosa e inocente. Me mataba tener que ocultarle algunas cosas.
—¿Por qué no repetimos?
Desayunamos en el jardín trasero. El cielo estaba despejado y la temperatura muy agradable. Aunque era verano, el clima no era húmedo ni caluroso.
Vivíamos en un dúplex a veinte minutos de la ciudad. Era del padre de Leticia. Aunque solía alquilarlo, cuando supo que su hija estaba en un departamento de un solo ambiente en medio de Caballito, no les renovó el contrato a los antiguos inquilinos y nos obligó a mudarnos. La idea no me convencía demasiado, pero él quería que su hija viviera cómoda. Mi departamento no era digno .
Una vez casados, nos compraría la casa. En vano había intentado rehusarme a que hiciera semejante gesto. No le importaba lo que yo opinara, su hija era su prioridad.
Leticia salió con una bandeja donde llevaba el desayuno.
Me mimaba mucho; yo no lo merecía.
Empecé por el café cuando el celular sonó. Lo levanté y vi un nuevo mensaje de texto:
Te olvidaste de depositarme
Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Borré el mensaje tan rápido como pude y dejé el celular. Tendría que haber contestado, sabía cuál serían las consecuencias si no depositaba el dinero que pedía. Mi carrera llegaría a su fin si hablaba.
—¿Quién era?
—Publicidades.
Todo había comenzado pocos años atrás, en el colegio Sagrado Corazón. Había cometido un terrible error, aunque, ¿qué puede hacer uno cuando el corazón pide que lo sigas? Me di contra la pared y ahora pagaba las consecuencias.
—Sabés bien lo que va a pasar si no me das la guita que quiero —me dijo en mi último día en el colegio—. Soy capaz de contarle a todo el mundo sobre tus preferencias. No volverías a trabajar como docente.
—¿Por qué me hacés esto? ¿Qué te hice?
—Nada. Me divierte. —Se echó a reír—. Vi la oportunidad y la tomé. Quince mil pesos por mes y listo —exigió.
—Es demasiado.
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