Me levanté, tomé las llaves del auto y me dirigí al gimnasio.
Hacía tiempo que no sufría esas pesadillas. Creí que las había superado. Después de todo, ahora era una mejor persona.
Al llegar, estacioné el auto. No habría nadie más que el recepcionista y algún otro loco como yo. Disfrutaba entrenar solo, mi mente tenía tiempo para volver a armonizarse.
—Lorenzo —saludé—, ¿qué tal?
—Todo tranqui. Con sueño por tener que abrir el gimnasio a esta hora, pero ahora estoy mejor —contestó guiñándome el ojo.
Lorenzo todavía albergaba esperanzas de que volviera con él. Lo conocí en la pileta del club y al instante nos llevamos bien. Nos divertimos mirando a los que nadaban. Hasta le hicimos creer al guardavida que nos gustaba. Se había puesto tan tenso que terminó pidiendo el cambio de turno.
Una noche, después de nuestra rutina, estábamos en la ducha solos. Lorenzo se me acercó y me besó el cuello. No lo pensé dos veces y le devolví el gesto.
Salimos por dos semanas hasta que no aguanté más, era demasiado celoso.
Le di la típica excusa de que todavía no me sentía bien para encarar una relación, porque había salido de una muy extenuante y que quería que solo fuésemos amigos. A regañadientes lo entendió.
—¿Al menos con derecho a roce? —me había preguntado.
Le dije que sí por las dudas de que algún día lo volviera a necesitar como un caso de emergencia. Sin embargo, dejé de ir a la pileta e iba a entrenar al gimnasio en el turno en el que Lorenzo no trabajaba. Nunca pensé que lo encontraría a la madrugada.
—Me voy a entrenar.
Me dispuse a ir a la máquina de pecho cuando alguien entró y robó mi atención. Llevaba puesto una musculosa gris holgada, shorts azules y zapatillas. Parecía ser de mi estatura, aunque su cuerpo era un poco más ancho que el mío. El pelo rubio ceniza estaba lleno de bucles y tenía mentón notable, no era algo que me importara, pero me llamaba la atención.
Nos saludó con un movimiento de cabeza.
—¿Quién es? —le pregunté a Lorenzo.
—Es nuevo. Hace un par de días que viene. Es lo único que sé.
—Ay, Lorenzo, Lorenzo, Lorenzo… Tendrías que saber más sobre su historial.
—Dame unas horas. Me pongo en modo FBI y te averiguo todo.
—¿Su nombre?
—Gastón.
Gastón. Como el pretendiente de Bella en la película de Disney. Gastón, sonaba poético. Me gustaba, Gastón… bueno, no iba a ponerme a escribir una poesía justo ahora que se presentaba alguien interesante.
Le dejé las llaves del auto a Lorenzo y guardé mi celular en el bolsillo. Mi futura conquista estaba trabajando hombros sentado en una máquina. Al llegar a su lado, carraspeé un poco la garganta.
—Hola, te vi y…
—Disculpá, no es de mala onda, pero no tengo ganas de hablar con nadie. Me despertaron muy temprano, no pude volver a dormirme. Sinceramente, no estoy de humor.
Me dejó pasmado. Ni siquiera me había dirigido una mirada y me estaba rechazando.
—Pero…
—Por favor. En serio. Quiero estar solo.
—Es que…
—¿Cuál es tu nombre?
—Leandro.
—Leandro, entendés que cuando uno empieza a tener un mal día quiere estar a solas para poder calmarse, ¿no?
Asentí.
—Entonces entenderás también que estoy con mucha bronca, que me la quiero desquitar con las pesas, que no quiero hablar con nadie y que podrías llegar a recibir un buen insulto. ¿Está bien?
—Entiendo.
—Genial.
Me alejé anonadado. Se había presentado ante mí un nuevo desafío. Estaba emocionado por enfrentarlo.
Hacía mucho que no desayunaba pensando en alguien. Gastón se había estancado en mi mente y que me hubiera rechazado me atraía todavía más. Parecía ser un hombre varonil, bien educado, con experiencia. Bueno, en verdad no lo sabía… Me gustaba fantasear que lo era.
Para ir a la facultad elegí una remera verde ajustada, jeans azul oscuro y zapatillas blancas. Si bien a la noche me gustaba lucirme, durante el día prefería pasar desapercibido. Era como una especie de superhéroe. Esta era mi vestimenta de Clark Kent y a la noche sacaba mi Superman para salir de conquista.
Al llegar dejé el auto en el estacionamiento. Tuve suerte porque quedaba solo un lugar libre. Hablaría con el encargado y le pagaría para que me lo reserve por el resto del año.
En la puerta me esperaba Gustavo, un chico morocho, con peinado afro y unos labios carnosos que invitaban a besar. No era mi tipo, su inocencia me causaba tanta ternura que no podía verlo con mis ojos de depredador.
—¡Hola, hola! —saludó. Se apartó de un grupo de chicas y vino corriendo a abrazarme.
Gustavo me consideraba su hermano mayor. Al él también lo había animado a salir del armario, pero no tuvimos sexo. El año pasado lo encontré llorando en las escaleras de la facultad y me dio pena. Su padre lo había echado de su casa porque le parecía raro; no podía entender que su hijo amara la comedia musical y a Cher. Su hermano mayor trabajaba con el padre; era igual. Si bien en ese momento Gustavo no admitió ser gay, su padre lo notó raro y no le gustó.
—¿Cómo estuvo tu verano? Perdón que no pude estar más en contacto —dijo, como si los mensajes diarios hubiesen sido pocos—. Es que el viaje con mi prima a París me consumió mucho tiempo. Recorrí todo, absorbí la cultura de la ciudad. ¡Fue genial! Tendríamos que irnos los dos unas semanitas, ¿no te parece?
—Podría ser… Disculpame, llegó tarde.
—Pero falta como media hora para las clases.
—Sí, es que quiero averiguar un par de cosas antes. ¡Nos vemos!
Salí corriendo y subí la escalera de a dos escalones. Julián me esperaba en el bar. Su sonrisa lo decía todo.
—Te odio, Julián…
—No, me amás ¿Qué tal te fue con tu fan? Cuando lo vi en la entrada, no pude evitarlo.
—¿Por qué te gusta hacerme sufrir?
—¿Para qué están los mejores amigos? Ese Gustavo sí que está enamorado de vos, ¿eh? Cuando le dije que te esperara afuera porque llegarías en cualquier momento y querrías un lindo recibimiento, se le iluminó la cara.
—Sí, no sé cómo decirle…
—Si no lo hacés rápido, va a pasar algo. Después te vas a arrepentir.
Puse mi brazo sobre sus hombros y caminamos hacia el ascensor.
—Algo se me va a ocurrir. Contame un poco del chico que conociste la otra noche.
Julián me repitió que su nuevo chico era alto, morocho y de espalda ancha, su tipo ideal. Le gustaba mucho la natación, por lo visto competía. Hablaron poco porque a Julián le encantaban los nadadores y, rápidamente pasaron a la acción.
Me hizo reír. A mí me gustaba generar un juego previo, conocer a la persona. A él no, a él le interesaba saber pocas cosas e ir a un lugar más tranquilo .
Llegamos al quinto piso, la clase de Literatura.
—Quedamos con él para vernos al mediodía. Vamos a ir a almorzar acá por el centro. ¿Querés venir?
—Paso —respondí.
No me gustaba ser el tercero en discordia. Era cita doble o nada.
Una secretaria de la facultad abrió la puerta del aula y nos avisó que el profesor iba a llegar más tarde.
Nos sentamos mientras Julián seguía hablando de su chico. Se llamaba Martín y ya se había enamorado de él. Bah, en realidad se había enamorado de su cuerpo. Así como yo tenía mi radar gay bien afinado, él poseía un radar de cuerpos. Podía intuir si un chico tenía abdominales marcados aun si llevaba remera holgada. Me divertía y a la vez me sorprendía cómo era que siempre acertaba.
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