1° edición: Diciembre de 2020
© 2020 Nicolás H. Manzur
© 2020 Ediciones Fey SAS
www.pipbuk.com
Diseño de cubierta: H. Kramer
Diseño interior y maquetación: Ramiro Reyna
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Manzur, Nicolás Horacio
Tabú : El juego prohibido / Nicolás Horacio Manzur ; editado por Ramiro Reyna; Ignacio Javier Pedraza ; ilustrado por H. Kramer. - 1a ed - Córdoba : Pipbuk!, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-47745-3-8
1. Novelas Románticas. 2. Homosexualidad. I. Reyna, Ramiro, ed. II. Pedraza, Ignacio Javier, ed. III. H. Kramer, ilus. IV. Título.
CDD A863
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A la catarsis,
Gracias por aparecer…
«Este es mi mundo
Por qué no sentir orgullo de eso
Es mi mundo
Y no hay razón para ocultarlo
De qué sirve vivir
Si no puedes decir
Yo soy lo que soy»
Soy lo que soy - Sandra Mihanovich
Leandro
Viernes, mi día favorito de la semana. Las personas se liberan de sus obligaciones semanales, cumplidas o no, y salen al acecho de una nueva presa para pasar la noche: una conquista fresca y sensual.
Me gusta ir a Brujas, un bar ubicado frente a la Plaza Serrano, sentarme en mi banqueta habitual y observar a los hombres realizar sus pobres intentos. Algunos prueban tácticas tan ridículas como tirar grotescos piropos o alardear con el modelo de su auto. Las expresiones de las mujeres, frente a personas tan descerebradas, me hacen la noche. Puedo reír por horas con el recuerdo de esos machos desconcertados frente al rechazo.
Yo no voy para conquistar a alguien. Bueno, en realidad sí, pero mi motivo es otro. Mi misión semanal es hacer una obra de bien.
Me siento bien conmigo mismo. De hecho, creo que debería obtener algún reconocimiento por todo lo que hago: busco a algún chico que todavía no haya salido del armario y lo ayudo a ir por el camino correcto. En ese bar plagado de heterosexuales siempre hay alguno.
—¿Y?, ¿ya lo identificaste?
Julián estaba parado al lado mío con una cerveza en la mano. La cuarta que se tomaba y eso que habíamos llegado hacía menos de una hora.
—¿Por qué no te relajás un poco con el alcohol?
—Algunos necesitamos un empuje para creérnosla como vos.
No siempre fue así. En un pasado, bien enterrado por suerte, yo era el chico al que todos rechazaban, hasta que una persona se puso en mi camino y todo cambió. Gracias a él es que soy como soy ahora; y estoy muy contento con el resultado. No puedo evitar pensar en la canción de Sandra Mihanovich, Soy lo que soy . Pero tranquilos, no voy a ponerme a cantar; arruinaría mi acting .
Julián no necesitaba la cerveza para que las personas supieran lo grandioso que era. Tenía pinta: era alto, con pelo castaño lleno de rulos, piel blanca, aunque no pálida, ojos color avellana y algunas pecas que le rodeaban la nariz. Su cuerpo no era atlético como el mío, pero tampoco era raquítico.
Sin embargo, carecía de autoestima, algo que a mí no me faltaba. ¿Cómo podría? Cada mañana me levantaba, me observaba al espejo durante un minuto, me sonreía y me daba algún que otro besito. Porque la verdad es que estaba muy fuerte.
¿Vanidoso? Sí, a veces tenía que ser así para llevarme el mundo por delante y lograr lo que quería.
—No te menosprecies, Juli, todos tenemos nuestro encanto.
—Habló el modelo de revista… Ojalá estuviera tan bueno como vos. —Giró y me examinó de arriba hacia abajo—. Y tuviera el dinero para comprarme ropa de marca cuando quisiera.
—¿Esta cosa vieja?
—Sí. Por favor, no me hagas hablar.
La verdad es que ahí tenía un punto. Julián solo contaba con el dinero que su madre le daba cada semana. A sus veinticuatro años no podía conseguir trabajo y tampoco estudiaba. Ayudaba con los quehaceres de la casa cuando ella trabajaba. Su padre se había escapado hacía cinco años con una prostituta y los había dejado con muy poco dinero.
Mi suerte fue diferente. Mi padre era arquitecto y mamá era directora de un colegio privado. Nunca me obligaron a trabajar. Por mes me depositaban algún dinero en el banco. Bueno… mucho en realidad, para que lo administrara a mi antojo. Solo debía seguir tres reglas: cuidarme, estudiar y regresar entero a casa.
—¿A dónde vas después? —me preguntó.
—¿A qué te referís?
—Digo, por la pilcha que llevás puesta, pareciera que vas a una reunión importante.
—Quiero impresionar.
Julián lanzó un resoplido molesto.
—Bueno, me voy a otro lado. —Tomó un último trago del pico y dejó la botella en la barra con un golpe duro—. Me aburro.
Antes de que diera un primer paso, lo tomé del brazo y le puse unos billetes en la mano.
—Tomate un taxi, ¿sí?
Julián sonrió y asintió.
Seguí escaneando el lugar, hasta que decidí que no iba a tener ningún resultado si me quedaba sentado.
—Ramiro —dije palmeando la barra—. ¿Me cuidas el lugar?
El barman se acercó y sonrió.
—Sí, claro.
A medida que caminaba, observaba a una pareja que estaba a punto de romper.
—No, mi amorcito. Es que… —decía mi próxima conquista.
—¡A mí no me vengas con «mi amorcito»! ¡Ya mismo me explicás qué está pasando!
Ella lloraba y su futuro ex moría de vergüenza. Me causaban gracia. La chica sufría mientras él tomaba una cerveza de lo más tranquilo. Noté que, además, me miraba.
—Mirá, es que… —siguió—. No sé cómo explicarlo, pero quiero estar solo por un tiempo.
—Dejame decirte una cosa —dijo ella al ponerse de pie—, nunca vas a volver a encontrar a alguien como yo. —Me impresionaba la actitud de la mujer. La aplaudiría si no fuera porque deseaba que se fuera para poder concentrarme en su novio—. No me llames y ni pienses enviarme ningún mensaje por Instagram o por WhatsApp. ¡Esto se terminó!
Ella le dirigió una mirada cargada de odio y salió del bar. Decidí que era mi momento de actuar.
—Vas a estar mejor sin ella —me atreví a decirle.
Esbocé una de mis sonrisas ganadoras.
—Soy Leandro, vos te llamás…
—Damián —alcanzó a balbucear. Me gusta generar ese efecto en los nuevillos , como me gustaba llamarlos.
—Lindo nombre. ¿Puedo? —pregunté señalando la silla vacía.
Damián levantó los hombros.
—Tengo que decirte la verdad. No la necesitás. No sos su tipo y ella no es el tuyo.
—No sé… La verdad es que ya no sé lo que siento. La amaba.
—Nah, el amor está sobreevaluado. ¿Cuántos años tenés?
—Veintitrés.
—¡Toda una vida por delante! —exclamé levantando los brazos—. Creeme, vas a pasarla mejor sin ella. Yo te voy a ayudar.
—A ver, ¿cómo?
Me levanté. Señalé con la cabeza la pista de baile.
—Bailemos un rato —dije guiñándole un ojo.
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