—¿No tendrías que ir a ayudar al director?
—Es un nene grande. Él puede solo.
—Ah, ok. Entonces…
—Lo siento, Leandro. No te puedo dar información confidencial.
—Está bien, te entiendo —dije antes de irme.
Cerré la puerta de mi habitación con llave para que nadie me interrumpiera. Saqué el celular y empecé a observar las fotos que había sacado. Eran solo cinco páginas.
La primera constaba de una foto que no le hacía justicia y sus datos personales.
La siguientes tres, su curriculum vitae . Leí por arriba y noté que Gastón había pasado por varios colegios. Mi universidad era su primer trabajo como profesor de nivel superior. Lo raro estaba en su trabajo anterior: no había conseguido terminar el ciclo lectivo. Renunció cinco meses después de haber ingresado a la institución. Ahí podía encontrar la pista que necesitaba. Anoté el nombre del lugar en el buscador y guardé la página web para hacerle una visita.
La última página solo era una planilla de contenidos. Sonreí al ver el tema: «Romeo y Julieta. Significado de la obra»
Estaba emocionado, ahora sí tendría municiones en contra de Gastón. Aún necesitaba conocer los detalles a fondo, pero sabía por dónde empezar.
Llegó el viernes y, con él, la segunda clase de literatura. Gastón sacó un ejemplar de Romeo y Julieta y leyó en voz alta.
—«El amor, que a inquirir me impulsó el primero; él me prestó su inteligencia y yo le presté mis ojos. No entiendo de rumbos, pero, aunque estuvieses tan distante como esa extensa playa que baña el más remoto Océano, me aventuraría en pos de semejante joya». —Cerró el libro y nos observó—. Hermosa frase, ¿no es cierto?
Nadie respondió.
Levanté la mano.
—¿Sí, señor Méndez?
—Creo que es una estupidez.
—¿Perdón?
—Me refiero a toda la obra. ¿El amor los llevó al suicidio? A mí no me parece que la obra hable de la gran historia de amor de todos los siglos, sino más bien de la gran estupidez de todos los siglos. ¿Cómo van a matarse?
—Si hubiera leído el libro…
—Lo hice —Mentí, levantándome de la silla—. No me identifico con la historia y no pienso quedarme acá sentado para revivir un pasado que no va a ayudarme a avanzar hacia mi futuro.
Abrí la puerta y salí del aula sonriendo. Si todo salía como lo había planeado, Gastón me acompañaría este sábado al bar.
Estaba sentado en la escalinata de la salida de la universidad, mirando al piso, tratando de sacar alguna que otra lágrima. ¡Era difícil! ¡¿Cómo hacían los actores?!
—¿Le sucede algo, señor Méndez?
Sonreí por dentro.
—No, nada —respondí en un sollozo fingido—. Déjeme solo.
Percibí que titubeaba, pero se sentó al lado mío.
—Aunque sé que no empezamos bien, puede hablar conmigo.
—Es que… me siento avergonzado…
—¿Por qué? —Noté que amagó con poner la mano en mi espalda, pero se arrepintió—. ¿Qué lo llevó a sentirse tan mal?
—Primero, la humillación en la pileta. Usted no sabe lo que fue ser rescatado: yo soy una leyenda en el club.
—¿En serio? —Noté una pequeña risa. Me ofendió, pero se la dejé pasar—. No lo sabía.
—Yo iba a salir, usted no me dejó reaccionar a tiempo.
—Pensé que…
—Eso no fue lo que más me dolió, sino lo que hizo en la primera clase. Hizo aflorar algo de mí pasado que creía que estaba enterrado.
—¿Un mal amor? No tiene de qué avergonzarse.
—Usted no entiende —continué. Gastón me alcanzó un paquete de pañuelitos descartables y rocé sus dedos al tomarlos. Todo salía como lo había planeado—. Usted nunca nos va a entender…
—¿Por qué no?
—¿Tiene amigos o familiares gay? ¿Algún conocido?
—No.
Giré la cabeza y lo miré.
—Ahí tiene la respuesta.
Gastón suspiró.
—Puede ser que no los entienda, señor Méndez. Pero me gustaría hacerlo…
Perfecto, picó.
—¡Guau! Había oído de lo espectacular que era este bar —dijo Gustavo mientras entrábamos en Brillantina Glamorosa—, pero nunca imaginé encontrarme con algo así.
Un mozo pasó a su lado y la mirada de Gustavo se posó en él.
—Que ni se te ocurra, ¿o querés que llame a tu tía para que te eche de su casa también? Conmigo no vas a venir a vivir —murmuré.
—Pero, pero… ¿no vinimos a disfrutar acaso?
—Sos muy chico todavía.
—¡Tengo diecinueve! Soy mayor de edad.
—Mi invitación, mis reglas.
—Está bien…
Roberto apareció de la nada, maquillado y con una peluca rubia platinada demasiado inflada. Llevaba puesto un vestido de seda color rosa chillón, con un enorme cinturón turquesa. Esa noche era Melody, la famosa drag queen de Brillantina Glamorosa.
—Veo que no vas a hacer el aquadance hoy.
—Nah… Ya estoy muy viejo. Decime, ¿quién es tu amigo?
Gustavo le estrechó la mano.
—Gustavo —contestó nervioso.
Melody se rio y le dio una palmada en la cabeza.
—Tan chiquito. —Se acercó a mi oído—. Es mayor de edad, ¿no?
Asentí.
—Perfectoooo. Bueno Gus, te va a encantar lo que tengo preparado. ¿Los llevo a la mesa? No siempre se tiene la suerte de ser escoltado por el dueño del bar.
Caminamos hacia una mesa situada frente al escenario.
—Muchas gracias, Roberto —dije.
—¡No me llames así cuando estoy toda producida!
Nos sentamos y Gustavo observó la silla extra.
—¿Esperamos a alguien más?
—Sí, a mi profesor de literatura.
Gustavo abrió la boca.
—¿El potro de tu profesor es gay?
No respondí. Miré hacia atrás y vi a varias personas entrar, pero Gastón no era uno de ellos. En ese momento me arrepentí de no haberle pedido el celular.
Después de dos copas de cerveza, me puse impaciente. Oí varios chistidos provenientes del escenario: Melody se asomaba por entre el medio del telón. Su expresión de fastidio me obligó a acercarme.
—¿Cuánto más hay que esperar? ¡Los chicos están como loca enjaulada!
—Perdón, no sé dónde se metió.
Giré de nuevo hacia la entrada y lo vi. Gastón por fin había llegado. Levanté el brazo para que me viera. Cuando lo hizo, sonrió. Pero no venía solo, sino con una mujer. Probablemente su prometida.
—Ahí está —le dije a Melody—. Dame cinco minutos más.
—En cinco empiezo, preparalo.
Volví rápido a la mesa, aunque no me senté hasta que llegaron.
—Disculpen la tardanza, tuvimos unos problemas con el auto —dijo.
—¿Qué pasó? —pregunté.
—Al señor se le había olvidado llenar el tanque —respondió la mujer que lo acompañaba—, así que tuvo que ir con un bidón a la estación de servicio más cercana.
—¿Y vos sos?
—Ah, perdón. ¿Dónde quedaron mis modales? —dijo con una sonrisa y un tono de voz suave—. Leticia —se presentó.
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