EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE
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Colección Arte y Cultura
TODO PASA
Escritos de prensa 1964 -1980
Héctor Soto G. (ed.)
© Inscripción Nº 268.252
Derechos reservados
Julio 2016
ISBN Edición Impresa: 978-956-14-1946-9
ISBN Edición Digital: 978-956-14-2543-9
Diseño: Corporativo UC
Diagramación digital: ebooks Patagonia
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CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile
Serrano, Horacio, 1904 -1980.
Todo pasa: escritos de prensa 1964 -1980 / Horacio Serrano; edición Héctor Soto.
1. Literatura chilena - Miscelánea.
I. t.
II. Soto, Héctor, ed.
2016 Ch868 + DDC23 RCAA2
ÍNDICE
I. Prólogo
II. Escritos de prensa 1964 - 1980
III. Posfacio
El verbo debe hacerse carne y sangre −papel y tinta− para vivir. Aquello que solo se dice o se escucha, pierde su esencia. Necesita ser leído y releído, tocado y retocado, para llegar a ser.
Horacio Serrano
El Diario El Mercurio se comprometió con este proyecto desde su inicio y facilitó las 804 columnas publicadas por Horacio Serrano en sus páginas. Especial agradecimiento a Trinidad Puig por su diligente búsqueda y a Francisco José Folch por haber compartido la idea de que este libro era un merecido homenaje a quien fuera un colaborador de tantos años.
I
PRÓLOGO
Historiando a Horacio Serrano
Héctor Soto
I.
Horacio Serrano pertenecía a una elite ilustrada y de gran espíritu público, muy autónoma en sus puntos de vista, que la modernidad chilena terminó por desplazar. Era un excéntrico, en el mejor sentido de la palabra. Desde los años 60 hasta su muerte, tuvo a su cargo en El Mercurio una columna periodística que representó un notable punto de conexión de la actualidad con la trascendencia y de sus obsesiones con una audiencia que lo leía con expectación y lealtad. Graves, muy graves algunas veces, humorísticos en no pocas ocasiones, inteligentes y reveladores siempre, esos escritos correspondieron a un género que también terminó desapareciendo de la prensa chilena, en parte porque la masividad y sus ordinarieces no perdonan y, en parte también, porque habían desaparecido los excéntricos como él.
Escribía corto y con extraordinaria agudeza. Sus columnas describen un arco prodigioso en términos de aprendizaje y del creciente dominio del género que él mismo estaba acuñando. En general, en muchas de las columnas de la década de los 60 apostó por entregar lecturas originales de las informaciones que entregaba el cable y también, en menor medida, la actualidad nacional. Eran columnas informativas, por decirlo así, de buen nivel por cierto. Gradualmente, sin embargo, se fue desprendiendo de la contingencia para entrar en la zona de preguntas más intemporales y trascendentes. Fue en más de un momento el gran preguntón de la prensa chilena acerca de los rumbos que estaba siguiendo el país. Entendió como pocos que una cosa eran las agendas de la política y del periodismo y otras muy distintas las corrientes subterráneas que estaban siendo arrastradas por el acontecer. Como pertenecía a esa generación marcada a fuego por las verdades de La decadencia de Occidente de Oswald Spengler, y como entendía que las sociedades se mueven por dinámicas internas de descomposición o regeneración que eran independientes del voluntarismo de los políticos o los historiadores, aguzó como nadie los ojos y el oído para mirar con distancia y reconocer las señales de un Chile que a veces, a su juicio, pedaleaba en banda, iba a la deriva, confundía lo urgente con lo importante o que a ratos optaba resueltamente por rumbos equivocados.
Tenía una mente globalizada en un Chile por entonces todavía muy provinciano y autárquico, que había cerrado sus puertas al exterior. Horacio Serrano viajó mucho. En una época en que la elite con suerte viajaba a Buenos Aires o a París, él fue a Grecia, a la India, a Japón, a China, a Nepal, a Turquía, al Medio Oriente, a Tánger, al Congo y a las más oscuras profundidades del África. Esas experiencias, unidas a su formación universitaria en Boston, pasaron a ser parte consubstancial de su mirada −olímpica, descentrada, inquisitiva, imprevisible− sobre los problemas del país y sobre los inicios del proceso modernizador de la sociedad chilena en los años 70.
Arbitrario en ocasiones, políticamente muy incorrecto en otras, original y rotundo siempre, Horacio Serrano escribía tal como hablaba. Tenía un manejo admirable de la frase corta, de la cita iluminadora y es posible que nadie haya vuelto a valerse de las interjecciones y de los signos de interrogación con la destreza con que él los administraba. En esto, definitivamente fue un maestro de la expresión. Sus columnas son tensas como la cuerda del arco del que sale despedida una flecha. Si para darle tensión a sus escritos había que exagerar, no hay problema, exageraba. Si había que mistificar, bueno, mistificaba, función en la cual llegó a ser un artista insuperable. Si había que extremar (de nuevo), tampoco fallaba. Por eso su prosa es puro músculo y cero concesión a los lugares comunes de la retórica. Si hay algo de lo que huía como del demonio era de la “lata”, del darse vueltas sobre ideas consabidas, de las frases ampulosas y huecas, del decir con cien palabras lo que quedaba perfectamente claro −y mucho mejor− con diez. Nunca fue de los columnistas obligados a tener que “llenar” un espacio. Si la columna requería solo tres párrafos cortos, bien, que sea corta. Si necesitaba más, bien también, el diario no le iba a regatear espacio. Lo importante era el planteamiento, dicho de la manera más cruda y con la máxima economía verbal.
Siendo muy fiel a los ejes básicos de sus escritos, la presente selección necesariamente tiene que traicionarlo en un aspecto que para él era crucial: el “mono”. Porque todas sus columnas iban acompañadas de un grabado, foto, dibujo o ilustración que él elegía con pinzas y de los cuales se jactaba a veces más que de los propios textos. El “mono” le parecía fundamental. Le gustaban los que parecían manchones, los dibujos de alto contraste, los más abstractos y, en principio, más disociados con el tema. Eran por lo demás los que el diario de entonces, precario como era en términos de resolución gráfica, podía reproducir mejor.
Horacio Serrano escribió en un Chile muy cerrado al exterior y extremadamente pobre, cuyo mayor flagelo era posiblemente la inflación; lo hizo en una época cruzada por la Guerra Fría, cuando el islam todavía era sinónimo de paz, cuando la descolonización estaba desangrando a los pueblos de África, cuando China estaba muy lejos de ser la potencia económica que terminó siendo y donde la India era más conocida en el mundo por sus gurúes y brahmanes que por sus camionetas. Escribió antes de Internet, antes de los mails, antes también de los celulares. Todo esto se nota y se nota mucho en algunas de las columnas aquí seleccionadas y fue voluntad de los editores no encubrir ni soslayar estos desfases porque entregan una sensación térmica muy reveladora del contexto en el cual fueron escritas.
La libertad con que Horacio Serrano escribió, la tremenda autonomía de vuelo que tuvo, le ganaron no solo el respeto de sus pares sino también la incondicionalidad de un selecto grupo de lectores que lo siguió con lealtad y lo leyó con admiración. Para ellos era un columnista diferente, impredecible, original, desafiante, divertido y que no guardaba punto de comparación con los escritos rutinarios, pomposos, adocenados y bienpensantes que por muchos años habían capturado el repertorio del periodismo de mayor espesor cultural.
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