—No sabés lo lindo que es…
—Sí, ya me lo dijiste.
—Morocho, pelo oscuro con rulos, alto, ¡con una espalda…! Qué cuerpo, ¡papito!
De pronto el murmullo del aula se apagó. Oí la puerta cerrarse y a alguien caminando.
Cuando me di vuelta lo vi. Gastón.
Esta vez vestía elegante: una camisa blanca abrochada hasta el cuello con una fina corbata azul marino colgando, pantalones pinza azules y zapatos marrones. Muy sexy.
—Buenos días. Mi nombre es Gastón Martínez —anunció a medida que escribía en el pizarrón su nombre y el de la asignatura con un fibrón negro—. Soy el profesor de Literatura I, la primera parte de las cuatro que cursarán durante los próximos dos años.
¡No podía tener tanta buena y mala suerte a la vez! Iba a poder verlo más seguido, pero era un profesor. La facultad tenía reglas al respecto; si lo descubrían…
El desafío se hacía cada vez más atractivo.
—No quiero perder mucho tiempo en que cada uno hable sobre qué estudio en la secundaria o por qué eligieron esta carrera. Voy a pasar lista y empezaremos. Les voy a repartir el cronograma del cuatrimestre junto a algunas fotocopias con varias páginas de Romeo y Julieta.
Decidí que cuando llegara a mi nombre, respondería fuerte y claro. Lo obligaría a levantar la cabeza. En ese momento me vería y se sorprendería. Tenía que estar preparado para dirigirle mi mejor expresión de conquista. Él se daría cuenta de que éramos almas gemelas y, al final de la clase, me invitaría a tomar algo.
—García, Mariano…
—Presente.
—Hildebrant, Ignacio…
—Acá.
Estaba a punto de llegar a mi nombre. Preparados, listos… ¡ya!
—Méndez, Leandro…
Aclaré la garganta, puse voz grave, levanté la mano y respondí.
—Presente.
Nada. Como en el gimnasio, ni se había dignado a mirarme.
—Bueno, chicos —dijo apoyándose en la mesa— ¿Por qué piensan que quiero que lean Romeo y Julieta?
Nadie respondió. Esta era mi oportunidad para lograr llegar al profesor de alguna manera.
—Porque es un clásico.
Ahora sí me observó con detenimiento. Me pareció verlo esbozar una sonrisa, aunque tal vez fue mi imaginación.
—Eso es verdad. Pero ¿de qué trata ese clásico?
Mis compañeros seguían sin responder.
—¿El amor? —dije dudando. Jamás había leído la obra, pero sabía a rasgos generales de que trata. No podía creer que fuera a tratar un tema tan cursi.
—¡Exacto!
Gastón se puso de pie, fue al pizarrón y escribió la palabra «Amor». Sí, al parecer quería dar una clase melosa. Oí a un grupo reírse por lo bajo.
—¿Alguna vez se enamoró… —miró la lista y luego a mí—… señor Méndez?
—¿Cómo? ¿Yo? ¿Enamorarme?
—Sí, usted. ¿Por qué ve mi pregunta como algo malo?
—¿A qué se debe ese pensamiento?
—No respondió a mi primera pregunta.
—Y usted a la mía tampoco.
—El profesor acá soy yo —dijo riendo.
—Y, sin embargo, prefiere saber sobre mi vida privada y creo que eso no es muy apropiado, ¿no?
—Solo quiero generar un ida y vuelta, que no se convierta en una clase aburrida donde el profesor hable sin parar.
—Tal vez eso es lo que esperamos —dije. De repente, no pude detener mi explosión de palabras—. Creo que todos coincidimos acá en que esta materia no nos va a ayudar mucho en nuestra carrera y que es un desperdicio de tiempo.
Oí los «uuuuuuh» de mis compañeros. ¡Por Dios! ¿Dónde estamos? ¿En la secundaria?
La mirada del profesor se endureció.
—¿Por qué lo pone nervioso admitir que alguna vez se enamoró?
—Nunca me enamoré.
—¿Seguro?
—Claro. Es mi vida después de todo, ¿no? Creo que tengo una idea de lo que siento y de lo que no.
Una seguridad dentro de mí que me alentaba a seguir hablando y refutar todo lo que Gastón dijera.
Las miradas se encontraban posadas sobre nosotros. Me sentía como si estuviera dentro de un ring, solo que de palabras.
—Tiene razón, señor Méndez.
—¿Lo ve?
—Aunque pienso que no es un crimen admitirlo, cuando uno está enamorado o lo estuvo.
—¿Y usted? ¿Por qué no nos cuenta algo sobre su vida?
—De acuerdo. Me parece justo.
El profesor comenzó a caminar hacia la ventana del aula. Corrió las cortinas y dejó entrar el sol. Sus ojos color miel brillaron y me atraparon por un momento. Parecía sumido en algún recuerdo cuando sonrió.
—La conocí en un bar —¿Había dicho «la»? ¡¿LA?!—. Un amigo nos presentó. Yo pasaba por un momento muy turbio en mi vida. No me encontraba a mí mismo, parecía tomar decisiones equivocadas. En fin, estaba perdido. Hacía poco había terminado una relación y no quería saber más nada con nadie. Pero mi amigo insistió en que la conociera. La había halagado mucho, era escritora en una revista, por eso pensó que nos íbamos a llevar bien. En fin: fue amor a primera vista. Nos pasamos los números y seguimos hablando por teléfono, arreglando citas y ahora es mi futura esposa.
Oí suspiros. Gastón les regaló una sonrisa. Clásico movimiento de un rompecorazones. Clásico movimiento mío.
—Entonces, señor Méndez, ¿ahora se encuentra capaz de contarme algo sobre su vida?
Me quedé callado y lo miré. ¿Estaba dispuesto a hablar sobre mi privacidad? ¿Qué era lo que me provocaba Gastón? Era un hombre lindo y, para mí, un gay reprimido. Pero había algo más en él que me atraía. Eso me incomodaba un poco. Parecía capaz de derribar un muro impuesto años atrás.
—No.
Gastón asintió y se dirigió hacia una alumna.
—Una lástima. No sabe lo que se pierde.
Me miró una última vez antes de tomar la fotocopia de un compañero. Tal vez fuera mi imaginación, pero, por un breve instante, sentí una conexión: ambos vivimos una época oscura que queríamos olvidar.
Leandro
—O sea, lo que querés es humillarlo —dijo Julián.
—Claro.
—Y planeás hacerlo… ¿Cómo?
—Exponiéndolo por lo que verdaderamente es, Juli.
—Y eso es…
—Un gay reprimido.
—¿Estás seguro? ¿No será imaginación tuya?
—Sabés que mi radar nunca falla.
—Hay una primera vez para todo.
Bajábamos las escaleras del gimnasio hacia la pileta. Julián había decidido empezar a tomar clases de natación porque quería aprender a nadar y ponerse a la altura de su nueva conquista.
—¿Alguna vez te falló el tuyo? —pregunté.
—Jamás.
—¿Ves? El mío tampoco, Juli, y no va a empezar a hacerlo ahora.
—Pero, tiene novia.
—¿Y? Hoy en día eso no asegura nada.
Julián se detuvo en el borde de la pileta, se puso gorra y antiparras, pero se quedó mirando al frente.
—¿Y?, ¿no te vas a tirar?
—Tengo miedo. Vos sabés que el agua y yo no nos llevamos tan bien.
—No va a pasar nada —dije poniendo una mano en su espalda—. Tranquilo. No tenés que nadar, solo quedarte en lo playo.
Julián se quedó observando la pileta. Cuando era chico casi se ahogó en una pileta de un amigo. Aquel evento generó una fobia que lo mantuvo alejado del agua.
Comenzó a tambalearse un poco y me asustó. Lo tomé del brazo para alejarlo del borde.
—Podemos venir más tarde.
Más tranquilos y sentados en el bar del club, el color volvió al rostro de Julián.
—¿Cómo estás?
—Mejor, gracias. —Asentí y le apreté la mano—. Bueno, ¿tenés pensado cómo conseguir más información del profe?
Читать дальше