Javier López Menacho - El Profeta

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El Profeta- Tercera década del siglo XXI. Internet ha caído, pero nadie sabe por qué. Mientras los gobiernos tratan de resituarse ante el nuevo paradigma, conteniendo la revuelta social y reformulando su orden económico, la ciudadanía resiste como puede los efectos de una nueva crisis mundial. El Gran Apagón ha llevado al paro a millones de personas cuyos trabajos dependían de Internet. Entre ellos, Isaías (El Profeta), un influencer con cientos de miles de suscriptores para quien sus redes sociales lo eran todo. Ahora, intenta superar la abstinencia grabándose con la vieja cámara de su padre. La escasa vida social del otrora exitoso youtuber se ve sacudida cuando descubre que Nada, una joven activista con tendencias suicidas, le espía desde el edificio contiguo.

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Índice de contenido

El Profeta

Primera parte

Reconexión

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

X

XI

XII

Segunda parte

Nada es lo que parece

XIII

XIV

XV

XVI

XVII

XVIII

XIX

XX

XXI

XXII

XXIII

XXIV

XXV

Tercera parte

Máscaras

XXVI

XXVII

XXVIII

XXIX

XXX

XXXI

XXXII

XXXIII

Datos de autor

El Profeta- Tercera década del siglo XXI. Internet ha caído, pero nadie sabe por qué. Mientras los gobiernos tratan de resituarse ante el nuevo paradigma, conteniendo la revuelta social y reformulando su orden económico, la ciudadanía resiste como puede los efectos de una nueva crisis mundial. El Gran Apagón ha llevado al paro a millones de personas cuyos trabajos dependían de Internet. Entre ellos, Isaías (El Profeta), un influencer con cientos de miles de suscriptores para quien sus redes sociales lo eran todo. Ahora, intenta superar la abstinencia grabándose con la vieja cámara de su padre. La escasa vida social del otrora exitoso youtuber se ve sacudida cuando descubre que Nada, una joven activista con tendencias suicidas, le espía desde el edificio contiguo.

El Profeta El Profeta 2019 Javier López Menacho 2019 La Equilibrista - фото 1
El Profeta

El Profeta

© 2019, Javier López Menacho

© 2019, La Equilibrista

info@laequilibrista.es

www.laequilibrista.es

Primera edición: octubre de 2019

© Ilustración de cubierta: César Sebastián Díaz

Maquetación: La Equilibrista

Imprime: Ulzama Digital

ISBN: 9788494872099

ISBN Ebook: 9788494872044

Depósito legal: T 1283-2019

Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de:

NOCTIVORA, S.L.

A Álex, que creyó siempre

¿Qué dosis de verdad puede soportar un hombre?

Friedrich Nietzsche

I

Probando. Probando. Sí, sí. Eo. Eo.

¿Cómo iba el cacharro este?

Oh, ya, por fin. A ver.

Madrid, 3 de octubre de 2024

Sé que estáis ahí.

Os he sentido todo este tiempo. Como un rumor que me acompaña, como una melodía amiga, como el actor que a pie de escenario mira a platea y, pese a que la luz de los focos le ciega la mirada, siente el aliento del respetable erizando su piel.

No me hace falta veros; de alguna manera, os siento acompañándome.

Desde el chasquido que acabó con las redes se han perdido muchas cosas, gran parte de lo que construimos entre varias generaciones, lo mejor y peor de nosotros mismos. Desde los tiempos del IRC hasta el Instagram, del chat de Terra al Periscope, del MSN al Fotolog, del Napster a Youtube, del Instagram y Snapchat al SliderNews y luego a Jomid, cada época ha tenido su apogeo, su decadencia y su olvido. Sin embargo, ahora no nos quitamos de la cabeza todo lo que fuimos y hacemos recuento de cuántas cosas hemos dejado en el camino.

En nuestro caso, al menos ha quedado un halo imperceptible entre quienes estuvimos conectados con solo pulsar un botón. ¡Qué tiempos aquellos del teclado, el ratón, la webcam y un servidor a través del cual me conectaba con una vasta audiencia! Qué pena que haya quedado tanta gente con esa sensación de orfandad que, a nuestra manera, hemos conseguido esquivar.

Más allá de los vídeos en los que os contaba alguna intimidad y respondíais con toneladas de cariño a mis dramas cotidianos —tampoco he mejorado mucho desde el crash del clic —, jamás os había sentido tan cerca. Es ahora, cuando menos sé de vosotros, ni vuestro número, ni vuestra edad, ni vuestro sexo, ni vuestra ubicación, ni la hora en la que veréis mis contenidos, cuando con más fuerza os percibo. Como si todo aquello de la conexión, de los datos, de los bites, del wifi, de la cobertura, de los avisos al móvil, de los anuncios de pago y demás, hubiera sido solo una etapa previa para conectarnos aquí y ahora, de esta manera indefinible e indefendible, porque vete a saber qué opinaría cualquier persona de bien si le explico el lazo que nos une.

Es como aquella vieja serie de Netflix en la que varios personajes alrededor del mundo estaban interconectados y podían ver y sentir a través de los otros. ¿La recordáis? He olvidado el título. Yo no veo donde estáis, pero os siento conectados a mí a través de un vínculo excepcional, que me une a todos los que os suscribisteis a mi canal antes del Gran Apagón.

Las cosas, no obstante, han cambiado de forma salvaje.

Netflix, ex candidata a dominar el mundo, es ahora una compañía venida a menos, enmarañada legalmente por dirimir cuáles son sus derechos y obligaciones, que da palos de ciego por reinventar su modelo de negocio, con un capital decadente y unas pérdidas que intenta amortiguar vendiendo los activos mobiliarios que aún posee. Lo que sea con tal de evitar el cierre. Cuando has conocido las mieles de la victoria, te cuesta renunciar al próximo campeonato.

No los culpo, nadie pensaba que el sistema implosionaría, que se interrumpiría así sin más. Ni ingenieros, ni expertos, ni gurús, ni hackers ni gobernantes, ninguno ha sabido proporcionar una explicación coherente de por qué la red se vino abajo. Teorías sí, las hay, y ha habido de todos los colores, pero aún no han podido descifrar los motivos que causaron que todo aquello dejara de funcionar.

Eso no ha sido inconveniente para que nuestros amigos de la prensa, con sus periódicos de papel felices en la actual coyuntura, hayan dado voz a disparatadas teorías que en los próximos años serán revisadas con pudor desde las hemerotecas. Pero qué más da si en el caos actual el código deontológico es un faro sin luz y nada vende más que un nuevo especial sobre el Gran Apagón.

No. No han sido los extraterrestres. No ha habido un cambio en los parámetros electromagnéticos del globo terráqueo como si Magneto, el personaje de los cómics, hubiera cobrado vida. No se ha rebelado la madre naturaleza buscando justicia divina. No ha sido un ataque de hackers actuando de forma organizada, no. Simplemente se paró. Hizo plof y dejamos de comunicarnos a través de Internet. La droga del siglo xxi desapareció sin dejar rastro, dejando a media humanidad como yonkis con el síndrome de abstinencia a cuestas.

Se paró sin más, como se para el amor, el silencio, la inspiración, la vida.

Un trauma, y eso que no llevábamos trescientos años conviviendo con las nuevas tecnologías, sino apenas medio siglo de amor enfermizo por la vida en la red, al final, una milésima parte de nuestra historia. Lo han conocido ¿cuántas? ¿Dos, tres, cuatro generaciones al completo? No hay para tanto drama, si los niños se amoldan a cada nueva realidad sin hacer preguntas y la aceptan tal y como es, lo adultos tendríamos que hacerlo de forma madura y responsable. Pero nuestra infantilización permanente nos ha privado de un trasiego ordenado hacia un nuevo orden de las cosas. Estamos alborotados como un enjambre de avispas alterado por una gran sacudida.

Muchos edificaron su vida, sus negocios, su trabajo, en torno a la vida online , no usándola como recurso y herramienta, sino como motivo final de su existencia. Su ausencia ha generado no pocos traumas sociales. Sin ir más lejos, yo andaba hasta ahora hablándole a los espejos, sí, como suena. No me culpo, mi caso es extraordinario. Sentir que te acompañan cientos de miles de suscriptores, como una nebulosa invisible, es para volverse loco. Al menos he guardado la compostura y lo he sabido reconducir. Hoy iniciamos, con estas grabaciones, un depósito de pensamientos que guardaré a buen recaudo hasta que la realidad me obligue a sacarlos a la luz. Esto sucederá, no me cabe duda, más tarde o más temprano.

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