Como os digo, el problema no soy yo, que, con todo, pude vivir alternando una infancia alejada de la red y una madurez híper-conectada. A mis diez o doce años nunca había merendado un bocadillo de Nocilla (¿quién recuerda aquella marca de crema de cacao?) delante de la pantalla, a mis cuarenta pasaba casi cada desayuno frente al PC. Pero ¿y todos los que siempre conocieron una vida en la red?
Los que siempre han vivido en un entorno tecnológico son los que más han enfatizado las protestas, los que se han quedado anquilosados a la hora de promover alternativas. Simplemente piden volver atrás, un imposible con la información que manejamos hoy en día. Con lo fácil que se adaptaban a un entorno tan cambiante como el digital y ahora parecen bebés pidiendo el pecho. Un shock que ha paralizado a los que fueron líderes para el mundo del mañana.
A los que les gustaba comprar sin moverse del sofá, los brokers que operaban en calzoncillos delante del ordenador, toda esa masa de jóvenes promesas que se iniciaban como CEOS en startups , los creadores de contenido clickbait y viral, los consumidores de porno a la carta, los que usaban apps hasta para que le informaran del váter más cercano, los que huían de la soledad o la marginación, o los que daban rienda suelta a sus vicios, los responsables de grandes corporaciones que se creaban una absorbente identidad digital para evitar así a sus familias, a su pareja y puede que a sí mismos, todos ellos quedaron, de un día para otro, al abandono. Toda esa gente tiene ahora un vacío en el estómago del tamaño de un agujero negro.
La magnitud de la tragedia, por otra parte, no es para menos. Se ha perdido gran parte del tejido productivo de los países, se han estancado infinidad de proyectos que prometían cambiar nuestra realidad y estamos aún reeducándonos en esto del mundo en carne y hueso. Curiosamente, los países subdesarrollados apenas han sentido el Gran Apagón como la picadura de un insecto. Siguen como antes, con su pobreza a cuestas. Pero en países como el nuestro, contadme, ¿qué cantidad de horas al día pasabais delante de un ordenador o mirando la pantalla de vuestro teléfono móvil? ¿Cuántas, por el contrario, pasabais en contacto con gente? No hace falta que me confeséis la respuesta.
No nos queda otra, o cambiamos nosotros mismos o la vida nos cambia a guantazos. Hasta el más inmaduro termina por aceptar el nuevo orden de las cosas. Es una regla de oro de la existencia. Las cosas nacen, crecen, se reproducen y mueren. Se acaban. Terminan. Caput . Finitto .
El futuro, en mi caso, será lo que venga a partir del momento en que he apretado el play en esta vieja cámara de mi padre. Por cierto, qué buena cámara tenía criando polvo en el trastero. De mucha mejor definición que mi antigua webcam o el móvil que usaba para los vídeos de Snapchat. Quizás convenga tomarme más en serio sus ideas anacrónicas a partir de ahora.
Y aquí me veis, como si Nike volviera a hacer zapatos puramente artesanales. O como si la leche no estuviera tratada por mil máquinas y viniera directamente de las ubres de una vaca. Subir a la azotea, ponerme delante del trípode a grabar cintas de vídeo y ensayar este nuevo tono documental al modo de youtuber prehistórico es algo parecido. O no. O después de toda la confusión, de la depresión post-apagón, de la desorientación, del ruido y la furia, quizás esté fundando una nueva modernidad.
En cualquier caso, estoy de vuelta amigos y amigas.
Al que conocíais como El Profeta.
Estáis de enhorabuena.
Madrid, 5 de octubre de 2024
Ojo porque os voy a contar LATEORÍADELOSDOSPLANOS. Oficial, auténtica y solo disponible en este canal.
Veréis. Sostengo la teoría de que existen dos planos conviviendo tras el desastre. Os sonará «conspiranoico», pero tiene fundamento. Os la voy a intentar explicar en un vídeo más corto que el primero que grabé. Como decía, dos planos que no tienen más remedio que convivir: el de los medios de comunicación y el del barrio; el de los despachos, los consejos de administración y las reuniones extraordinarias, y el que se vive en las casas, en las plazas y en las calles.
El primero vive con miedo a un nuevo orden mundial. Cualquier nueva coyuntura les da pavor. Lo llaman incertidumbre pero es eso, pavor. Por eso el desplome de la bolsa, la reaparición a lo grande de la prima de riesgo, los yuppies saltando desde el décimo piso y la llamada a la calma de los líderes políticos con la gotita de sudor en la frente. Debe ser raro para ellos, ansiar el poder, disputarlo y ganarlo al tiempo que sabes que te condenará a una farsa en presente continuo. En fin…
El segundo plano lleva lustros viviendo con miedo, o al menos así percibo yo este barrio cada vez que bajo a comprar el pan o hablo con los vecinos en espacios tan acogedores como el ascensor. Antes era el «austericidio» y ahora la depresión tecnológica, siempre hay una excusa para quien vive acostumbrado en una posición de subordinación. Se actúa como en aquella viñeta humorística donde dos mendigos conversan bajo un puente y uno le dice al otro: «Reconozco que he vuelto a votar a los mismos, no puedo arriesgarme a perder lo que ya hemos conseguido».
Yo pertenezco, como bien sabéis, a ese segundo plano, aunque del miedo me he librado hace ya algunos años. Mi vida ha sido cómoda y austera, en el sentido más antiguo del término. Lo que antes significaba sin lujos , hoy significa sin que te echen de casa . Y no, cabe diferenciarlo y reivindicar la acepción primigenia que aludía a sentirse en plenitud con pocos bienes materiales. En mi caso, acabé el ciclo superior de informática y me fui directamente a Youtube, luego a Jomid y el resto ya lo sabéis. Creación de reseñas de videojuegos en línea —las claves del éxito son un enigma hasta para mí y para muchas otras personas—, reflexiones varias «marca de la casa», cientos de miles de suscriptores que veníais en tromba a comentar mis trucos, monetización del contenido, ingresos mensuales y vida relativamente plácida en la casa de mis padres.
Luego vino el apagón y todo giró en un sentido absurdo. Sin apenas darme cuenta, me aficioné a las pastillas para la ansiedad y sentía una oquedad existencial que he podido rellenar saliendo a correr —y bien que lo agradezco porque estaba criando una barriga de ex futbolista que daba miedo—, volviendo a pintar figuritas de rol e inventando esta nueva forma de comunicarme con vosotros. Os cuento mi visión del mundo tal y como hacía en vídeos puntuales hace tres o cuatro años, solo que con un formato diferente.
Los de ahora no sé cuándo ni cómo os llegarán, lo que sí tengo claro es que mientras la mayoría de los que han sufrido un cambio de tales proporciones se han quedado fustigándose, lamiéndose las heridas y envueltos como en un lamento eterno, yo he buscado un camino alternativo para seguir expresándome. Ni siquiera el destino podrá ponerme un bozal. Eso sí, más allá de este invento ya os sentía muy cerca, como si en mi vida fuera el narrador en off de una película.
No soy el único cuya vida ha cambiado. De hecho, prácticamente todo el mundo ha sufrido modificaciones de una forma directa o indirecta. Esté en uno u otro plano. Desde que sucedió el apagón, no son pocas las personas que conozco que han visto su situación dar un giro radical. El tío de Agus, que agonizaba en su quiosco de prensa, goza ahora de una coyuntura privilegiada. El nuevo punto de referencia en el barrio recibe cientos de publicaciones en sus superpoblados expositores, que se han ido ramificando por las aceras y exhibe una saludable vida vecinal en sus aledaños.
La vuelta de los fascículos de toda tipología imaginable, las ventas derivadas de la industria pornográfica, el re-boom de los suplementos informativos han sido tan bien recibidos por los quiosqueros como la vuelta del cd y los vinilos por la industria musical y la SGAE, la cantidad de hipocondríacos sedientos de información por la industria farmacéutica o los huérfanos de call conference y reuniones virtuales por las empresas de transportes y las arcas del Estado. Incluso la industria del motor vive una segunda juventud.
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