Fernanda Beigel - Autonomía y dependencia académica

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Con rigurosidad y frescura en este libro se tejen un conjunto de temas, argumentos y reflexiones sobre el proceso de institucionalización de las ciencias sociales en América Latina desde una ubicación geográfica poco frecuente. Se trata de una investigación originada en la provincia de Mendoza, desde donde un grupo de investigadores analizan la estructura de dominación y subordinación académica, ofreciendo facetas poco frecuentes a partir de las cuales mirar en forma comparada el proceso de creación de un circuito regional en Argentina y Chile de la segunda mitad del siglo XX.

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Durante el período fundacional, se manifestaron en la UNESCO varios polos de conflicto ideológico, entre los que se destaca la oposición entre el clan latino y el clan anglosajón. El desarrollo de la guerra fría favoreció el desenvolvimiento de las tensiones este-oeste y la conferencia de Bandung (1955) abrió las heridas coloniales existentes. Esto promovió una particular forma de politización al interior de la Organización, que dio lugar a múltiples estrategias, provenientes algunas de la mano de los gobiernos y otras de grupos intelectuales. Con sólo hacer un seguimiento de las resoluciones de las conferencias generales de esta organización desde mediados de la década de 1950, pueden registrarse los nubarrones: las discusiones acerca de la inclusión de nuevos Estados miembros y la exclusión de otros; las diferentes concepciones acerca de la noción de “raza” y los nacionalismos; los conflictos provenientes de la disminución de las contribuciones de los países ricos; las controversias acerca del carácter nacional o internacional de los funcionarios de la Organización; el impacto del tercermundismo; las tensiones en torno de la definición de la “convivencia pacífica”; el proyecto para la “apreciación mutua de los valores culturales del Oriente y el Occidente”; los debates para establecer los idiomas de traducción de las publicaciones internacionales y los proyectos de “normalización internacional” de las estadísticas educativas (8C/1954; 9C/1956; 10C/1958). A partir de 1960, la entrada masiva a la UNESCO de los estados africanos recientemente independientes produjo un viraje ideológico en el sentido de convertir decididamente a la Organización en un instrumento de decolonización cultural (Maurel, 2007: 299).

Las tensiones del sistema internacional no sólo ocurrían, entonces, entre los grandes “imperialismos de lo universal”, como eran en aquel entonces Francia, Estados Unidos, la Unión Soviética, o el Vaticano, sino también entre espacios periféricos que disputaban el liderazgo de estas organizaciones. Los gobiernos latinoamericanos participaron de manera activa y directa en el diseño de los programas de asistencia de la UNESCO y en la creación de los primeros centros regionales. Durante la década de 1950, algunos intelectuales latinoamericanos de renombre tuvieron una considerable influencia y ocuparon puestos directivos claves. Esto obedecía a su peso en la composición inicial de la Organización: para 1949, de 47 Estados miembros, 14 eran países latinoamericanos. [1]

En 1949, durante la gestión del célebre poeta mexicano Jaime Torres Bodet, se creó el Departamento de Ciencias Sociales, bajo la dirección del antropólogo brasileño Artur Ramos, médico psiquiatra, fundador de la Sociedade de Antropologia e Etnologia de Río de Janeiro (Tavares de Almeida, 2001: 246). Este Departamento tendría una particular vitalidad e importancia en el seno de la Organización, pues tuvo asignada la problemática del estudio del concepto de raza y la lucha contra el racismo. Ramos fue elegido para trabajar en la UNESCO no sólo por su carrera académica prestigiosa y por su compromiso contra el nazismo desde los años treinta, sino por la relevancia que la delegación brasileña tenía en esta época. Ante su súbita muerte, ocurrida a pocos meses de su designación, en octubre de 1949, fue convocada para reemplazarlo la socióloga y diplomática sueca Alva Reimer Myrdal, que dirigía el Departamento de Asuntos Sociales en la sede de la ONU en Nueva York.

Los Myrdal eran intelectuales emigrados en Nueva York. Se habían alineado bajo la esperanzadora bandera de las Naciones Unidas para combatir el racismo y eran críticos de la hegemonía norteamericana. Ya en 1944, Grunnar Myrdal había publicado un estudio donde denunciaba un círculo vicioso entre el prejuicio blanco y la baja calidad de vida para los afroamericanos. La UNESCO comenzó a aglutinar a este tipo de especialistas que se alejaban de los círculos oficiales de Estados Unidos en busca de un medio cultural oxigenado, plural y en movimiento. Sin embargo, según Prins y Krebs, la guerra fría fue creando un ambiente hostil para estos intelectuales emigrados. A medida que avanzaba la década de 1950, las desigualdades raciales existentes en Estados Unidos y el mantenimiento de los imperios coloniales en Asia y África, empezaron a producir disidencias radicales entre los que habían luchado contra los estragos de la Alemania nazi y pretendían profundizar las campañas contra el racismo en todas sus manifestaciones. Algunos recuerdan que eran acusados, por unos, de “imperialistas americanos” y por otros, de “simpatizantes comunistas” (Prins y Krebs, 2007: 122).

Efectivamente, uno de los asuntos que mayores tensiones generó en este período fue la cuestión del racismo y el concepto de “raza”. Durante toda la década de 1950 funcionaron comités de expertos que se propusieron, por un parte, consensuar una definición “antirracista” de la “raza”, y por la otra, emitir una declaración que sancionase las formas de dominación racial existentes. Estas declaraciones fueron la base de una campaña sistemática que desarrolló la UNESCO, principalmente contra el régimen de apartheid de Sudáfrica, pero que también tomaba como blanco la situación racial que se vivía en Estados Unidos y que había recrudecido en la inmediata posguerra. Brasil –venía desarrollando ampliamente la diplomacia cultural (Dumont y Flechet, 2009) y disponía de un gran reconocimiento antropológico, por lo cual jugó un papel protagónico en esta campaña–. A poco de andar, fue postulado por varios intelectuales como un “contraejemplo” de aquellas tensiones interraciales. Entre los ocho científicos antirracistas que participaron de la primera reunión realizada en Paris, en diciembre de 1949, había cuatro antropólogos (E. Beaghole, J. Comas, C. Lévi-Strauss, A. Montagu), un filósofo indio (H. Kabir) y tres sociólogos (L. Costa Pinto, F. Frazier y M. Ginsberg). Sólo cuatro expertos provenían de países centrales, y entre ellos, dos representantes de Estados Unidos: un antropólogo judío (Montagu) y un sociólogo negro (Frazier). Contando al coordinador Artur Ramos, cuatro de estos expertos eran brasileños o habían realizado trabajo de campo en Brasil (Maio, 2007). En 1950 se creó la División de Estudio de los Problemas Raciales, que asumió las discusiones del grupo convocado inicialmente por Ramos. Esta División, bajo la dirección de Alfred Métraux, se constituyó con Ruy Coelho, discípulo de Roger Bastide en la Universidad de São Paulo, y Melville Herskovits. Rápidamente se transformó en un “grupo de presión pro Brasil en el seno del Departamento de Ciencias Sociales” (Maio, 2007: 193). La “Declaración de Montagu” recibió muchas críticas por parte de genetistas y biologistas, razón por la cual, el entonces director de la División de Estudio de los problemas raciales, Alfred Métraux convocó un nuevo comité de expertos, que se reunió en París, en junio de 1951. A diferencia del primero, éste se compuso principalmente con antropólogos físicos y genetistas. En realidad, ambos comités compartían el espíritu militante del antirracismo, pero discutían en torno del abandono de la noción de “raza” y su reemplazo por la idea de “grupo étnico”. Más allá de las discusiones entre los especialistas, durante toda la década de 1950, la UNESCO encabezó una tenaz campaña publicitaria antirracista y promocionó acciones legislativas contra la discriminación racial, provocando el retiro de Sudáfrica de la UNESCO, en 1955 (Gastaut, 2007).

El Departamento de Ciencias Sociales procuró mejorar la enseñanza de estas disciplinas, realizando esfuerzos para elevar su status en las universidades, formando a los profesores y revisando los métodos pedagógicos. Esta era la finalidad de las misiones de expertos y las mesas redondas promovidas durante toda la década de 1950. Dado que esos programas se organizaban según las regiones establecidas por la UNESCO, estas actividades favorecieron encuentros entre cientistas sociales latinoamericanos que antes no habrían podido hacerlo por falta de recursos y en este sentido colaboraron directamente en la consolidación de este circuito periférico (ver Informe SS-11, 1954; Informe SS-28, 1960). Durante la década de 1960, se creó una división dedicada a la articulación de las iniciativas regionales: la División de Desarrollo Internacional de las Ciencias Sociales (ver Organigrama. Para facilitar los intercambios entre las principales sedes de la investigación científica y las regiones que se hallaban alejadas de las mismas, se crearon entre 1947 y 1949 varios centros de cooperación científica en el Oriente Medio (El Cairo), en Asia Meridional (Nueva Delhi), en Asia del sudeste (Djakarta) y en America del sur (Montevideo). El Centro Regional para el avance de la Ciencia en América Latina (1949), desde Montevideo, inició una intensa labor propagandística y de apoyo a las comunidades científicas latinoamericanas. Consagrados en su origen únicamente a las ciencias exactas y naturales, su acción se fue extendido progresivamente a las ciencias sociales (The UNESCO Courrier, 1956: 32-33). Sin embargo, estas inciativas fueron luego superadas por centros regionales especializados, que comenzaron a proliferar, no sólo con ayuda de UNESCO sino patrocinados por otros organismos.

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