El decreto del Santo Oficio Lamentabili sane exitu (3 de julio de 1907), que condenaba 65 afirmaciones, casi todas extraídas de los escritos de Loisy y de Tyrrell, hizo inútil, en palabras de von Hügel, “el trabajo de casi setenta años de ciencia crítico-bíblica”, y ponía fundamentalmente en cuestión el derecho a investigar la Biblia y los estudios históricos del dogma. Mucha más importancia tuvo aún la encíclica Pascendi Domini gregis (8 de septiembre de 1907). Este documento afirmaba que el modernismo era una conspiración internacional que tenía como finalidad destruir a la Iglesia (Vilanova, 1992, p. 646).
1.2.4.Ruptura del silencio respecto a lo experiencial
A partir de estos acontecimientos, el tema de la experiencia religiosa y su importancia en la vivencia de la fe cristiana –aparte de otros temas– quedó arrinconado y silenciado, en los escritos teológicos, y casi convertido en tabú, según algunos autores. Probablemente el primero que rompió este silencio, cincuenta años después, fué el teólogo Jean Mouroux, con su libro L’éxperience chrétienne. Introduction a una théologie, publicado en 1952.
Este autor puso especial énfasis en la experiencia de los sentimientos de adoración y de amor respecto a la Divinidad, sentimientos que implicándose mutuamente producen espontáneamente su expresión por parte del ser humano hacia el misterio del Tú divino, lo que se entiende comúnmente por oración, cuando es la comunicación genuina de vivencias profundas, y no la repetición rutinaria de palabras, como si tuviesen efectos mágicos. Ambas actitudes de admiración y amor hacia el misterio “se ponen en movimiento en un flujo y reflujo que constituye la vida y la alegría del alma religiosa” (Mouroux, 1952, p. 17).
Si hay instintos espirituales en el ser humano, se encuentran implicados y sintetizados en este acto supremo, en el que se alcanza la Fuente personal, viviente e infinita, de la verdad, de la bondad, de la belleza, más exactamente aún, en la que se la alcanza bajo esta forma propiamente religiosa que es la Santidad infinita y el Amor infinito; y esto, porque verdad, bondad y belleza culminan y se realizan efectivamente en su pureza en el Ser que es el Dios viviente, el Dios santo, el Dios amor (Mouroux, 1952, p. 19).
Por otra parte, Mouroux advierte de la invalidez de querer privilegiar el sentir o el sentimiento, vaciando lo experiencial de la integración en él de los restantes procesos psicológicos. Efectivamente, “experienciado” significa lo “inmediatamente captado por la conciencia” y esto no sólo ocurre en el caso de los sentimientos. Hay lo “experienciado como una percepción, como un pensamiento, como un querer, como un sentimiento, como una acción” Ibidem, p. 21).
Trece años después, en los documentos del concilio Vaticano II se da una tímida reincorporación del concepto “experiencia”, que aparece 32 veces en sus documentos, y 17 el de “experienciar”. Con más frecuencia se encuentra en la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual. Sin embargo, como advierte Maggiolini, el texto clave es un párrafo del punto 8 de la Constitución sobre la Divina Revelación, a pesar de que a lo largo de tres sucesivas redacciones se amortiguó la referencia a lo experiencial. El texto actual dice:
Esta tradición, que deriva de los apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo, puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón, ya por la inteligencia íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad.
La primera frase subrayada supone una modificación del primer texto propuesto, en el que no aparecía la palabra “estudio”. Delata el temor de un sector de los padres conciliares de que la sola palabra “contemplación”, sin el añadido del estudio, podía significar un desinterés hacia la reflexión intelectual.
Por la misma razón, la segunda frase subrayada supuso la introducción de la palabra “inteligencia”. Efectivamente el texto propuesto había sido: “la experiencia íntima de las cosas espirituales”. El añadido de la palabra “inteligencia”, y el pasar el sustantivo “experiencia” al verbo “experienciar” resta fuerza al elemento experiencial, a partir de enmiendas propuestas por obispos que advertían del peligro de reincidir en una versión modernista de lo experiencial, citando para ello párrafos de los documentos de Pío X. Pero a pesar de este amortiguamiento, el valor de lo experiencial ha quedado recuperado.
Si, como parece lógico, queremos leer los dos factores en el sentido de implicar de forma prioritaria la dimensión intelectual (teología) o la experiencial (experiencia), entonces “la experiencia concreta tiene, en cierto sentido, prioridad de valor respecto de la profundización teológica. Sucede, en efecto, que las realidades vividas preceden a su formulación oficial en vez de ser aplicación proporcionada de ella (V. Betti), palabras de comentario que, sin forzar el texto, lo leen como valoración importante del elemento de experiencia (Maggiolini, 1996, p. 209).
Dentro de este clima de silencio sobre el tema de la experiencia que reinó en el periodo entre el modernismo y el Concilio, destaca la contribución de algunos teólogos católicos como Jean Mouroux, Edward Schillebeeckx, Hans Urs von Balthasar, Michel de Certeau, Karl Rahner, Leonardo Boff, Javier Pikaza y Giovanni Moiloli, por indicar sólo algunos (García, J.M., 2015, p. 197).
1.2.5.Resumen de aportaciones de Juan Martín Velasco
El filósofo de la religión que me ha aportado más y me ha resultado más convincente, respecto a la cuestión de la experiencia religiosa y, en especial, la experiencia mística, ha sido el español Juan Martín Velasco. He leído y estudiado con detenimiento buena parte de sus publicaciones, siendo abundantes las que abordan el tema de la experiencia religiosa (1973, 1976, 1989, 1993a, 1993b, 1995, 1996, 1999, 2004). Para los aspectos que destaco aquí resultan de especial interés: Experiencia religiosa, en C. Floristán y J.J. Tamayo (Eds.); Conceptos fundamentales del cristianismo. Madrid: Trotta, 1993b, pp. 478-496; El fenómeno místico. Estudio comparado. Madrid: Trotta, 1999. Aquí me limitaré a resumir algunas de sus ideas, a saber:
1.2.5.1.De los distintos significados con que puede
emplearse la palabra experiencia
a) como experimento; b) como conocimiento acumulado por contacto prolongado con una situación, por ejemplo, tener experiencia sobre determinado tipo de trabajo profesional, o sobre la actividad artística o la política, o sobre viajar a países con culturas diversas; c) “forma de conocimiento que se caracteriza por constituir la captación inmediata de una realidad externa o interna al sujeto […] un conocimiento obtenido por contacto vivido con la realidad, en oposición al que obtenemos del análisis de un concepto” (Martín Velasco, 1993b, p. 480), es este último significado el que corresponde tener presente, al hablar sobre “experiencia religiosa”.
1.2.5.2.La experiencia como componente fundamental
de la fe religiosa
El reconocimiento de que la experiencia religiosa constituye
un componente fundamental y central del fenómeno religioso, que subyace a los elementos más visibles, que son los sistemas de creencias y de prácticas, y al que éstos remiten como expresiones o formulaciones del mismo (Martín Velasco, 1993b, p. 478).
Refiriéndome, en una publicación anterior (Rosal, 2018), a las experiencias eclesiales sacramentales y, dentro de ellas, a la Eucaristía, ya subrayé que éstas serán meros ritos vacíos o mágicos, si no constituyen la celebración de experiencias cristianas previas, que luego son celebradas a través de las acciones simbólicas sacramentales, a la vez que energetizadas por éstas. Lo mismo hay que decir respecto a la relación de creencias que expresan el contenido de la fe cristiana. Si son auténticas, implican experiencias religiosas más o menos profundas, con el acompañamiento de percepciones, sentimientos, emociones, pensamientos, decisiones y actuaciones prácticas. Implican la aspiración a una vivencia de las actitudes propuestas por Jesucristo con su estilo de vida y sus enseñanzas.
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