La percepción es entendida en este trabajo como el marco desde el cual se interpreta la realidad. Esta se ve influenciada por memorias, valores, necesidades y creencias56. En ella actúan predisposiciones e impulsos internos, así como también experiencias previas y expectaciones futuras. La aplicación de la percepción en los estudios de política exterior se justifica desde la perspectiva de que es el mismo individuo quien debe interpretar este encuentro cultural y generar políticas adecuadas. Esta percepción en política exterior se ha definido desde la psicología cognitiva, pero se hace difícil ingresar a través de estos documentos en las mentes de los políticos estadounidenses, donde se ejecuta este ejercicio cognitivo57. Por eso creemos que la perspectiva adecuada es el estudio de una percepción en un acto de representación que se materializa en una imagen política, concepto que definiremos más adelante.
El escenario político actúa como una caja de resonancia de las identidades, valores, miedos y aspiraciones de una sociedad específica, que se cristalizan en una cultura política determinada58. Esta ha sido definida como el sistema de creencias empíricas, símbolos y valores que definen la situación en la cual se desenvuelve la acción política y surgirían de estructuras de significado socialmente establecidas59 60. La cultura política refleja los valores de una sociedad y permea las instituciones que actúan dentro de la misma. Sería el elemento que conecta las actitudes individuales en la estructura general de un sistema político61. En una burocracia de política exterior, la cultura política guía los comportamientos y decisiones de los individuos, en el sentido que esclarece el rol que como sociedad se quiere cumplir en el sistema internacional. Los políticos están bajo el escrutinio de la ciudadanía y sus metas deben estar en sintonía con los valores de la sociedad. Pero, fundamentalmente, la cultura política afecta a la política exterior en cuanto a que son los mismos individuos, imbuidos en estas estructuras de significado, los que toman las decisiones. El papel de la cultura política y los valores que se construyen como sociedad son dinámicos y no determinan las acciones en un sistema infalible, pero el pensar en política exterior y en los individuos que la ejecutan, necesariamente se debe pensar en las ideas que subyacen.
Estas ideas comúnmente institucionalizadas se pueden identificar con una ideología específica de política exterior62. Michael Hunt ha definido la ideología como el conjunto de convicciones y suposiciones que reducen la complejidad de una realidad particular en términos comprensibles, sugiriendo formas apropiadas para lidiar con ella63. Es un conjunto de creencias y valores que hacen el mundo inteligible, posibilitando la interacción con un mundo infinitamente complejo, lo que implica reducir las ideas de individuos y de una sociedad en términos finitos64. Los que interactúan en política exterior se enfrentan al mundo revestidos de este conjunto de ideas que definen cómo ven al mundo y la forma en que se sitúa su nación en él. Se podría definir como una sensibilidad compartida con la que la mayoría de los estadounidenses se identifica65, al menos en el escenario político.
Para determinar el papel de la ideología y este sistema de valores en la cultura política, el historiador debe identificar los grupos, agencias, partidos políticos e individuos, examinando sus metas e ideas. Los valores tales como la excepcionalidad estadounidense, emergen de estos preceptos ideológicos y símbolos culturales66. El rol determinante que juegan estos valores en la construcción de políticas implica considerar su importancia y comprender cómo se construyen en un diálogo constante entre los valores del individuo y la sociedad en la que se inserta. De esta forma, definir una ideología de política exterior centrada en la perspectiva cultural implica indagar en estos sistemas de significado, las ideas que circulan y que la componen. Y estas alimentarían una imagen del mundo, lo suficientemente convincente para apoyar el sentido de identidad colectivo e individual67.
La cultura política estadounidense se ha mantenido estable a lo largo de su vida republicana. Las ideas se enmarcan en un contexto histórico específico, pero hay valores sociales y políticos que han trascendido los devenires de la historia, en una continuidad institucional e ideológica que caracteriza a la vida política estadounidense. La excepcionalidad y el liberalismo son ejemplos de valores que han acompañado a su cultura política. Según James McCormick, la nación fue fundada con un conjunto de valores específicos que hizo que se vieran a sí mismos como diferentes a las naciones del “viejo mundo”, desde el cual se originaron68. La promoción de la democracia y el liberalismo se transformó en la bandera de lucha de una nación que desde sus inicios se designó un rol fundamental en el mundo. La grandeza de su nación dependía de su capacidad de mantener un sistema seguro para el desarrollo de la libertad69. Esta idea fundamentó la acción del país en el exterior, teniendo un fuerte impacto en América Latina, materializado en el apoyo brindado para la independencia del “viejo mundo” y la delineación de una política exterior específica, que sustentaba la defensa de la democracia y la libertad en América denominada “Doctrina Monroe”.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se posicionó como superpotencia y llegó la Guerra Fría. Se puede ver cómo ese mismo mandato de la defensa de la democracia delineó el discurso y la ideología que fundamentaba el conflicto. En su percepción, la Unión Soviética era una amenaza para la libertad, y los héroes de esta debían defenderla. Esto porque la Guerra Fría fue, fundamentalmente, una batalla de las ideas. Las ideologías en conflicto permearon la forma en la que los políticos definían al mundo y a los distintos países que lo conformaban. Desde la bandera de la defensa de la libertad, se delineó la imagen del comunismo como una amenaza inminente, que desafiaba los mismos fundamentos que sostenían los valores estadounidenses . La doctrina de la contención se justificaba en torno a la supervivencia de la libertad en un mundo que se enfrentaba a estos dos caminos de modernidad, que se fundamentaban en el derrocamiento del otro. Uno de los pilares de la libertad era el económico, y ese valor era que el que entraba en directo conflicto con el comunismo.
Los combatientes de la Guerra Fría eran a menudo estos políticos que, desde sus distintos puestos se sentaban a definir qué significaba tal o cual país en el contexto del conflicto mundial. Tenían que definir la imagen de un Estado, en torno a su nivel de enemistad70. La Guerra Fría permeó las percepciones e intensificó la sensación de urgencia, en un conflicto que no solo amenazaba destruir los valores de una sociedad, sino que también presentaba la posibilidad de la Mutual Assured Destruction (MAD). Una destrucción mutua asegurada que alimentaba el miedo y delineaba las reacciones de los ciudadanos frente a los avances del comunismo. También significó una estabilización en el sistema: una paz por medio del terror. Edward Korry, en su visita a Chile en 1997, se lamentaba de que estaba de moda burlarse de los combatientes de la Guerra Fría y de su miedo irracional ante una posible invasión soviética: “(…) el anticomunismo era el tosco adhesivo que mantenía unidos a los disímiles grupos de Occidente que se oponían a la expansión del poder soviético”71. Pero era el miedo al comunismo, vivido de forma real, el que generaba un marco de alerta que afectaba la forma en la que se percibía el mundo. En el proceso, el anticomunismo se transformó en un símbolo potente en una sociedad que justificó políticas intervencionistas, en el nombre de la libertad, bajo un consenso generalizado de amenaza exterior.
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