«Es irracional, cruel e inhumana la guerra en la que estamos embarcados» afirmó Ellacuría en una entrevista que le hicieron en Barcelona con ocasión de su visita para recibir el Premio Internacional Alfonso Comín, el 6 de noviembre. Ese día pronunció su último discurso. Lo introdujo explicitando el significado que para él tenía el evento: «la concesión del premio Fundación Comín a la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas», supone para ella y para muchos de quienes en ella trabajamos, por una parte complacencia, al ver reconocido algo muy profundo de su actividad y aún función universitaria, y por otra parte agradecimiento al darnos con ello un impulso para seguir adelante».
¿Qué es eso «profundo» del quehacer universitario de la UCA, primera universidad de gestión privada y función pública fundada en El Salvador? La respuesta está desplegada en el conjunto de documentos, artículos, conferencias y discursos recogidos en la presente edición conjunta con la UCA Editores y la Editorial Cara Parens, de la Universidad Rafael Landívar (1961), universidad hermana de la UCA nicaragüense (1960) y de la UCA salvadoreña (1965); las tres fundadas y dirigidas por jesuitas y laicos. Las tres comparten, respetando los énfasis y concreciones diferentes a partir del ignaciano criterio de «según personas, tiempos y lugares», una misma visión de la misión de la universidad, de sus funciones, de sus retos y de su inspiración.
La universidad es el «santuario de la inteligencia», sostuvo el filósofo existencialista alemán y rector universitario, Karl Jaspers. No he encontrado en todos los textos aquí reunidos una definición explícita y equivalente por parte de Ignacio Ellacuría. Pero partiendo de la lectura y reflexión de los mismos y, ante todo, tomando en cuenta cómo incide en la UCA desde 1967, a la que se integró como académico y directivo, y cómo la condujo y orientó como rector diez años a partir de 1979, me atrevo a proponer como definición latente que, para Ellacuría, la universidad sería una especie de «faro de la justicia». La inteligencia, concebida por el Ellacuría-filósofo como un «hacerse cargo de la realidad» (lo cognitivo conceptual), un «cargar con la realidad» (lo compasivo solidario) y un «encargarse de la realidad» (lo ético práctico), así, ejercida como el instrumento central de una universidad al servicio de los «pueblos oprimidos y las mayorías populares» –como solía decir el rector mártir– haría de la misma un «faro de la justicia».
En situaciones estructurales caracterizadas por la oscuridad de la injusticia y la falta de libertad, por la penumbra del sistemático irrespeto a la vida de la tierra y a la dignidad humana, por la neblina de la ignorancia y la mentira, por la ceguera de la ideologización y la irracionalidad, la universidad tendría como identidad ser un «faro», aportar luz, lucidez y claridad. Esclarecer la realidad en todas sus dimensiones y ámbitos, así como alumbrar nuevos caminos y posibilidades. Se trata de que el quehacer universitario facilite el entendimiento de la realidad global, regional y local, que oriente y guíe el accionar sociocultural de las personas y los pueblos, que capacite integralmente a quienes, con su saber, su profesión y su responsabilidad ética, hagan la diferencia y aporten positivamente a encauzar la historia en una nueva y positiva dirección.
Para Ellacuría, contribuir universitaria e institucionalmente a esa transformación en sintonía con el Evangelio y los valores del reinado de Dios proclamado por Jesús de Nazaret fue y es la «inspiración» que ha permeado –y deberá seguir distinguiendo– la misión, las funciones, la organización, el funcionamiento, el rol público y la convivencia interna de una universidad que no quiera ser legitimadora de un sistema social injusto que asesina y destruye, que no quiera ser un negocio, que no se encierre en una torre de marfil, que no sea una prolongación de un colegio titulador y deformador; dicho en positivo, que se tome en serio y a profundidad aquello de que «solo la verdad nos hará libres».
Es todo un modelo de universidad el que nos legaron los jesuitas asesinados. Las ideas y planteamientos contenidos en este libro y formulados por Ignacio Ellacuría desarrollan y exponen dicho modelo. Es la «idea» de universidad que él y sus compañeros concibieron, construyeron, ofrecieron y sellaron con su sangre «libre» y esperanzadamente entregada en favor de los más desfavorecidos.
Rolando Alvarado, S. J.
Discurso de la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» en la firma del contrato con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID)
Es un contrato del préstamo otorgado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) a la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» (UCA), cuya firma se llevó a cabo en Washington, el 27 de octubre de 1970. En este discurso, se manifiesta públicamente la opción de la UCA de servir a las grandes mayorías oprimidas de los pueblos centroamericanos. Este discurso, según Rodolfo Cardenal, S. J., fue elaborado por Ignacio Ellacuría juntamente con Román Mayorga Quirós. Fue publicado en la revista Estudios centroamericanos (ECA) 268 (1971), 108-112.
1. Cinco años de trabajo universitario al servicio de El Salvador
En el centro mismo de la llamada década del desarrollo y como una prueba más de la pujanza con que la idea del desarrollo se abrió camino por toda Latinoamérica, surgió en San Salvador la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» al servicio del pueblo de El Salvador en su contexto natural, el contexto centroamericano. Junto con sus hermanas mayores, la Universidad Centroamericana de Nicaragua y la Universidad Rafael Landívar de Guatemala, quiso ser un centro donde los problemas centroamericanos se pudieran enfrentar como deben enfrentarse, como problemas comunes de esa unidad natural que es Centroamérica.
Durante estos cinco años, la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» ha demostrado su vocación de servicio y también su eficacia. La aceptación de su estilo peculiar por un número siempre creciente de alumnos –de seiscientos a mil trescientos–; el paulatino cambio de imagen ante los diversos estamentos de la sociedad; la seriedad de su comportamiento académico y la óptima utilización de los recursos no demasiado abundantes con que ha contado; su creciente peso intelectual en el país, como centro que desea buscar soluciones centroamericanas para los problemas centroamericanos... Todos estos factores, aun con limitaciones y deficiencias, indican que nuestra universidad está cada día más dispuesta para ofrecer una ayuda importante en la tarea de satisfacer las necesidades reales de su área.
Que una institución como el BID venga a respaldar la proyección que planea nuestra universidad, es para nosotros un motivo de orgullo y de agradecimiento. No nos faltan problemas de toda índole. Pero el principal de nuestros problemas, una vez garantizado nuestro lanzamiento por el préstamo del BID, es encontrar nuestra propia identidad universitaria en la concreta realidad histórica que vivimos hoy en Centroamérica. Por ello, nos preguntamos hoy aquí, ante este auténtico foro latinoamericano, cuál puede ser nuestro mejor servicio universitario al pueblo con el que vivimos.
2. Cómo entiende la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» su misión universitaria
Cuál sea el servicio mejor que una universidad puede y debe proporcionar a un determinado pueblo, depende de dos variables históricas: la variable universidad y la variable situación del pueblo. Si la universidad se entendiera como busca utópica de una verdad intemporal, podría pensarse que su misión fuera unívoca; pero si la universidad se entiende como servicio al pueblo que le da ser, entonces ha de entenderse como función estrictamente histórica. Su realización universitaria puede ser profundamente diversa en situaciones dispares. Lo que en cada caso determine su historicidad será la situación histórica del pueblo al que debe servir.
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