Y es que, como tantas veces, en este caso cinco mentes torpes lo único que hacen cuando están juntas es darse mutuamente la razón y ratificar colectivamente su torpe y precaria visión del mundo. Y si tienes la mala suerte de caer en ese grupo y no eres capaz de callarte, serás el blanco de muchos ataques.
Una visión retrógrada pero bastante expandida es creer que la mayoría tiene la razón y que la búsqueda del consenso es una meta deseable: grave error.
La búsqueda del consenso y la sumisión a la voz de la mayoría en un equipo gerencial sólo lleva a la mediocridad galopante porque evita la confrontación de ideas. Si nos obsesionamos con el consenso y alinearnos con la mayoría, al final estaremos todos totalmente de acuerdo, yéndonos inefablemente hacia el despeñadero.
Pero si te sucede ser el sexto en discordia y eres el único que no está de acuerdo con el torpe consenso mayoritario y eres el único cuyo cerebro o vísceras le dicen que esa unanimidad es errónea, ¿qué debes hacer? ¿Nadar contra la corriente y arriesgar tu pellejo? ¿O alinearte con la torpeza y la mediocridad, aunque tu conciencia, tus tripas y tu cerebro te lo reprochen ácidamente?
La respuesta no es simple y, en uno u otro caso, lo más probable es que estarás perdido, me temo yo.
Repreguntándole a nuestro joven amigo sobre otros detalles del caso encontramos que de por medio había una batalla de accionistas-familiares, de modo que los eventos no estaban relacionados con maximizar las utilidades para la empresa o salvarla de la quiebra, sino maximizar las utilidades para algunos de los primos mientras trataban de hacerle el máximo daño posible a los demás.
En este contexto, nuestro joven y bienintencionado ejecutivo era, claro está, cadáver, puesto que él pretendía jugar limpiamente, presentando las mejores propuestas pensando en el largo plazo de la empresa en su conjunto, mientras que los directores y gerentes, todos parientes entre sí, desarrollaban un juego totalmente diferente: la venganza.
Mi sugerencia fue que aceptara que estaba perdido y que debía buscar un nuevo trabajo puesto que con toda su inteligencia él nunca iba a convencer a “cinco cabezas torpes” cuando, sobre todo, no se trataba realmente sólo de “cinco cabezas torpes” sino de dos bandos familiares odiándose al extremo, tratando de destruir al otro, aunque en el intento terminaran autodestruyéndose a sí mismos. Y ante eso no hay más opción que hacerse a un lado y enrumbar a una empresa más segura, decente y profesional.
¿QUIÉN CAMBIÓ: MIGUEL ÁNGEL O YO? *
Hace unos diez años, por pura casualidad, tuve que presentar a Miguel Ángel en una conferencia ante un pequeño y selecto auditorio. Allí estaban presentes unos ciento cincuenta de los más importantes empresarios y gerentes del país. Yo llegué molesto, pues no estaba programado que hiciera esa presentación y, además, no sabía de quién se trataba.
Todo el auditorio, yo incluido, casi ni parpadeamos durante la hora y media que Miguel Ángel nos habló casi sin respirar.
Terminé llorando y, cuando volteé la vista hacia los grandes señores en sus ternos finísimos, ellos también tenían los ojos llenos de lágrimas. A partir de esa fecha me hice un entusiasta seguidor y difusor de las palabras de Miguel Ángel y durante varios meses hablé de él en mis clases.
Como toda moda, al tiempo me olvide de él y dejé de escuchar su nombre. Hasta hace poco que, vía Internet, empecé a escuchar sus microprogramas en la radio. ¡Pero qué desilusión! La expectativa con que esperaba sus ideas fue decepcionada con frases gastadas y lugares comunes. No podía creerlo, ¿qué había pasado con las geniales palabras de Miguel Ángel? ¿Será que él ha perdido su lucidez y talento? ¿Será que ha empezado a repetirse por masificarse? ¿Será que al escribir miles de páginas ha terminado por reiterarse?
¿O tal vez él no sea en absoluto el problema? Tal vez es que me he hecho diez años más viejo y las mismas palabras que antes me encendían hoy me parecen triviales. ¿O la edad me habrá vuelto pesimista? ¿Cómo saberlo? Tal vez sus ideas siguen siendo inspiradoras y soy yo el que he perdido perspectiva y optimismo. Tal vez. O tal vez es que sus palabras siempre fueron lugares comunes pero mi inmadurez las hacía ver como grandes palabras inspiradoras.
La verdad no tengo una respuesta, aunque prefiero partir de la hipótesis más favorable para mi pobre ego. Asumiré, en principio, que la edad me ha hecho más sabio y que las palabras de Miguel Ángel son lugares comunes. Es decir, presumiré que yo estoy bien y que él está mal. De hecho esta posición, aunque peligrosa, es el punto de partida más tranquilizador.
Pero, a la vez, sé muy bien que puedo estarme engañando. Que tal vez él está bien y soy yo quien ha perdido con la edad. Tal vez sus palabras en aquella época sí marcaron una diferencia para mí y me enseñaron mucho, pero por alguna razón hoy soy incapaz de recordarlo. Es la hipótesis más alarmante pero me temo que bien podría resultar siendo la correcta.
Mi única conclusión más o menos clara es que quienes, como yo, nos acercamos más rápido de lo debido (y de lo querido) a la cincuentena, imagino, siempre estaremos ante el peligro de nunca saber si nos estamos haciendo cada día más sabios o cada día más pesimistas o, terrible es admitirlo, simplemente, cada día más viejos.
CINCO MARAVILLOSOS PRINCIPIOS PARA COMUNICARSE *(QUE RARA VEZ FUNCIONAN)
A raíz de mi reciente libro Después de todo, sólo somos seres humanos he recibido ciertas críticas acusándome de atacar las recetitas simples, tranquilizadoras y encantadoras que tanto gustan.
Para detener este tipo de críticas, aquí les doy una recetita que, aunque rara vez funciona, luce perfecta. El tema es cómo comunicarse correctamente y aquí van los cinco lindos principios para comunicarse mejor.
Los cinco principios
1. Oír de verdad lo que el otro dice. Frecuentemente, cuando el otro habla, no estamos escuchando. Estoy rebatiéndolo en mi pensamiento y estoy más bien preparando mi “contraataque”. Esto bloquea la comunicación. Debiéramos más bien escuchar sinceramente tratando de entender lo que el otro está diciendo.
2. Hacer preguntas, con escucha activa. Una vez que hemos dejado que el otro se exprese libremente, demostrándole interés y respeto, debemos hacerle repreguntas que le demuestren que hemos estado atentos a sus ideas, que queremos realmente profundizar en ellas y deseamos llegar al fondo de su pensamiento. No es un cuestionamiento ni un desafiar con preguntas, es profundizar en sus ideas.
3. Hacer que me escuche. Pero esto no puede ser unilateral, si sólo me centrara en escuchar a la otra parte no estaríamos en una buena comunicación. Tengo que lograr que la otra parte me escuche con el mismo respeto e interés como yo la escuché.
4. Escucharme a mí mismo. Un aspecto más sutil pero igualmente importante es desarrollar mi capacidad de escucharme a mí mismo desapasionada y objetivamente. Debo ser capaz de observarme para tratar de entender cómo me puede estar percibiendo la otra parte. Puede ocurrir que yo sea más vehemente de lo que creo y hasta puedo llegar a herir a la otra parte sin darme cuenta, pero como estoy tan inmerso en mi propio discurso, puedo no darme cuenta de mis mensajes colaterales o no verbales.
5. Que el otro se escuche a sí mismo. Pero, igualmente, debo incitar a mi contraparte a escucharse y observarse cuando habla y argumenta, por las mismas razones mencionadas.
Creo que es evidente que si todos practicáramos estos cinco principios, especialmente en situaciones difíciles, nuestra comunicación mejoraría radicalmente y muchos de nuestros conflictos serían rápidamente resueltos.
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