La expresión “tierra de ángeles” se vuelve en este punto altamente significativa. Bensalem, potencia antigua, basta en conocimientos históricos, poseedora de la historia natural salomónica, así como de todos los libros sagrados; ciudad que con propósito humano concentra los saberes y experiencias de secretas naciones es, para los europeos cuyo proyecto ha fracasado, el reino del cielo en la tierra. Durante escasos once días hemos visto a un representativo grupo de hombres pasar de náufragos a extranjeros, luego de huéspedes a fieles servidores. Al iniciar el segundo relato, ellos confiesan al gobernador que oírle hablar significa olvidar peligros pasados y futuros; 35al concluir, los diez hombres que le escuchan están atónitos. Los frutos de la legislación salomaica se manifiestan una vez más, tras mil novecientos años, en las siguientes palabras: “Viendo ya que no había peligro para nosotros y considerándonos como hombres libres, empezamos a vivir con la mayor alegría posible […] De continuo encontrábamos muchas cosas bien merecedoras de observar y relatar, pues desde luego, si hay en el mundo un espejo, digno de cautivar los ojos de los mortales, es este país”. 36
Si el develamiento de la isla significa olvidar peligros pasados y futuros, el curso del tiempo carece de importancia. Quizá por esto los tres relatos que integran la última parte de la Nueva Atlántida no precisan el día en que acontecieron. Desconocemos si son hechos registrados durante las seis semanas ofrecidas a los europeos para permanecer en la isla, o si se dan cuando ellos se asumen como miembros del “nuevo mundo”. Esta última conjetura prospera cuando advertimos que son narraciones de cuestiones que requieren como condición el trascurso de un tiempo considerable, como la amistad que el narrador entabla con el judío, y el descubrimiento del mayor secreto de la ciudad.
Para nuestro propósito es imprescindible analizar estos relatos, pues ellos completan el carácter de Bensalem, así como la legislación que lo hace posible, ahora a cargo de los padres de la Casa de Salomón, sucesores de Saloma. Solo entonces estaremos en condición de cuestionar la comprensión baconiana sobre la mejor forma de vida política.
Acerca de la llamada Fiesta de la familia es importante señalar que es un acontecimiento referido al narrador por dos de sus compañeros, lo que sin duda genera distancia respecto de los lectores. Es una fiesta pagada por el Estado en honor del padre de familia que llega a reunir vivos treinta descendientes, todos de una misma esposa y mayores de tres años. El festejado, llamado Tirsán, es atendido durante dos días previos al festejo por sus amigos, familiares y el gobernador de la ciudad, mientras investiga el estado de la familia y toma las medidas necesarias para enderezar aquello que no marcha por buen camino. El gobernador pone en ejecución su autoridad, aunque la veneración y el respeto con que se acatan las disposiciones del Tirsán no hacen necesaria su actuación. El orden de la celebración es exhaustivo: el Tirsán entra, después del servicio divino, al recinto en que transcurrirá la celebración, seguido por sus hijos y sus hijas, en ese orden. Él ocupa una silla sobre la cual hay un dosel de yedra; si la madre de todos los descendientes vive, se acomoda del lado derecho, pero quedando invisible. Una vez instalado el Tirsán, entra una especie de heraldo, con un par de pajes. Uno de estos pajes lleva un estatuto del rey que contiene los varios privilegios a que se ha hecho merecedor el Tirsán, pues –siguiendo el relato– el rey es deudor de un hombre, sólo por la propagación de sus súbditos. El otro paje porta un racimo de treinta uvas de oro, que es entregado al homenajeado, quien a su vez lo entrega al hijo previamente elegido por él para quedarse en la casa. Después de terminada esta ceremonia, el padre se retira y regresa nuevamente para asistir a la cena. Ninguno de sus descendientes puede sentarse con él, a menos que pertenezca a la Casa de Salomón. Al final de la cena, que nunca dura más de una hora y media, se canta un himno en honor a Adán, Noé y Abraham; el himno concluye con una alabanza en honor del Salvador. Terminada la cena, el Tirsán se retira para decir a solas sus plegarias, luego regresa para dar su bendición a cada uno de sus hijos. Los invitados se entregan el resto del día a la música y otros placeres.
Aunque el narrador no repara en presentar la Fiesta de la familia como signo de una nación llena de bondades, pues a sus ojos, es una costumbre sencilla, piadosa y admirable; 37concluye el relato sin realizar apreciación alguna, como si las cualidades de la celebración fueran evidentes. Nada más distante de esto. El relato descubre detalles de suntuosidad hasta el hastío; mientras que la piedad queda una vez más en tela de juicio cuando advertimos que lo que se honra no es la procreación de hijos de Dios, sino la propagación de súbditos, y que, entre éstos, el verdaderamente ensalzado en la Fiesta es el hijo del Tirsán que a su vez sea miembro de la Casa de Salomón. La admiración deviene al percatarnos que el relato muestra una política que exalta la monogamia como aparente medio de institución de la familia; cuando en realidad es un medio para el control de la población que termina por disolver la familia, siempre que pensemos –por ejemplo– en el carácter invisible de la madre.
Por último, el orden en que se celebra la Fiesta recuerda aquel que orienta el traslado y la instalación de los europeos en la Casa para Extranjeros. La legislación de Bensalem ordena también el matrimonio y la procreación, lo que podemos corroborar en el relato que refiere la amistad entre el narrador y el judío.
Como todas las pequeñas historias que se hallan al interior de la gran narración, la del judío tolerante presenta material para diversas interpretaciones. 38Por nuestra parte, subrayamos el poder de persuasión propio de la isla; Joabín, el judío cuyo lenguaje no es el mismo que el de los otros judíos, es presentado como tierno amante de la ciudad. En segunda instancia, llamamos la atención sobre la afirmación en boca del judío respecto al origen incierto de las leyes de Bensalem, que en cualquier caso él conoce y asume; especialmente las relativas al matrimonio, que hace de éste no un negocio que provee de conveniencia, alianza, dote o reputación, sino un remedio para la concupiscencia ilegal y, principalmente, un medio para la procreación. Específicamente, Bensalem no permite la poligamia, prohíbe que se contraiga matrimonio entre parientes, ordena que la pareja se despose hasta después de un mes de realizada la primera entrevista; no anula el matrimonio sin consentimiento de los padres; ordena que, previo al matrimonio, los novios tengan un baño desnudos, a los ojos de un amigo del novio y una amiga de la novia, con el propósito de identificar defectos en los cuerpos que impidan la descendencia exitosa. 39Como consecuencia de las anteriores disposiciones legales, en la isla se castiga el trato con cortesanas, tanto en hombres casados como en los solteros; por supuesto, existe una ley en contra del aborto y la concupiscencia contra natura .
La legislación referente al matrimonio, lejos de ser considerada excesiva e indeseable, es calificada por el judío como sabia y excelente. Bensalem queda así definida por su castidad; su lema es: “quien no es casto pierde su propia estimación”. 40Sorprendentemente, Joabín agrega que la autoestima coloca la religión en segundo sitio, pues es aquella la que verdaderamente frena todos los vicios. Hay que decir que mitigar los vicios no es en Bensalem el fin último, pues previamente el judío afirma que las familias que participan en la Fiesta, sin excepción, se multiplican y prosperan de una manera extraordinaria.
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