Almudena Fernández Ostolaza - Primera instancia

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En un pequeño pueblo del Sur, una mujer es asesinada la última noche de feria. Cuando sucede el asesinato, Lucía, experta en arte, se encuentra en el pueblo viviendo una escapada romántica con Jorge, un hombre casado. A su pesar, ambos se ven implicados en el caso al ser citados como testigos. Inmaculada es la jovencísima jueza encargada de instruir el sumario. Recién llegada al pueblo y a la profesión, tendrá que superar su inexperiencia arropada por su equipo: el locuaz sargento Ramírez; Mary Jo, la forense; Julián, su fiel secretario judicial; y el hijo de Ramírez, informático y aún más joven que la jueza.
Inmaculada centra todos sus esfuerzos en resolver el caso; Lucía no ve más allá de su relación con Jorge. Razón y corazón. Los puntos de vista de estas dos mujeres se alternan para narrar un relato en el que, se van dibujando los habitantes del pueblo, sus secretos, rivalidades, historias pasadas y relaciones presentes. Casualidades y descasualidades.

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Sí, había hablado con Lola y la había visto marcharse con Ana y con Álvaro, todo el mundo les había visto. Se había despedido de ella con un saludo a lo lejos. —Cuando pronunció la palabra «despedido», se le saltaron las lágrimas. Inmaculada le tendió un pañuelo de papel, pero lo rechazó y se limpió los ojos con la mano.

Chus no creía que Lola tuviera ningún problema grave ni le había extrañado nada en ella en los últimos meses y pensaba que era imposible que tuviera enemigos. Respecto a la gente que se había quedado en la feria hasta última hora, su lista coincidía más o menos con la del churrero, aunque añadió dos nombres más, los de sus amigos de Barcelona: Jorge y Lucía.

Le contó a la jueza, respondiendo a su pregunta, que había tenido una relación sentimental con Lola hacía ya muchos años. Y que la había querido muchísimo, añadió espontáneamente.

Cuando le preguntó si sabía quién era el padre del niño de Lola, contestó que no; que eso sucedió mucho después de que ellos lo hubieran dejado y en aquella época él vivía en Berlín. Había pasado allí dos años y no había tenido mucho contacto con nadie de aquí. Y respecto al motivo de que ella ocultara su identidad, lo único que se le ocurría es que lo haría por orgullo.

—Lola era una persona maravillosa, pero era demasiado orgullosa —dijo, asintiendo varias veces con la cabeza baja, como si eso le ayudara a explicarse las cosas.

Por último le preguntó si creía que Álvaro podía tener motivos para asesinarla. Él levantó la vista por primera vez y, mirando fijamente a los ojos de Inmaculada, le dijo con voz segura:

—Álvaro es mi primo, señoría. Lo conozco bien y sé que es absolutamente imposible que matara a Lola; aunque ustedes, por lo visto, piensan lo contrario.

Despidieron al testigo e hicieron pasar a Ana. Esa mañana iba muy arreglada y olía a una mezcla de perfume floral y productos cosméticos. No se parecía a la mujer desmadejada que habían visto el día anterior.

La jueza le recordó su obligación de decir la verdad y a continuación le preguntó:

—¿Está usted completamente segura de que Lola en ningún momento le reveló la identidad del padre de su hijo?

—Completamente segura, señoría —contestó Ana en voz baja.

—¿Y tampoco le dio ningún dato ni ningún indicio?

—No. Le juro que no sé quién es el padre. Eso para Lola era sagrado.

—Explíqueme con detalle lo que sucedió la noche del dos de mayo desde que se subieron en el coche de Álvaro. Todo lo que usted recuerde: de qué hablaron, si se cruzaron con otros coches, si Álvaro conducía deprisa o despacio, todo.

Ana empezó a contar que en el coche iban hablando de Gran Hermano y, en menos de un minuto, se derrumbó. Rompió a llorar con grandes sollozos diciendo que no era verdad que Álvaro le hubiera llevado primero a ella a su casa y después a Lola, que había sido al revés. Álvaro y ella salían juntos, pero no lo sabía nadie, ni siquiera Lola, y por eso había tenido que mentir en su primera declaración.

La jueza reaccionó indignada.

—Pero ¿se da usted cuenta de la gravedad de lo que ha hecho?

Ana no contestaba, solo lloraba. Inmaculada optó por hacer un descanso de cinco minutos. La testigo salió y, a solas con Julián, ella se desahogó paseando por el despacho:

—Pero ¿esta mujer es idiota? ¡Me dan ganas de detenerla por cretina!

Julián le escuchaba en silencio asintiendo de vez en cuando.

—No sé qué es más estúpido —continuó Inmaculada mientras iba y venía—, si mentir en una investigación por asesinato para ocultar un adulterio o mentir para encubrir a un amante pensando que es un asesino.

—Lo malo es que no sabemos en cuál de las dos ocasiones ha mentido. Si fue en la primera, entonces, Álvaro decía la verdad.

Les interrumpió el teléfono. Inmaculada descolgó y la encargada de la centralita le informó de que la forense preguntaba por ella.

—Sí, sí, pásamela... Hola, Mary Jo, gracias por llamar —dijo, quedándose de pie al otro lado de su mesa.

—Hola, de nada. Supongo que quieres saber cómo va la autopsia de tu caso, pero todavía no hemos terminado. Ya sabes cómo es esto, tenemos poca gente y demasiado trabajo.

—Ya me lo imagino. ¡Todos estamos igual! Pero si me puedes adelantar algo...

—Sabemos seguro que la causa de la muerte fue el atropello, sé que puede parecer una obviedad, pero hay que descartar cualquier otra. El coche era grande, posiblemente todoterreno por las marcas de las ruedas, y, desde luego, no fue un accidente, le pasó por encima por lo menos dos veces, puede que tres. La hora de la muerte se establece entre las cinco y las seis, quizá podamos afinar más. Ah, y no hay indicios de agresión sexual.

—Y con esos datos, si tuvieras que hacer una sugerencia sobre el perfil del asesino, ¿qué dirías?

—Pues diría que es prematuro, pero, puestos a especular, creo que estamos ante un asesinato muy chapucero.

—¿Chapucero?

—Sí, inexperto. En mi opinión, el que lo hizo no está acostumbrado a la violencia. Alguien violento elige un método más directo, no le importa tener contacto físico con la víctima ni ver su sufrimiento. Además, atropellarla dos veces era innecesario; murió al instante con el primer impacto, que creo que fue en la espalda, pero con el estado del cuerpo no puedo asegurarlo.

—O sea, que no crees que fuera un asesino profesional.

—No, ni creo que sea un psicópata, son muy metódicos con sus rituales. Pienso, más bien, que fue algo improvisado, impulsivo.

—Bueno, muchísimas gracias. Da gusto trabajar con alguien tan experto.

—De nada, mujer, no exageres, espero poder darte datos concluyentes cuanto antes.

Se despidieron e Inmaculada se quedó más tranquila. Datos concluyentes, ¡eso era lo que necesitaba! Le resumió a Julián la conversación y ordenó que Ana volviera a entrar al despacho.

Ya un poco más calmada, Ana retomó el momento en el que iban hablando de Gran Hermano. A ella y a Lola les encantaba, pero a Álvaro le parecía una chorrada. Dejaron a Lola en su casa y luego Álvaro le llevó a ella. Por el camino intentó convencerle de que subiera un ratito, pero él se negó. Decía que esa noche había demasiada gente en la calle y le podía ver cualquiera.

—¿Cuando empezó su relación? —preguntó Inmaculada.

—Hace dos años, más o menos —contestó Ana.

—¿Sabe usted si Álvaro tiene otras amantes?

—Claro que no. Álvaro no es un mujeriego. Me quiere de verdad.

—¿En dónde se encontraban?

—Tiene un apartamento en Cádiz. Nos veíamos allí.

—¿Vio alguna vez indicios de que hubiera estado otra mujer en ese apartamento?

—No, señoría. Además, yo tengo llaves y puedo aparecer por ahí cuando quiera.

—¿Y la mujer de Álvaro, no puede aparecer?

—Es que tienen varios pisos. No creo que su mujer sepa cuales están alquilados. Ella no se ocupa de esas cosas, y además no le importa ni un comino lo que haga él. Siguen casados para mantener las apariencias.

—Hábleme de la relación de Álvaro con Lola.

—Bueno, Álvaro estuvo muy enamorado de ella hace años, pero se enteró de que Lola se veía en secreto con otro hombre y no se lo perdonó.

—¿Quién era ese hombre?

—Chus, el dueño del hotel, que, encima, es primo de Álvaro. Chus y Lola salían juntos en Sevilla cuando eran estudiantes. Cortaron, ella volvió aquí y se hizo novia de Álvaro. Pero, luego, volvió también Chus y la cosa se lió.

—Lola engañó a Álvaro con Chus y acabó saliendo de nuevo con Chus.

—Sí, aunque no duraron mucho, un par de años. Acabaron bien, seguían siendo amigos.

—Ya. ¿Y no cree usted que Lola pudiera ver a Álvaro en secreto? ¿Cree que es posible que sea el padre del niño?

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