Juan Domingo Argüelles - ¡No valga la redundancia!

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Lo que nos toca escuchar (y soportar) todos los días: «Yo mismo». El «mutuo diálogo». Lo que tienes que leer «antes de morir». Lo «bastante frecuente». Lo «actualmente en vigor». Las «falsas mentiras» de las «grandes multitudes». El «robo ilegal» de «productos orgánicos». «Repetir lo mismo», así sea un «rumor no confirmado». ras el catálogo de errores en el uso común del español que Juan Domingo Argüelles elaboró en
Las malas lenguas, este nuevo volumen continúa su recorrido por las expresiones que el descuido, la insistencia en calcar formas de otras lenguas, la pandemia de la corrección política y la simple ignorancia de las palabras y sus significados han sembrado en los medios informativos, las redes sociales e incluso libros de toda índole.Como señala el autor en su prólogo,
¡No valga la redundancia! « va dirigido a unos pocos millares de personas a quienes el cuidado del idioma les interesa, sea porque es su ámbito profesional o bien su gozo, además de su prodigioso instrumento de comunicación». En esta ocasión, se concentra en «los sinsentidos y redundancias, los pleonasmos y ultracorrecciones» que leemos y escuchamos todos los días. Con mordaz sentido del humor y un espíritu tan crítico como didáctico, este libro es a la vez una obra de consulta y un divertido recordatorio de lo que ocurre cuando olvidamos, ignoramos o desdeñamos la precisión en el lenguaje.

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26. ¿autojustificar?, ¿autojustificarme?, ¿autojustificarse?, justificar, justificarse

No hay ninguna razón para el uso de “autojustificarse”, verbo espurio en español, pues la forma pronominal del verbo “justificar” (“justificarse”) ya contiene implícitamente el sentido reflexivo: el de recibir el sujeto la acción del verbo. El verbo transitivo “justificar” (del latín iustificāre) tiene en el DRAE las siguientes tres acepciones principales: “Probar algo con razones convincentes, testigos o documentos”, “rectificar o hacer justo algo” y “probar la inocencia de alguien en lo que se le imputa o se presume de él”. Ejemplo: Justificó muy bien su proceder. De ahí también que sea innecesaria la forma “autojustificar”. El uso pronominal “justificarse” (que lo es por contener el pronombre personal “se”) significa “justificar él”, por lo cual es innecesario el elemento compositivo “auto-” a modo de prefijo: partícula que, como hemos dicho, significa “propio” o “por uno mismo”. Ejemplo: Quiso justificarse, pero no tuvo argumentos, o para decir lo mismo con una mínima variación: Se quiso justificar, pero no tuvo argumentos. Dicho más claramente: uno no “se autojustifica”, sino simplemente “se justifica”, del mismo modo que el suicida “se suicida” y no “se autosuicida”. Por ello basta con decir y escribir “justificar” y “justificarse”.

Los falsos verbos “autojustificar” y “autojustificarse” pertenecen al ámbito culto de la lengua, y son el resultado de la ultracorrección de personas que no suelen consultar el diccionario. No están incluidos ni en el DRAE ni el DUE, afortunadamente. Son disparates que abundan en el habla y en internet, pero también en publicaciones impresas firmadas por autores de cierto prestigio. En un libro leemos lo siguiente:

картинка 140“en el fondo estaría buscando una forma de autojustificarme”.

Quizás es el mismo personaje o narrador que estaría buscando una forma de “autosuicidarse”. En buen español debió escribir:

картинка 141en el fondo estaría buscando una forma de justificarme.

картинка 142He aquí más ejemplos de esta barrabasada que peca de redundancia y ultracorrección: “Cameron se autojustifica con el superpolicía de Los Ángeles en el 92”, “la jefa de la agencia bancaria se autojustifica”, “Cristina es una militante derrotada que se autojustifica” (pero no se autosuicidará), “el cristiano tiende a autojustificarse” (sí, debe ser el Cristiano Ronaldo), “la necesidad de autojustificarse”, “ha sido un intento de autojustificarse”, “los que se autojustifican”, “no se rinden y no se autojustifican”, “los taurinos se autojustifican para no sentirse malas personas”, “autojustificar sus acciones criminales”, “hemos de autojustificar nuestra existencia” y, mucho peor (porque siempre puede haber algo peor), “un proceso que se autojustifica a sí mismo”, “un Estado que se autojustifica a sí mismo”, “no es más que una forma de autojustificarse a sí mismo”, “autojustificándose a sí mismo” y “acaba autojustificándose a sí mismo”, que es algo así como decir y escribir “se autosuicida a sí mismo”, “autosuicidarse a sí mismo” y “autosuicidándose a sí mismo”, como en la siguiente información que transcribimos de una página argentina de internet: “Enrique Sdrech se comió una naranja en Bahía Blanca y se autosuicidó a sí mismo”. ¡Bendito sea Dios! Qué bueno que no le dio por “autosuicidar” a otros.

картинка 143Google: 29 800 resultados de “autojustifica”; 28 400 de “autojustificarse”; 22 200 de “autojustificar”; 17 700 de “autojustificándose”; 12 500 de “autojustifican”; 8 060 de “se autojustifican”; 6 970 de “autojustificando”; 2 040 de “autojustificaron”; 2 030 de “autojustifique”; 1 740 de “autojustificarme”; 1 210 de “autojustifiquen”. картинка 144

27. autor, autora, autoras, ¿autoras femeninas?, ¿autoras mujeres?, autores, ¿escritoras femeninas?, ¿escritoras mujeres?, femeninas, mujer, mujeres

¿Acaso hay “autoras masculinas” y “escritoras masculinas”? Y, peor aún: ¿“autoras varones” y “escritoras varones”? ¿Dónde están? ¿Quiénes son? Ni siquiera en los casos de Fernán Caballero y George Sand, seudónimos respectivos de la escritora española Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea (1796-1877) y de la francesa Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant (1804-1876) podemos decir o escribir que se trata de “autoras o escritoras masculinas” o de “autoras o escritoras hombres”; sus seudónimos son masculinos, pero éstos no anulan sus condiciones, características y esencias femeninas: son mujeres, aunque utilicen (por las razones que a ellas convengan) seudónimos de varones. Por ello, también, en consecuencia, es redundancia bruta decir y escribir “autoras femeninas”, “escritoras femeninas”, “autoras mujeres” y “escritoras mujeres”, pues todas (las que escriben y publican) lo son, sin excepción. En todo caso, no todas son “autoras feministas” o “escritoras feministas”. En relación con los varones, casi nadie comete la redundancia de decir y escribir “autor masculino”, “escritor masculino” y “escritor hombre” ni mucho menos cae en el sinsentido de referirse a “autores o escritores femeninos”. ¿Por qué, entonces, en el ámbito culto, la gente no se percata de que decir y escribir “autoras femeninas”, “escritoras femeninas” y, en el colmo del desbarre, “autoras mujeres” y “escritoras mujeres”, constituyen redundancias brutas? Con decir y escribir “autoras”, con decir y escribir “escritoras” ya está dicho y escrito todo, que es como decir y escribir “antropólogas”, “arquitectas”, “bailarinas”, “diseñadoras”, “dramaturgas”, “pintoras”, “psicólogas”, “sociólogas”, etcétera, según sean los oficios o profesiones de las mujeres.

Son desbarres cultos, como ya advertimos, y a veces los cometen las propias mujeres en aras de la autoafirmación. Es propio del medio académico, y se ha extendido al periodismo impreso y, por supuesto, a internet. En el sitio de la Dirección General de Bibliotecas de las UNAM, en la sección Bibliografía Latinoamericana, nos enteramos de la existencia del ensayo académico, de dos autoras chilenas, con el siguiente título:

картинка 145“Historia, mujeres y género en Chile: La irrupción de las autoras femeninas en las revistas académicas”.

Tan simple, y preciso, que es decir y escribir:

картинка 146La irrupción de las autoras (colaboradoras, ensayistas, escritoras o, simplemente, mujeres) en las revistas académicas.

картинка 147Otra cosa muy distinta, por supuesto, es que la irrupción en las revistas académicas sea o haya sido de “autoras feministas” (ya que no todas lo son). Queda claro que es redundante referirse a las “autoras femeninas” y a las “escritoras femeninas” que es el principio del disparate para llegar a las redundancias inefables “autoras mujeres” y “escritoras mujeres” (¡como si hubiese “autoras hombres y “escritoras hombres”!). Válido es, en cierto contexto, referirse a las “mujeres escritoras”, por ejemplo, para diferenciarlas de las “mujeres lectoras”, pero tampoco es indispensable, pues la desinencia “a”, es, en general, marca de los sustantivos femeninos; por ello, es más que suficiente decir “autoras”, “escritoras”, “lectoras”, etcétera, y más aún cuando el artículo determinado (“la”, “las”), también femenino, evita cualquier tipo de ambigüedad. He aquí algunos pocos ejemplos de estas redundancias imperdonables del ámbito culto: “¿Cuántas escritoras mujeres conoces?” (muchas, y todas son mujeres), “reconocidas escritoras mujeres que marcaron un precedente importante”, “hay que poner énfasis en las escritoras mujeres”, “las escritoras mujeres del medio siglo”, “leer a escritoras mujeres es encontrarse con otra voz”, “lo más probable es que las autoras mujeres sean minoría” (también las mujeres taxistas, pero basta con decir “las taxistas”), “hoy en los colegios se lee menos a autoras mujeres”, “se ha premiado en 33 ocasiones a hombres y sólo en 13 a autoras mujeres”, “8 libros de autoras femeninas que necesitas leer”, “10 libros de autoras femeninas que toda mujer debería leer”, “autoras femeninas con más ventas”, “una de las primeras escritoras femeninas”, “las mejores escritoras femeninas de la historia”, “se trata de una autora femenina de una de las literaturas no hegemónicas del siglo XIX”, “es la única escritora femenina vinculada al boom latinoamericano” (¡y todo porque se negó a ser “autora masculina”!).

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