Se subió al auto, que por estar al sol adentro estaba calentito y disfrutó manejar hasta Atlántida, buscando con la mirada algún restaurante abierto, alguna presa que atacar. “Era invierno y entresemana”, se acordó de la frase que José utilizaba para venderle las cenas. A propósito, hoy debía preguntarle cuánto le debía, no fuera cosa que le saliera con alguna barbaridad fuera de su presupuesto. En el centro, todos los locales parecían tener colgados los carteles de “ES INVIERNO” y otros, los de “ES ENTRESEMANA”. Nada estaba abierto. Andaba dando vueltas por una calle paralela a la principal, de las que solo tienen casas de vacaciones y ni un comercio, cuando vio por el espejo retrovisor salir corriendo a tres hombres desde el garaje de una casa y una alarma que empezó a sonar. Los vio pegar la vuelta en la esquina, eran tres, uno alto y dos más pequeños. Tenía mala memoria, pero los reconoció a la distancia, eran los amigos de José.
Pasó por el Supermercado Disco y estaba abierto. Entró la nave al estacionamiento y caminó hacia la entrada, un patrullero estaba mal estacionado, obstaculizando el acceso al local. Lo rodeó. Había un policía hablando por radio sentado en el asiento del acompañante y escuchó que le avisaban de un robo en la zona. Otro uniformado salía del supermercado comiendo unas papas fritas, llevando la bolsa en la mano. Solo había visto algo raro por el espejito del auto, pero que la situación tuviera un posible ribete policial ya lo ponía nervioso. No quería ningún acercamiento con la cana. Nada. Él no estaba ahí, si fuera necesario negaría que estuvo en Atlántida en ese momento.
El patrullero puso la sirena y salió arando. Él caminó para la zona de rotisería que estaba justo frente a la entrada, buscó opción vegetariana y la encontró. Pidió si se la podían envolver caliente. Al salir pasó por las heladeras, agarró una Patricia y en la verdulería pesó solo dos bananas.
Asomó el auto al mar cerca de donde esa mañana estuvieron haciendo gimnasia, ya nadie quedaba en las barras. Bajó la ventanilla y comió vegetariano. La Patricia no era tampoco gran cosa, se sentía infiel a la Pilsen innecesariamente. Juntó todos los deshechos en la bolsa del supermercado y salió del auto para tirarlos en el tacho de basura. Pensó dos cosas cuando su basura era la única en golpear el fondo limpio del recipiente. Primero, que era invierno y entresemana; nadie generaba basura. Y segundo, al ver la bolsa del Disco recordó que no había tenido que pagar por ella, ni mucho menos rogar por una caja de cartón, como últimamente ocurría en Buenos Aires, cuando a partir de la prohibición de dar bolsas a sus clientes, si olvidaba llevar su propia bolsa de tela, salía haciendo malabares con las cosas en las manos. Cosas que vienen envueltas en plástico. ¿Por qué no prohibirán su uso en el empaquetado? Si es mucho más lo que se usa para eso, casi todo en el supermercado es de plástico o viene envuelto en plástico. La incomodidad para el cliente sí pero no para el productor, que podría invertir para utilizar algo mejor o reciclable al menos. Miró el tacho de basura, agarró la bolsa de nuevo y, pensando que ningún recolector pasaría porque era invierno y entresemana, abrió el baúl de la nave y puso la bolsa dentro, la tiraría al llegar al hotel.
Una siesta larga y reparadora lo dejó casi al borde de la cena. El paquete de yerba intacto, único testigo del cambio de ropa que estaba haciendo para ir a comer. Llegaría un poco más temprano que el día anterior, pero aprovecharía para cargar el termo con agua caliente y tomarse algunos mates antes de cenar.
—¡Ahí está! –El termo sin la tapa estaba sobre el mostrador.
—Gracias, José–dijo, mientras ajustaba la tapa. Se alejó a preparar el mate en su lugar. En la misma mesa, en su silla. José desde la cocina elevaba la voz para que lo escuchara.
—¿Sabés que en verano algunos te cobran el agua caliente por acá? ¡En Uruguay! Donde el mate es como el aire. ¡Increíble! ¡Hay que ser conchudo! –Le causaba gracia escuchar esa puteada fuera de la Argentina. Mientras, seguía armando el mate. Cuando lo tuvo listo, se asomó a la cocina.
—¿Querés uno? –José levantó su brazo y le mostró el mate que tenía en su mano–. Ya me acostumbré a que cada uno con el suyo. A lo que no me acostumbro nunca es a la yerba. Mañana me trae mi hermano yerba de allá. –de quedarse, al día siguiente serían más en ese hotel. Era sábado, también podían venir otros clientes, lo que lo hizo caer en la cuenta de que solo había visto a José trabajar ahí, por lo que preguntó:
—¿Tu hermano viene a ayudarte los fines de semana? ¿Cómo te arreglás cuando hay más gente? –José cargó su mate y lo tomó todo de un saque. Cebándolo con su enojo. Recién ahí, después de tomarse todo el tiempo que quiso, le confirmó que sí, que su hermano venía a ayudarlo, pero que el dueño del hotel no le habilitaba presupuesto para pagarle, entonces salía de su bolsillo.
—Mi hermano va a ser siempre un niño, siento que siempre que pueda lo voy a tener que ayudar.
—¿Cuántos años tiene? –preguntó pensando en un adolescente.
—Dos más que yo. Él tenía su trabajo, pero el nivel de estrés al que lo sometía lo hizo renunciar. Al principio todo bien, era muy joven, había dejado la facultad para dedicarse a otro emprendimiento artístico. En esa época estaba en pareja. Mi hermano es un groso, es músico y trabaja muy bien con las manos. Aparte, ligó los mejores ojos que había en los genes de la familia, es muy fachero, siempre lo corretearon. Yo también había empezado la facultad –continuó diciendo Jose con cierta añoranza, mientras ponía unos pancitos y salamín cortado sobre una fuente– Yo era bueno en el secundario. En los últimos años participamos del Junior Achievement y me distinguieron, se vendía muy bien el producto que hicimos.
Había en su relato algo melancólico, un recuerdo de algo que no pudo ser, pero que quizás se relacionaba más con las vueltas de la economía en su casa, en su país, que con él. Aun sin haber empezado, él ya parecía había perdido. No llegaba a comprenderlo.
José estiró su brazo y sacó dos botellas de vino de la bodeguita de madera, de un lateral de la alacena. Las puso sobre el mostrador y le preguntó si le gustaban. Se venía otra noche de charla y ese era combustible necesario, ayudaba a que fluyeran los temas, las ganas de contar y confiar, dejando el mate para otro momento.
Cenaron, las copas se recargaron varias veces y la charla continuaba siempre por parte de José por esos lados del ya no ser. Pero ahí estaba trabajando, ayudando a su hermano, no lograba entender qué era lo que ya no era.
La infancia de ambos volvió al relato. Había primos en el campo y juegos con los vecinos. La imagen de un padre que le impone la ley, el deber ser, como todo padre a su hijo, con los miedos de cualquier padre y la torpeza digna de cualquier persona. Ya al tocar el tema niños, dijo que tenían un acuerdo con una amiga, que si a los 40 no habían tenido hijos, se harían uno mutuamente. La historia volvió 15 años atrás para contar un aborto espontáneo en una relación con una chica que fue importante en su vida. Y así, una tras otras volvieron las historias fantásticas a llenar el ambiente y José no paraba de hablar de amores que cantaban en francés, de sus amigos a los que él trataba como familia, de todos esos que parecían muchos en su relato, pero en su realidad, su vida transcurría entre extraños y gran parte del tiempo en soledad. José contaba sobre sus mentores, sobre los que lo llevaron a conocer la noche en Buenos Aires y era en ese punto donde el barco de la conversación empezaba a escorarse hasta el punto de darse vuelta y dejarlos desparramados en ese mar de vino. Las historias tenían ese lado marginal donde los amigos de la mañana encuadraban claramente. Pero tras una de esas, aparecía otra historia familiar, quizás en la montaña, donde se mostraba siempre atento a los sentimientos y necesidades de sus amigos y de la familia. Desconcertaba, rompía paradigmas. No existían los buenos muy buenos, ni los malos muy malos, pero en un momento de la charla necesitaron poner las cosas en términos más claros. ¿Qué había pasado esa mañana? ¿Quiénes eran esos que se separaron del grupo?
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