CARMELA, LA HIJA DEL CAPATAZ
CHARO VELA
CARMELA, LA HIJA DEL CAPATAZ
EXLIBRIC
ANTEQUERA 2021
CARMELA, LA HIJA DEL CAPATAZ
© Charo Vela
Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric
Iª edición
© ExLibric, 2021.
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ISBN: 978-84-18470-89-9
Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.
CHARO VELA
CARMELA, LA HIJA DEL CAPATAZ
Índice
Prólogo
1. Dieciocho años antes
2. Sed de amor
3. La boca calla lo que el corazón grita
4. La cara y la cruz de la vida
5. Año de bodas y cambios
6. ¿Culpable o inocente?
7. Entre Córdoba y Sevilla
8. ¿Amigos para siempre?
9. Nueva señora en Parzuma
10. Encuentros y desencuentros
11. La confesión
12. La sobrina de la señora
13. Novios furtivos
14. Descubriendo el firmamento
15. La venganza se sirve fría
16. ¿Pesadilla o increíble realidad?
17. El castillo de naipes se derrumba
18. Todo se complica
19. La confesión de los señores
20. El tiempo va pasando
21. Su vida entre rejas
22. Cimentando el porvenir
23. Cimentando el porvenir (Tomás)
24. El destino juega sus cartas
25. El reencuentro
26. Donde hubo fuego…
27. Cara a cara con la verdad
28. La confesión de Carmela
29. Por fin la ansiada felicidad
Agradecimientos
Dedicado a todas las mujeres que forman parte de mi vida, con las que he compartido buenos momentos y han dejado huellas en mis recuerdos.
Prólogo
Sevilla, octubre de 1975
El ruido del cerrojo al abrirse la maciza puerta de hierro rompió el silencio del lugar. En esos momentos la tensión e inquietud que sentía Carmela se palpaban en su rostro. Los latidos de su corazón, pensaba ella, podrían escucharse en toda la estancia. Parecía que de un instante a otro se le iba a salir del pecho. Había soñado con este momento cientos de veces; sin embargo, ahora mismo le temblaba todo el cuerpo, incluso sus piernas se negaban a caminar y enfrentarse a lo que le esperaba fuera.
Por fin la puerta se abrió ante ella, dando paso a un día soleado que la deslumbró unos segundos e hizo que tuviese que cerrar brevemente los ojos. Era mediodía. El guardia de seguridad le deseó buena suerte. Ella, con una sonrisa, le contestó: «Gracias. Bien sabe Dios que me lo merezco».
Salió a la calle con paso inestable, ilusionada pero a la vez nerviosa. Sentía una gran incertidumbre en su fuero interno. En la mano derecha llevaba un bolso de mano con sus objetos personales y en la otra, una pequeña maleta con toda su ropa, que en realidad era bastante escasa. Miró a su alrededor y se quedó parada en la acera unos segundos, contemplando todo lo que había en torno a ella. Una leve brisa acarició su cuerpo y ella se estremeció. Seguía temblando de emoción e incluso temor por cómo sería su vida de ahora en adelante. Llevaba ocho años soñando con este momento. Respiró hondo, pues notaba que le faltaba el aire, y su mirada se paseó por ambos lados de la calle. Todo le parecía una quimera.
Cruzando la calle, frente a ella, había un coche estacionado. Junto a él una pareja la esperaba. Les acompañaban un niño moreno de pelo rizado que andaba jugando cerca de ellos y una niña un poco mayor. El pequeño era Juan José, tenía siete años. La chica era Aurora, iba a cumplir los diez.
Carmela sintió como las lágrimas empezaban a rodar sin control por sus rosadas mejillas. Sacó fuerzas, se limpió el amago de llanto y con falsa seguridad comenzó a cruzar la calle. Caminó hacia ellos, que a su vez vinieron a su encuentro. Las mujeres se fundieron en un fuerte abrazo que colmó a Carmela de tranquilidad y sosiego. Esta no podía dejar de mirar al pequeño; era guapo y muy espigado para su edad. Tenía los ojos grises como su padre, se parecía mucho a él. El crío, al ver acercarse a Carmela, se escondió avergonzado detrás de la mujer.
—Hermana, ¡qué alegría de verte! ¡Estás guapísima! —Lola la rodeó entre sus brazos y la besó emocionada. Carmela se cobijó en ellos. Necesitaba el cariño de su familia—. ¿Cómo te encuentras?
—Nerviosa pero muy contenta. Me parece mentira estar aquí por fin. Lola, ¿cómo estás tú?
—Bien, trabajando mucho. Gracias a Dios me paso todo el día peinando, no paro. De ese modo ayudo a Luis con todos los gastos. Y ya me ves, más vieja.
—¡Anda ya, si estás hecha una buena moza, lozana y bonita! —Le sonrió con cariño—. Y, por lo que me cuentas, toda una profesional de la peluquería.
—Sí, eso es verdad. Bueno, mi niña, vamos a casa. Ya es hora de que vuelvas con tu familia —le anunció Lola. Se separó un poco de ella para que saludase a Luis y a los niños.
—Hola, cuñado. Gracias por venir a buscarme. ¡Os debo tanto…! —exclamó Carmela saludando al marido de su hermana, que la abrazó con cariño.
—No nos debes nada, cuñada. Para eso está la familia.
Lola era la única hermana que tenía Carmela. Era tres años mayor que ella. Carmela había cumplido los veintiséis en mayo; Lola, los veintinueve; y Luis, su cuñado, treinta y dos. Junto con sus padres, ellos eran toda la familia que Carmela poseía. La habían apoyado y ayudado siempre, en todo momento. Nunca podría pagarles todo lo que habían hecho por ella en estos largos ocho años.
Carmela no apartaba la mirada del pequeño. Su corazón latía a mil por hora. Se sentía entusiasmada y tensa al mismo tiempo. Aunque hacía un esfuerzo enorme por mantenerse firme, no lo consiguió del todo y dos lágrimas rebeldes se escaparon de sus ojos para rodar por sus pómulos. Con rapidez se las limpió con el dorso de su mano. Tenía que controlarse; no quería preocupar a los niños.
—Hola, guapo. ¿Me das un beso? —formuló acercándose a Juan José, que seguía agazapado detrás de Lola.
El pequeño, avergonzado, levantó la vista y miró a Carmela fijamente. Después de unos segundos, con cara de preocupación, preguntó a su tía con timidez y en voz baja:
—Tata Lola, esta mujer se parece mucho a la de la foto. ¿Es mi mamá?
Los cuatro quedaron sorprendidos por la agudeza del niño.
—Sí, cariño. Ella es Carmela, mi hermana y tu madre —le informó Lola.
Carmela se agachó hacia Juan José. Luchó por no romper a llorar delante de su hijo, pues una enorme alegría la embargó al tenerlo por fin a su lado. Lo miró con cariño, tragó saliva y con gran esfuerzo, pues un nudo en la garganta le impedía hablar, le explicó con dulzura:
—Hola, Juan José. Sí, cariño, yo soy tu mamá. He tenido que estar muchos años fuera. Cuando seas mayor te contaré toda mi historia con detalles.
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