La hija del rey del País de los Elfos
Título original: The King of Elfland’s Daughter
D. R. © 1924, 1951, Lord Dunsany
D. R. © 1999, Neil Gaiman, por el prólogo
D. R. © 2019, S. T. Joshi, por el epílogo
D. R. © 2020, Wendolín Perla, por la traducción
Ilustración de portada: Gabriel Pacheco
Primera edición: agosto de 2020.
D. R. © 2020, de la presente edición en castellano para todo el mundo:
Perla Ediciones, S. A. de C. V.
Venecia 84-504, colonia Clavería, alcaldía Azcapotzalco, C. P. 02080, Ciudad de México
www.perlaediciones.com/ contacto@perlaediciones.com
Facebook / Instagram / Twitter: @perlaediciones
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
ISBN: 9786079889951
Conversión eBook:
Mutāre, Procesos Editoriales y de Comunicación
ÍNDICE
Página de título
Página de créditos La hija del rey del País de los Elfos Título original: The King of Elfland’s Daughter D. R. © 1924, 1951, Lord Dunsany D. R. © 1999, Neil Gaiman, por el prólogo D. R. © 2019, S. T. Joshi, por el epílogo D. R. © 2020, Wendolín Perla, por la traducción Ilustración de portada: Gabriel Pacheco Primera edición: agosto de 2020. D. R. © 2020, de la presente edición en castellano para todo el mundo: Perla Ediciones, S. A. de C. V. Venecia 84-504, colonia Clavería, alcaldía Azcapotzalco, C. P. 02080, Ciudad de México www.perlaediciones.com / contacto@perlaediciones.com Facebook / Instagram / Twitter: @perlaediciones Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. ISBN: 9786079889951 Conversión eBook: Mutāre, Procesos Editoriales y de Comunicación
Prólogo , por Neil Gaiman
Prefacio
I. El plan del parlamento de Erl
II. Álveric vislumbra las montañas de los elfos
III. El encuentro de la espada mágica con las espadas del País de los Elfos
IV. Álveric vuelve a la Tierra tras muchos años
V. La sabiduría del parlamento de Erl
VI. La runa del rey del País de los Elfos
VII. La aparición del duende
VIII. La llegada de la runa
IX. El vuelo de Lirazel
X. El repliegue del País de los Elfos
XI. Las profundidades del bosque
XII. La planicie desencantada
XIII. La reticencia del talabartero
XIV. La búsqueda de las montañas élficas
XV. La retirada del rey del País de los Elfos
XVI. Orión caza al cervatillo
XVII. El unicornio bajo la luz de las estrellas
XVIII. La carpa gris en la noche
XIX. Doce ancianos sin magia
XX. Un hecho histórico
XXI. A la orilla de la Tierra
XXII. Orión elige un montero
XXIII. Lurulú observa la inquietud terrenal
XXIV. Lurulú habla de la Tierra y de las costumbres de los hombres
XXV. Lirazel recuerda los campos que conocemos
XXVI. El cuerno de Álveric
XXVII. El regreso de Lurulú
XXVIII. Un capítulo sobre la cacería de unicornios
XXIX. El embrujo de la gente de los pantanos
XXX. Demasiada magia
XXXI. La maldición de todo lo élfico
XXXII. Lirazel añora la Tierra
XXXIII. La línea brillante
XXXIV. La última gran runa
Epílogo , por S.T. Joshi
Acerca del autor
Acerca de este libro
EN OCASIONES ME HA PARECIDO una fuente de desconcierto que haya ciertas personas, por lo demás sensatas y en su mayoría con edad suficiente para tener cierto criterio, que, quizá debido a una especie de esnobismo cultural inusual, sostienen que William Shakespeare no pudo haber escrito las obras que llevan su nombre y que éstas obviamente tuvieron que ser escritas por un miembro de la aristocracia británica, por un conde o un duque que se vio obligado a ocultar su luz literaria en un cajón.
Y esto es fuente de desconcierto para mí sobre todo porque la aristocracia británica, pese a haber producido una cantidad más que sustancial de cazadores, excéntricos, granjeros, guerreros, diplomáticos, estafadores, héroes, ladrones, políticos y monstruos, jamás se ha destacado en ningún momento de la historia por producir excelsos escritores.
Edward John Moreton Drax Plunkett (1878-1957) fue cazador, guerrero, campeón de ajedrez y dramaturgo, así como profesor y muchas cosas más, y provenía de una familia cuyo linaje se puede rastrear hasta antes de la conquista normanda; fue el décimo octavo barón de Dunsany, y es una de las pocas excepciones a aquella regla.
Lord Dunsany escribió pequeños relatos de dioses imaginarios y de ladrones y héroes en reinos distantes; escribió grandes historias basadas en el aquí y el ahora, contadas por míster Joseph Jorkens en los clubes de Londres a cambio de whiskey; escribió autobiografías; escribió versos refinados y más de cuarenta obras de teatro —según se dice, en un momento se escenificaron simultáneamente cinco obras suyas en Broadway—; escribió novelas sobre una España mágica y desaparecida que nunca existió, y escribió La hija del r ey del País de los Elfos , novela sofisticada, extraña y casi olvidada, como le ha ocurrido a buena parte de su obra tan singular. Si este libro fuera lo único que hubiera escrito, habría sido más que suficiente.
Para empezar, su estilo de escritura es hermoso. Se cuenta que Dunsany escribió sus libros con un cálamo que sumergía en tinta y con el que rasgaba la prosa fluida en el papel, y sus palabras cantan como las de un poeta que se embriagó con la prosa de la Biblia del rey Jacobo y sigue sin estar sobrio. Escuchemos a Dunsany hablar de las maravillas de la tinta:
Cómo puede fijar los pensamientos de un muerto para asombro de la posteridad, hablar de cosas que ocurrieron hace tanto que ya no existen, ser una voz para nosotros más allá de la oscuridad del tiempo, salvar las cosas frágiles de los embates de las eras más pesadas o traernos a través de los siglos incluso una canción de labios que perecieron hace mucho en colinas olvidadas.
En segundo lugar, La hija del rey del País de los Elfos es un libro sobre magia, sobre los peligros que trae consigo el hecho de invitarla a entrar en tu vida, sobre la magia que podemos encontrar en lo más mundano y sobre la magia distante, aterradora e incólume del País de los Elfos. No es un libro reconfortante ni del todo cómodo, y al final uno no queda convencido de la sabiduría de los hombres de Erl que deseaban ser gobernados por un rey mágico.
En tercer lugar, tiene los pies bien plantados en el suelo —mis momentos favoritos son, creo, cuando el rollo de mermelada impide que el niño se vaya al País de los Elfos y cuando el duende ve pasar el tiempo desde el palomar—, asume que los sucesos tienen consecuencias y que los sueños y la luna importan —aunque no se pueda confiar en ellos ni depender de ellos—, y que el amor también es primordial —aunque hasta un sacerdote debería darse cuenta de que la princesa del País de los Elfos no es simplemente una sirena que ha renunciado al mar.
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