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UNA VIDA DE MENTIRAS
© Charo Vela
Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric
Iª edición
© ExLibric, 2020.
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ISBN: 978-84-18230-82-0
Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.
CHARO VELA
UNA VIDA DE MENTIRAS
1. La triste noticia
2. Quince años antes
3. Volviendo a la dura realidad
4. Siguen las sorpresas
5. Noticias de Cádiz
6. Sentimientos encontrados
7. Un cumple para no olvidar
8. Las cuentas confiesan
9. Noticias impactantes
10. Cara y cruz de la vida
11. Un antes y un después
12. Sorpresa, sorpresa
13. La dura confesión de Emilio
14. La vuelta a casa
15. ¿Felices vacaciones?
16. Hundido en el lodo
17. Un rayo de sol
18. Recorriendo las estrellas
19. La verdad de Emilio
20. Desenlace inesperado
21. Agradecimientos
Dedicado a los hombres que han formado parte de mi vida y me han regalado buenos momentos. A mi padre, hijos, amores, hermanos, sobrinos y amigos. Gracias a todos porque me hab é is aportado muchas vivencias para el recuerdo.
«Dicen que en la tranquilidad nocturna, mientras un remanso de paz relaja las almas de los durmientes, el diablo deambula a sus anchas haciendo de las suyas» .
En el silencio de la noche, el sonido del teléfono retumbó en todo el apartamento, alterando el sueño de los que lo habitaban. Aún no había amanecido. Carolina se despertó sobresaltada y miró el reloj a la par que se levantaba con prisas para atender la llamada. Eran las 5:45. De pronto se le encogió el corazón; nadie llamaba a esa hora para nada bueno. Pensó en su Emilio y, sacudiendo la cabeza para espabilarse, cogió nerviosa el auricular.
—¿Sí? Dígame.
—Buenas noches. ¿Es usted la esposa del señor Emilio Mellán Campoy? —preguntó al otro lado una voz masculina, grave y segura. Esa pregunta la terminó de desestabilizar por completo.
—Sí. ¿Quién es usted?
—Tranquila, señora. Ahora le explico.
—Por favor, ¿qué ocurre? ¿Le ha pasado algo a mi marido? —Su voz suplicante e inquieta instó al hombre a contarle el motivo de la llamada.
—Soy el teniente Ortiz de la Guardia Civil de Cádiz. De la comandancia de Jerez de la Frontera. Su marido ha tenido un accidente y está ingresado en el hospital.
—¡Ay, Dios mío! ¿Qué le ha pasado? —Un temblor recorrió su cuerpo. Notó un ruido a su espalda y vio que su hijo también se había despertado.
—Como le digo, ha tenido un grave accidente y está en cuidados intensivos. ¿Cómo se llama usted?
—Me llamo Carolina Masera. Espere un momento, teniente. ¿Ha dicho Cádiz?
—Sí, señora. En la carretera que viene de Ronda a Jerez. La noche está muy lluviosa, la carretera es muy sinuosa y el vehículo se ha salido en una curva. Debe venir cuanto antes.
—Pero… Entonces es imposible que sea mi Emilio. —De pronto Carolina dio un suspiro de tranquilidad; se le había encogido el corazón—. Mi marido está en Asturias. Me llamó anoche y hablamos un rato. Está en Oviedo y llega mañana por la noche. Teniente, él no puede ser ese hombre.
—Señora, debe de estar confundida. Le aseguro que su marido está aquí, en Cádiz. —Le leyó los datos del DNI y eran correctos. Carolina no entendía nada. De repente todo le pareció una maldita broma pesada. ¿Cómo iba a estar en Cádiz si dormía en Oviedo?
Emilio no había podido cruzar España en solo unas horas. Además, ¿cómo iba a pasar por Madrid y no llegarse a verlos? Recordó la conversación; estaba segura de lo que él le contó la noche anterior: «Carolina, estoy en Asturias. He descargado la mercancía. Hoy duermo en Oviedo; aquí está lloviendo y hace frío. Mañana vuelvo a cargar para dejarla en Segovia y si todo sale bien llegaré a Madrid para cenar con vosotros. Dales besos a los niños. Os quiero». En su mente las ideas y conjeturas aparecían y desaparecían como por arte de magia. Era una locura, un sinsentido. Tenía que haber un error. Era imposible que fuese Emilio.
—Señora, ¿sigue ahí? —Tras un silencio en que la mente de Carolina se disparó, repasando cada palabra de la conversación con su marido, le confirmó que lo escuchaba—. Debe venir pronto, no se demore. No puedo engañarla; su esposo está bastante grave.
Le dio los datos del hospital y un número de teléfono para que cuando llegase a Jerez lo llamase. A continuación colgó, dejándola totalmente aturdida.
—Mamá, ¿qué pasa? —le preguntó Iván, su hijo mayor, que se encontraba a su lado medio dormido. Menos mal que la niña no se había despertado. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para disimular lo que sentía en ese instante.
—Hijo, parece que papá ha tenido una avería con el camión. Voy a tener que ir a ayudarlo. Acuéstate, cariño. Voy a llamar a los abuelos. Os llevarán al colegio y se quedarán con vosotros hasta que papá y yo volvamos.
Cuando su hijo se volvió a acostar, Carolina cogió su móvil y llamó a su marido. El teléfono daba apagado o sin cobertura. Bueno, eso no era raro; él lo apagaba siempre cuando dormía o conducía. No obstante, la palidez de su rostro y el nerviosismo que recorría su cuerpo le hicieron presentir que algo malo le acechaba. Es como si dentro de su ser algún tipo de alarma se hubiese despertado de golpe.
Comenzó a dar vueltas por el salón con las manos en la cabeza, sin saber qué pensar. La verdad era que ella siempre vivía con el alma en vilo, pues su marido estaba día y noche en la carretera y el riesgo estaba ahí, constante. Carolina sabía que el asfalto, a veces, por el mal tiempo, por la oscuridad o por el cansancio, se convertía en un toro de Miura con dos pitones muy afilados, deseoso de cobrarse a su víctima por un simple descuido.
Los nervios no la dejaban llorar. Seguía repitiéndose decenas de veces que no podía ser él y, aunque los datos coincidían, debía de tratarse de un error. Bueno, al menos estaba vivo y si por un remoto caso fuese Emilio debía de haber una explicación convincente y justificada para esta situación. Carolina lo conocía muy bien y no imaginaba qué tendría que hacer allí para ocultárselo y no contarle nada. El teniente con sus palabras le había infundido temor y duda de que en realidad ese hombre sí pudiera ser su marido.
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