Barbara Dunlop - Una vida prestada

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¿Podría un matrimonio basado en una mentira pasar la prueba de la verdadera pasión?
Emma McKinley deseaba salvar la empresa de su familia, pero sabía que era difícil. Lo que no esperaba era que el millonario magnate hotelero Alex Garrison le ofreciera ayuda… una ayuda acompañada de un anillo de boda y de un acuerdo prenupcial. Era el típico matrimonio de conveniencia: él saldaría sus deudas y ella le daría la mitad de la empresa.
Pero aquella farsa pronto se hizo mucho más intensa de lo que ninguno de los dos habría esperado…

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Barbara Dunlop Una vida prestada Una vida prestada Título Original The - фото 1

Barbara Dunlop

Una vida prestada

Una vida prestada

Título Original: The Billionaire’s Bidding (2007)

Capítulo 1

Emma McKinley debería haberse sentido nerviosa al llegar a las oficinas del Hotel Garrison, pero ya no tenía fuerzas, se había quedado sin emociones.

Todo había empezado con la muerte repentina de su padre. Después había descubierto las grandes deudas de los hoteles McKinley. Y más tarde se había enterado de que le habían ofrecido a su hermana el intentar salvar el negocio familiar.

Ya sólo le quedaba su arrojo, y estaba decidida a mostrárselo a Alex Garrison, el director general de los hoteles Garrison.

Se colocó su bolso bajo el brazo y se encaminó hacia su despacho, dejando que sus zapatos de tacón anunciaran su llegada en el suelo de mármol. Era la primera vez que estaba allí, hasta ese instante, no había tenido motivos para visitar a la competencia de su familia, pero encontró rápidamente el despacho principal.

Ignoró las miradas de curiosidad del personal administrativo y siguió andando. Nadie parecía querer detenerla. El señor Garrison no la esperaba, pero Emma pensaba que tenía todo el derecho del mundo a enfrentarse con él.

No podía creer que, sólo unas semanas después del funeral, hubiera intentado aprovecharse de su hermana pequeña, Katie, con amenazas y escandalosas proposiciones.

Emma respiró profundamente. Parecía que, después de todo, aún le quedaban emociones.

– Perdone, señora -le dijo alguien cuando llegó a una elegante parte de la oficina.

Emma no contestó. No miró a la mujer que le había hablado ni dejó de caminar. Estaba a cinco metros de la puerta del despacho de Garrison. Cuatro metros.

– Señora -repitió la secretaria en voz más alta. Ya estaba a sólo dos metros de la puerta.

– No puede…

Emma posó su mano en el pomo de la puerta.

– No puede entrar ahí.

Pero ella ya había abierto la puerta. Cuatro hombres con trajes oscuros y sentados alrededor de una mesa se giraron para mirarla. Dos tenían el pelo canoso y la miraban con reprobación. Otro de los hombres era más joven y rubio. Contenía una sonrisa, pero sus brillantes ojos azules no la engañaban, parecía estar agradecido por la interrupción. El cuarto caballero se puso en pie de inmediato. Era moreno y tenía los ojos oscuros y anchos hombros. Parecía preparado para echarla de allí sin pensárselo dos veces.

– Lo lamento mucho, señor Garrison -se disculpó la secretaria entrando tras Emma-. Intenté…

– No es culpa tuya, Simone -replicó sin dejar de mirar a Emma-. ¿Puedo ayudarla en algo?

Emma apenas podía contener su enfado. Se concentró en Alex Garrison.

– ¿Creía que iba a dejar que se saliera con la suya? -le preguntó.

– Como puede ver, estamos reunidos -contestó Alex con frialdad.

– Me importa muy poco si…

– Si quiere reservar cita para hablar conmigo…

– No, gracias.

– Entonces, tengo que pedirle que se vaya.

– ¿Sabe quién soy?

– No.

– Mentiroso.

– Voy a llamar a los de seguridad -dijo Simone.

Alex levantó las cejas y la miró con curiosidad. Parecía que de verdad no sabía quién era. Emma no podía creerlo. Era cierto que Katie era la cara más conocida de la empresa. pero aun así…

– ¿Necesitamos a los de seguridad? -le preguntó Alex.

– Soy Emma McKinley.

Alex se quedó muy sorprendido. Durante unos segundos, no supo qué decir. Después, se dirigió a los otros hombres.

– Si me disculpan, señores, creo que debería dedicarle cinco minutos a la señorita McKinley.

Los hombres comenzaron a levantarse, pero Alex levantó la mano.

– No se muevan, creo que atenderé a la señorita McKinley en la sala de conferencias.

Alex señaló una puerta con la mano para que ella pasara delante de él. Cruzaron otra habitación y entraron a otra sala. Era enorme y estaba dominada por una enorme mesa ovalada. Estaba rodeada por una veintena de sillas, todas de piel granate. Los grandes ventanales proporcionaban una estupenda vista de Manhattan. Oyó la puerta cerrarse y se giró para mirarlo.

– Espero que pueda ser breve -le dijo él mientras se acercaba a Emma.

De cerca era aún más impresionante. Su espalda era ancha y su torso fuerte y musculoso. Tenía una barbilla cuadrada y los ojos de color gris oscuro.

Emma tenía la sensación de que muy poca gente le llevaba la contraria y vivía para contarlo.

– No va a casarse con Katie -le dijo ella sin andarse con rodeos.

– Creo que eso es decisión de su hermana -repuso él, encogiéndose de hombros.

– Ni siquiera respeta la muerte de mi padre.

– Eso no mejora su situación financiera.

– Puedo solucionar yo sola nuestra situación financiera, gracias.

Al menos, eso esperaba. En el peor de los casos, conseguiría otra hipoteca sobre su casa en Martha’s Vineyard, una de las zonas más exclusivas del país.

Alex inclinó la cabeza a un lado antes de hablar.

– Puedo conseguirles un crédito en veinticuatro horas. ¿Puede arreglar su situación financiera así de rápido?

Ella no contestó. Él sabía de sobra que Emma no tenía capacidad para hacer algo así. Le llevaría semanas, o incluso meses, conseguir descifrar el laberinto de créditos, hipotecas y deudas creado por su padre.

Se le hizo un nudo en el estómago. No entendía por qué su padre había tenido que morir tan joven. Lo echaba muchísimo de menos. Pensaba que iba a poder contar con su compañía y consejos durante muchos años.

– ¿Señorita McKinley?

– Para empezar, ¿por qué está interesado en los hoteles McKinley?

La cadena Garrison tenía una docena de hoteles mucho más grandes que los de ella. Los hoteles McKinley eran más pequeños, pero exclusivos.

– No habla en serio, ¿verdad?

Emma asintió con la cabeza.

– Quiero expandirme, como todo el mundo. Y su empresa es mi oportunidad.

– ¿Y no le importa a quién pueda pisar para conseguirlo?

Ese hombre se había ganado a pulso su reputación. La prensa lo había alabado algo más durante los últimos meses, pero no engañaba a Emma. Era un comprador con mucha sangre fría que se aprovechaba de las desgracias de los demás.

El se acercó un paso más y se cruzó de brazos.

– Creo que Katie no se lo ha explicado bien. Yo soy el que está haciéndoles un favor.

Emma no aguantaba más, levantó la barbilla antes de contestarle.

– ¿Cómo? ¿Casándose con mi hermana y tomando los mandos de nuestra empresa?

– No, salvándola de la bancarrota. Son insolventes, señorita McKinley. Si no la adquirimos nosotros, entonces será otra cadena. Así funciona el mercado.

– No me hable como si fuera estúpida.

El le dedicó media sonrisa.

– Tal y como yo lo veo, es una situación con la que los dos ganamos.

– A mí me parece lo contrario.

– Eso es porque es idealista y poco práctica.

– Al menos yo tengo alma.

– La última vez que lo comprobé, el estado de Nueva York no pedía un alma como requisito para montar un negocio -repuso él.

– No va a casarse con usted.

– ¿Le ha explicado el acuerdo?

Katie ya le había contado todo. Alex quería su cadena de hoteles, pero se había gastado miles de dólares durante los últimos años intentando mejorar su imagen y no quería que la prensa lo acribillara por hacerse con la empresa de dos jóvenes que acababan de quedarse sin padre.

No quería mala publicidad. Por eso había propuesto casarse con Katie para disfrazar sus verdaderas intenciones.

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