Al abandonar Srivijaya por motivos nunca explicados, Bambang y su esposa Cahaya habían elegido una extraña tierra a la que emigrar: Largen. Extraña, no porque lo fuera en sí misma, sino porque en Srivijaya se hablaban infinitos idiomas, pero no el hispanio, que sí se hablaba en Largen. El albioní tampoco era una lengua oriunda de su tierra natal, pero se hablaba en muchos países más próximos, como Straya, Aotearoa, Punjab, Bangla Desh, Sri Lanka y muchos otros, y aunque más no fuera unas pocas palabras, Bambang y Cahaya algo sabían de ese idioma. De hispanio, al momento de emigrar, nada; y para colmo Largen tenía la desventaja adicional de la lejanía.
Si hubiera existido en ese momento una comunidad esrivijayana en Largen, ése hubiera podido ser el motivo; pero no la había por entonces. Es más: la única que existía ahora se hallaba en Tipûmbue, resultado de la amplia tolerancia imperante en la ciudad. Últimamente, a Bambang lo invadían nostalgias de su tierra natal. Añoraba con desesperación regresar y hacía planes para regresar a ella en el mediano plazo. Y allí empezaban los problemas.
Para empezar, al menor de sus hijos varones, Darma, no lo tentaban esos proyectos de regreso. Ni siquiera era realmente esrivijayano: había nacido en Largen. Eso, sin embargo, era lo de menos. El tema era que, aunque no se animase a confesárselo a sus padres, le gustaban los hombres, no las mujeres. La tolerancia en materia sexual no era uniforme en Srivijaya, pero que tantos guleibi 14 abandonaran ese país sólo por serlo inspiraba desconfianza.
Todavía peor: al propio Bambang no le agradaba el creciente movimiento guleibi . Por eso Darma no se animaba a confesarle sus inclinaciones sexuales, como tampoco a su madre Cahaya ni a su hermano mayor Kuwat. De hecho, sólo a su hermana Cinta, con quien más unido estaba, se había atrevido a revelárselas, y en realidad sólo por necesitar su ayuda: ella le servía de “testigo” de numerosos coqueteos ficticios con chicas. Pero alrededor de ocho meses atrás, Darma por primera vez se había enamorado. El afortunado era Slamet; el mismo aspirante a futuro campeón de lucha beocia a quien Amsil había conocido aquella mañana; y Guntur los había pescado besándose a escondidas. No era problema para él guardar silencio, aunque se preguntaba cuán prudente era esperar a que sus padres se enteraran de aquello a través de otros; pero la situación lo hacía reflexionar sobre sí mismo. Tanto Bambang como Cahaya evitaban hablar de su partida de Srivijaya. Guntur tenía cinco años en ese momento y no recordaba bien, pero le parecía que algo relacionado con él había sido el detonante. Darma tenía que ocultar su noviazgo con Slamet, para que Bambang no se avergonzara de él; ¿había Guntur avergonzado a Bambang y Cahaya por ser híbrido entre humano y animal? Su decisión de emigrar, ¿obedecía a no poder soportar las burlas?
Kuwat, el hijo mayor, se parecía mucho al padre; Cinta, la menor, a su madre. Los del medio, Guntur y Darma, no se parecían tanto a ninguno de los dos. Guntur se sentía más ligado al padre, pero vagamente; y Darma a su madre, pero en la misma forma poco clara. Y los amaban y respetaban a ambos, pero temían su rechazo, como también el de Kuwat, el primogénito.
En siete meses de ausencia, Gurlok le había dado muchas vueltas a ese asunto.
—Recurren a nosotros para que les asesoremos sobre conflictos familiares–se lamentó burlonamente al fin–; nada menos que a nosotros, que fracasamos con nuestras respectivas familias.
En efecto, en su realidad definitiva ambos habían quedado huérfanos a temprana edad. Primero Gurlok: sus padres se habían ido para nunca regresar. Casi seguramente los habían asesinado Luego Azrabul: los suyos los habían entregado, a él y al propio Gurlok, a la cólera vengativa de Ogave, la Hierofante.
—¿Y qué hacemos?–había preguntado Azrabul–. Prometimos ayudarlos. ¿Vamos a decirles que no estamos capacitados; que ni nuestras familias pudimos componer?
—¿Y vamos a rendirnos?–protestó Amsil–. Tatas, ustedes no habrán podido hacer nada por sus familias, pero saben dar amor. Algo podrán hacer.
— Rendirnos ...–gruñó Azrabul, fastidioso–. Me gustan los desafíos, odio rendirme; pero no sé qué hacer. Sí que resultó bastante inútil nuestro paso por el Ejército. Aprendimos a defendernos y a defender a nuestros seres amados de absolutamente todo, menos de lo que suele salirnos al cruce.
— Hmmm ... No fue tan inútil, Azrabul, no lo fue tanto–discrepó Gurlok, sonriendo de modo misterioso–. ¿Qué nos enseñaron en el Ejército?: que debíamos identificar y conocer al enemigo antes de atacarlo. En este caso el enemigo es ese puto problema familiar. No lo conocemos lo bastante para atacarlo, así que tendremos que espiarlo de cerca... alojándonos en casa del propio Bambang, ya que Guntur y Darma lo describen tan hospitalario.
Y allí estaban ahora, listos para llevar a cabo la estrategia ideada por Gurlok.
Todos los puesteros embalaban también sus cosas para retirarse a sus respectivos hogares, lidiando a veces con clientes rezagados que pedían ver mercadería ya guardada.
—¡MOTMÛR!–gritó de repente una voz de mujer.
Amsil se volvió hacia ella, pero vio entonces que se dirigía, no a al muchacho apuesto con el que se había casado alguna vez en sueños, sino a un niño, evidentemente un hijo escapado de su vista durante unos instantes. Sonrió misteriosamente, sin advertir que sus Tatas también se habían vuelto al oír ese nombre, pese a ser muy común, y que ahora lo miraban a él de forma muy extraña.
—¡Eh! ¡Miren qué bicho raro! –exclamó de repente Azrabul, señalando hacia cierta dirección.
Las cabezas de Gurlok, Amsil y al parecer media feria se volvieron hacia el sitio indicado. Una curiosa bestia cuadrúpeda, de labios gruesos y expresión burlona, se incorporaba llevando sobre su lomo un no menos singular jinete envuelto en vestiduras flotantes de color azul oscuro que de sus rasgos no dejaban entrever más que sus ojos y su nariz. El animal tenía una gran giba sobre su lomo y el jinete iba sentado sobre ella.
—¿Bicho raro?– preguntó Gurlok; y agregó, irónico–. ¿Y a cuál te refieres: al que va abajo, al que va arriba...–en ese momento Azrabul se aproximó al hombre y su extraña cabalgadura– ...o al que se les acaba de acercar ?
—¡Eh, amigo!–exclamó Azrabul, saliéndoles al cruce a bestia y jinete–. ¿Qué animal es este que montas?
Los ojos del jinete lo miraron de forma inescrutable.
—Salaam alaikum, effendi –dijo, y se dispuso a seguir viaje; pero Azrabul se lo impidió interponiéndose en su camino.
— No. No. No. Espera un momento–dijo, gesticulando con sus enormes manazas. Se daba cuenta de que el jinete por lo visto no comprendía el hispanio, pero sí o sí se haría entender lo suficiente para averiguar qué estrafalario animal era ese–. ¿Cómo se llama esta bestia? –y señaló a la susodicha.
El jinete lo miraba como si fuera todo lo bicho raro que sostenía Gurlok que era. Azrabul repitió la pregunta varias veces, siempre señalando al animal, hasta que por fin el hombre pareció entender.
— Aksil –respondió.
— ¡Ja! ...–exclamó Azrabul, divertido. mientras se apartaba del paso de cabalgadura y jinete, satisfecho con la respuesta–. ¿Has oído, Gurlok?... ¡Estos bichos se llaman amsil , como nuestro chango!...
La ventaja de tener tamaño colosal y apariencia fiera y malvada es que uno puede hacer el ridículo tanto como se le antoje o le salga sin que los demás se animen siquiera a esbozar una sonrisa o demostrar perplejidad, pero siempre hay excepciones, y en este caso las miradas de los cuatro hijos de Bambang, demostraban bien a las claras que concordaban ampliamente con Gurlok y con el jinete respecto a quién era el bicho raro allí.
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