— No ofendan –interrumpió Kuwat–. Hogar nuestro abierto a todo viajero tiempo que sea.
—¡Excelente!–aprobó Gurlok–. Pagaremos con trabaj...
— No ofendan –repitió Kuwat, en tono más amenazante esta vez.
Era un individuo fuerte y su estatura se hallaba por encima de lo normal, pero seguía pareciendo menudo comparado con Azrabul y Gurlok. Aun así éstos, muy a su pesar, se sintieron vagamente intimidados. A Ifis quizás no le preocupara despertar al dragón, pero a ellos sí.
—Dos horas antes de caída de sol–dijo Kuwat–. Esperan dos horas antes de caída de sol y vuelven, ¿sí?
—Claro, compañero, gracias–respondió Azrabul–. Vamos, Gurlok; vamos, chango. Tenemos que hablar muy en serio con este sujeto.
Este sujeto había dejado de patalear, impotente contra la fuerza descomunal de Azrabul, y tenía cara de monumental mal humor.
— ¿Puedo bajar ahora? –preguntó.
Sin decir palabra, Azrabul lo depositó en el suelo.
—No nos fuiste de mucha ayuda con los hijos de Bambang–le reprochó Gurlok.
Ifis lo miró con indignada incredulidad.
—¿Te jode que te mande un poco a la mierda?–preguntó La gata salvaje –. Los guié hasta el puesto y les demostré que Kuwat no es peligroso, ¿y cómo me lo pagan ustedes?: Te juro que no tenemos nada que ver con este tipo . ¡Váyanse a cagar!...
—No demostraste nada. Él lo dijo bastante claro: no despiertes al dragón si no buscas apagar fuegos.
— ¿Eh?. .. Disculpa, ¡no fue lo que yo le oí decir!
—Bueno, tú me entiendes. Algo dijo del dragón. El sentido se entendió: jugabas con su paciencia. De todos modos, no trates de hacernos creer que lo hiciste para demostrarnos nada, que nunca dijimos que Kuwait fuera peligroso.
— ¡QUE NO ES KUWAIT , CARAJO! ... ¡ES KUWAT , GURLOK, KUWAT ! Y no, claro que no dijiste que fuera peligroso, ¡eso lo dice por lo menos media Tipûmbue!
—Pues si era peligroso antes, después de provocarlo como lo hiciste estará ya afilando el hacha para cortarnos en rodajas sólo por ser amigos tuyos. Menos mal que somos más grandes y fuertes que él.
Ifis lo miró burlonamente.
—Gurlok, dulce , no seas ingenuo–dijo–. No hay tamaño ni fuerza que valga contra Kuwat. Su familia practica cierto estilo de lucha esrivijayano, que los dejaría sin posibilidades de ganarle hasta a ustedes dos. Sí, ríanse cuanto quieran, machotes. Les digo que de veras no tendrían posibilidad de vencerlo, ni siquiera atacándolo los dos al mismo tiempo.
— Dejemos el tema –propuso Gurlok, harto de tonterías–. ¿Podemos ir a tu casa a darnos un baño?
— ¿EEEH? ...–preguntó Azrabul, como si estuviera oyendo una abominable blasfemia y no pudiera dar crédito a lo escuchado.
—¿Un baño?–preguntó por su parte Ifis, escéptico–. ¿ Ustedes quieren darse un baño?...
—No, yo no: ¡él! –desmintió Azrabul.
— Tenemos que bañarnos–respondió Gurlok con expresión amarga–. Si vamos a ser honorables huéspedes del legendario Bambang, al menos debemos incomodarlos lo menos posible a él y a su familia.
—Pero el olor a macho de ustedes es tan legendario como Bambang, dulces–opinó Ifis–. Y Bambang y su familia ya están acostumbrados: durante un tiempo hospedaron a chicos garamantes, que huelen más o menos igual que ustedes porque, como en su país casi no hay agua, no acostumbran bañarse muy seguido. Creo que consideran al baño un inútil derroche de agua. Además, con el aspecto que tienen ustedes, les sienta mejor oler a bolas y a sobaco que a perfume árabe.
—Perdonen–dijo de repente Amsil–: ¿no conocemos de algún lado a ese tipo?
Azrabul, Gurlok e Ifis se volvieron casi al mismo tiempo en la dirección señalada por el adolescente. Se veía a un guerrero de aire relativamente gallardo, pero de gesto más bien desagradable.
—Es Aramme–dijo Ifis–. Sirve en la policía. Un tiempo no podía mostrarse en público sin que la gente se burlara de él. Oí decir que fue luego de que saltaras en defensa de una chica a la que él estaba manoseando, Azrabul. ¿Es verdad?
— Más o menos –contestó Azrabul, sin saber qué otra cosa responder.
Recordaba los hechos tal como los describía Ifis, pero en su momento Amsil los había relatado de diferente modo. Según el chico, Azrabul había visto al tal Aramme tocándole el culo a una muchacha, sí, pero había encontrado halagador el gesto, aunque la chica se puso furiosa. No hacía tanto que ambos gigantes habían venido del Mundo de los Gorzuks , y trataban de entender a qué extraña sociedad habían venido a parar a fin de adaptarse a ella. En ese contexto, Azrabul, a su vez, le había tocado el trasero a Aramme, ciertamente tentador, para halagárselo. Siempre según Amsil, la reacción de Aramme había distado mucho de ser la esperada.
Lo extraño era que este relato en apariencia fantasioso tenía un grano de base real, ya que Azrabul efectivamente nunca había entendido por qué tantas mujeres ponían el grito en el cielo si un hombre les tocaba el culo. Habría podido entenderlo si a esas mujeres no les hubieran gustado los hombres, sino otras mujeres. Lo habría comprendido también si esos que les tocaban el culo fueran extremadamente feos; pero por lo general ellas mismas admitían que eran guapos. A Azrabul, lejos de incomodarlo, le encantaba que otros hombres lo toquetearan, incluso en el culo o la chota. Aún más: tampoco le molestaba que lo hicieran mujeres, aunque con ellas no quisiera irse a la cama. Pero si a las mujeres no les gustaba, había que respetar eso, así que había indignado a Azrabul que Aramme no lo hiciera, decidiendo en consecuencia dar a éste un poco de su propia medicina. Y qué hermoso culo tiene el hijo de puta , pensó Azrabul, recordando la firmeza de las nalgas masculinas bajo el pantalón de cuero. El recuerdo le provocó una muy inoportuna erección, que no alivió precisamente rememorar luego su posterior pelea a puñetazos con Aramme.
También era raro, ahora que lo pensaba, que aunque en teoría siempre había respetado –en un muy, muy amplio sentido del término, totalmente alejado de la realidad– a las mujeres, siempre se hubiera desinteresado de ellas hasta su primera visita a Tipûmbue. Antes de eso, por años fue como si nunca hubieran existido o como si él jamás las hubiera visto; y a Gurlok le pasaba lo mismo. Esas mínimas y desconcertantes coincidencias con la versión de Amsil contribuían a reforzar esta última, o por lo menos difuminaban la frontera entre la fantasía y la realidad o, como decía Ude, entre la realidad original y la definitiva . Quizás fuera mejor la terminología del viejo Bibliotecario, ya que era tan difícil discernir qué exactamente era real y qué no lo era.
Era irónico que sólo Amsil hubiera olvidado su propia versión de aquel hecho. Eso y ciertas conjeturas y revelaciones hechas por Ude daban a Gurlok mucho en qué pensar. Hacía pocas horas, ante ellos tres, una chica se había suicidado arrojándose desde lo alto de una terraza. Azrabul y él eran duros y brutos, pero que alguien tan joven odiara tanto su propia vida que decidiera acabar con ella les había resultado traumático. Y sin embargo, de acuerdo a datos proporcionados por Ude, la joven no se había suicidado, porque nunca había existido , ya que la Humanidad misma no existía: había sucumbido una eternidad antes, durante una gigantesca lluvia de meteoritos gigantes en la desaparecida Lemuria. Según Ude, la presencia de Azrabul y Gurlok en este mundo podía tener cierta lógica, ya que ellos mismos no eran reales, sino simples proyecciones de sendas entidades que dormían en el Mundo de los Gorzuks . Allí se hallaban ahora, durmiendo, y su vida en este mundo era lo que estaban soñando. Esa explicación era la más satisfactoria: los absurdos de la doble realidad de Azrabul y Gurlok sólo tenían lógica si eran consecuencia de un sueño descabellado. Pero aquella madre llorando sobre el cadáver de su desdichada hija había parecido bien real. ¿Qué iban a decirle: No se preocupe, señora, su hija no ha muerto porque nunca existió y usted tampoco, y todo esto es una pesadilla que concluirá ni bien yo despierte ? Tal vez la pobre mujer hubiera deseado creerle. Quizás le habría exigido despertar cuanto antes.
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