Ferreyra, Eduardo
La corona de Luz 2 : bajo la égida de Anansi / Eduardo Ferreyra. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-1233-8
1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: info@autoresdeargentina.com
Contacto con el autor: eduardoestebanferreyra@gmail.com
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
A mi madre, que desde mi infancia estimuló mis inclinaciones literarias
y las valoró como yo nunca lo hubiera hecho en mis momentos más oscuros;
a mi amiga Ninoska, alias Criss, que en su momento supo alentarlas;
y a los artistas que son, por un lado Agite, quien ilustra las portadas de esta saga literaria, y el Departamento de Diseño de Editorial Autores de Argentina, responsable del diseño de dichas portadas. Mucho me temo haber sido exigente y rompepelotas en grado superlativo con estas personas, que sin embargo no me han hecho llegar quejas al respecto. Lamento decir que quizás vuelva a ser igualmente exigente y rompepelotas la próxima vez; así se suele hacer con quienes tienen talento. A todos, gracias por crear una portada que me hizo reprimir el aliento.
Prólogo
Era una soleada mañana de principios de otoño en Tipûmbue. Infinidad de vimânas 1 sobrevolaban los cielos hacia todas direcciones, semejantes a un enjambre alborotado de mosquitos. Como de costumbre, la feria central de la ciudad casi reventaba de gente, aunque cada vez eran más los que preguntaban precios y se iban sin comprar nada. Los puestos más atractivos ofrecían mercancías exóticas; sin embargo, esos estaban también entre los que menos clientes conseguían, en parte porque ya cada vez menos gente podía darse gustos superfluos. En algún lugar, un grupo de músicos ambulantes interpretaba Ananau 2 con instrumentos andinos. Que vayan a trabajar , dirían despectivamente algunos medio pelo con sentido estético anulado por prejuicios raciales y clasistas. Ananau significaba Qué dolor , y sí que era tiempo de dolor en el Reino de Largen... entre otros motivos, por la cantidad de gente que, muy a su pesar, iba quedando desempleada.
Seguido de una joven de unos quince o dieciséis años, un hombre obeso, de baja estatura y cuyas vestiduras denunciaban opulencia intentaba abrirse camino hacia un puesto atendido por un muchacho esbelto, de cabello corto rizado y tez morena tirando a negra. La chica era grácil y bien proporcionada, de extraño cutis aceitunado, ojos levemente rasgados y misteriosos y oscuros como la misma noche. A juzgar por su fisonomía, por sus venas corría sangre esrivijayana. A su paso, los muchachos le dedicaban todo tipo de piropos:
—¡Hola, mi amor!... ¿Para qué sigues a ése? ¡Sígueme a mí!
—¡Cinta, dame un beso, preciosa!
—¿Vas a comprarte una tumba, que estás tras ese egipcio? ¡Que sea sepultura para dos, hermosa, que yo ya estoy muerto por ti!
Por supuesto, otros directamente soltaban obscenidades al verla. Ella, inconmovible, hacía caso omiso de todos los comentarios.
—¡Ah, Udjahorresne!–exclamó un sujeto, al toparse directamente con el hombre menudo y obeso antes de que éste y la chica llegaran al puesto–. Quería hablar contigo. Hace una semana que la tumba de mis padres fue saqueada y los del seguro no se ponen en contacto conmigo.
— Son unos cerdos –gruñó Udjahorresne–. Por esta ola de saqueos, ya es muy difícil convencerlos de asegurar nuestras tumbas; pero al menos podrían resarcir el importe de los robos en las que ya estaban aseguradas. Bueno, ven conmigo, Hor, y tomaré los datos de la tumba para hablar yo con ellos, pero permite que atienda primero a esta encantadora muchachita.
Las flotantes vestiduras de Udjahorresne le permitían disimular maravillosamente la erección que lo asaltaba desde que se le había acercado la encantadora muchachita en cuestión. No quería ser un viejo verde, y encima estaba la ética comercial; pero en fin, él era hombre también, y no podía evitar estas cosas. Por otra parte, sin mirar la entrepierna de Hor sabía que él tenía el mismo problema. Era difícil no tenerlo con una muchacha tan infernalmente hermosa como Cinta. Sin embargo, lo lógico era que ésta tuviese más ojos para Tutmosis, el joven asistente de Udjahorresne al que éste había dejado a cargo de atender el puesto hacia el cual avanzaba ahora seguido por la chica y Hor. Tutmosis, disimuladamente, se comía con los ojos a Cinta. Ninguna novedad, por supuesto: a la mitad de los hombres de Tipûmbue debía ocurrirles lo mismo.
—¿Te enteraste de la alerta?: la Policía restringirá todo ingreso y egreso de la ciudad hasta nuevo aviso–dijo Hor–. Parece que hay algún peligro en el bosque.
—Sí, sí, me enteré. Primero tuve la esperanza de que hubiera estallado un brote de peste: imagina qué oportunidad para hacer negocios... Tutmosis, muéstrale a Cinta ese kohl nuevo que ha llegado–dijo Udjahorresne a su asistente.
¡Kohl! , exclamó Tutmosis para sus adentros, con la boca haciéndose agua cada vez que miraba de reojo a la chica. ¿Para qué quieres maquillaje? ¡Si eres linda como una mañana de primavera! ¡Eres tan hermosa que encandilas con tu belleza e inflamas mi corazón, y nunca me atreveré a confesártelo!...
Asombraba a Udjahorresne la aparente indiferencia de Cinta hacia Tutmosis, que era bastante guapo. De hecho, en parte por eso lo había contratado para ayudarlo: el muchacho era un buen cebo para atraer clientes de ambos sexos. Udjahorresne mayoritariamente se dedicaba al negocio de pompas fúnebres egipcias, las cuales interesaban casi en exclusiva a compatriotas emigrados suyos, pero otros productos de su país eran muy estimados en todo el mundo, el kohl entre ellos. Sin embargo, la crisis económica en que el rey Irkham el Magnífico había sumido a Largen hacía que muchos vacilaran a la hora de comprar. El atractivo sexual de Tutmosis era un buen aliciente para que la clientela al menos se acercara al puesto; persuadirlos de gastar era ya otro tema.
Pero allí estaba Cinta, incapaz, al parecer, de sucumbir al atractivo sexual de Tutmosis o de cualquier otro muchacho o muchacha, más concentrada en encontrar el kohl que quería. Y el bobo de Tutmosis no hacía más que mirarla con cara de pánfilo, en vez de decirle algo.
Bueno, nada más puedo hacer yo , decidió Udjahorresne. Algún afecto sentía por Tutmosis aunque éste lo detestara, y hubiera querido ayudarlo en sus amores. Pero consejos para seducir no podía darle, porque él mismo no era seductor, y si de algo estaba enamorado, era del dinero. Demasiado, quizás. En parte por eso mismo le provocaba repugnancia a Tutmosis, aunque éste creyera, ingenuamente, que su jefe no se daba cuenta.
—Pero si hubiera peste, podrías convertirte en tu propio cliente–señaló Hor.
—¡Pues qué magnífica publicidad para el negocio!–respondió Udjahorresne, con sonrisa lúgubre–. ¿Qué mejor recomendación que yo mismo usando mis productos funerarios?... Pero luego el vocero de la Policía previno contra una mujer peligrosísima que tiene orden de captura. Mi suegra , pensé–compuso una sonrisa aún más tétrica y feroz que la anterior–. Pero no: es una cipangueña a quien buscan, una tal... bueno, no recuerdo el nombre. Dicen que es peligrosísima, pero no aclararon por qué. Sea como sea, sospecho que ella es la amenaza que nos quieren esconder.
Читать дальше