–¡No te creo! –gritó el director–. ¡Creo que tu ausencia no se debe a un asunto de religión sino a la pereza! Recuerda: es tu responsabilidad asistir a clases. No seas perezosa. Puedes retirarte.
Shahine inclinaba su cabeza respetuosamente y volvía a la clase.
El lunes siguiente, había otra nota en su escritorio y era llamada a la oficina del director otra vez. Esto sucedía semana tras semana hasta que se convirtió en una especie de ritual. Shahine explicaba que había estado en la iglesia, y el director la llamaba perezosa, estúpida y tonta por no asistir a clases.
Un lunes, el director le preguntó:
–¿Puedo escribirte una nota para que tu pastor la firme, absolviéndote de asistir a la iglesia para que puedas asistir a clases?
Shahine contestó:
–Usted no entiende. No se trata de que el pastor me obligue a asistir a la iglesia. Es la enseñanza de la Biblia. Dios quiere que santifiquemos ese día y lo pasemos con él. El pastor no puede eximirme de asistir a la iglesia.
Otro lunes, cuando Shahine entró en la oficina del director, lo encontró sentado detrás de su escritorio con una gran sonrisa en su rostro.
–Nunca adivinarás lo que descubrí esta semana: ¡Me enteré de que el hijo del anciano de tu iglesia asiste a clases los sábados! ¿Por qué tú no puedes hacerlo?
Sorprendida por esta pregunta, Shahine suspiró profundamente. ¿Qué podía decir? Las elecciones del anciano y su hijo le dificultaban las cosas. Inspirando profundamente, contestó:
–No puedo hablar por el anciano de iglesia o por su hijo, por lo que hagan o dejen de hacer. Lo que puedo decir es que tengo que seguir a mi propia conciencia y hacer lo que dice la Biblia. No puedo seguir a otras personas.
El director explotó.
–¡Eres una niña muy tonta!
Durante el resto de la semana, Shahine no se sintió muy feliz, pero el exabrupto del director no alteró sus creencias.
Cuando llegó el siguiente lunes, el director pidió hablar con sus padres. Luego de clases, Shahine le contó a su padre sobre el problema y le preguntó:
–¿Le pido a mamá que vaya?
–No –contestó su padre–. Yo iré a hablar con el director en tu favor.
–¡Gracias! –exclamó Shahine, pensando que sería bueno que su padre armenio explicara sus creencias adventistas.
Al día siguiente, el padre de Shahine fue a la escuela con ella y visitó la oficina del director, y le explicó lo que su esposa y su hija creían.
Finalmente, se aproximaba el día de la graduación. En Turquía, los oficiales de Gobierno redactan el examen final y determinan la fecha en que será administrado. Todos los alumnos deben aprobar el examen del Gobierno para graduarse de la escuela secundaria. Sabiendo que el examen podía administrarse en cualquier día de la semana, Shahine estaba embargada por el temor. Examinaba cuidadosamente el tablero de anuncios donde se exhibiría la información sobre el examen del Gobierno, con la esperanza de que no fuera programado para un sábado.
Para su desilusión, descubrió que el examen estaba programado para un sábado.
Eso significaba que no podría graduarse ese año. Se sentía descorazonada, y se consolaba repitiéndose a sí misma que siempre era posible repetir su último año y esperar que los exámenes fueran programados para otro día de la semana al año siguiente. Pero esto era de poco consuelo, así que trató de no pensar más en ello.
El viernes anterior a su examen final, el director la llamó a su oficina y le dijo:
–Tu examen está programado para mañana.
–Lo sé –contestó Shahine.
–Tú sabes que si quieres graduarte debes dar el examen.
–Lo sé –contestó Shahine.
Tenía un nudo en la garganta mientras pensaba en lo que diría el director a continuación.
–Shahine, ¡definitivamente tienes que realizar este examen! ¡Te lo ordeno!
–No asistiré al examen –logró contestar Shahine–. Estaré en la iglesia.
–Sabía que dirías eso –contestó el director–. Dime, Shahine –la miró a los ojos–, ¿quieres graduarte?
–Significa mucho para mí. ¡Quiero tanto graduarme! –ella exclamó.
–Eso es lo que pensé –dijo el director–. Puedo hacer un arreglo contigo. Sería un arreglo secreto permitiéndote tomar el examen, y nadie necesita saber al respecto.
–No quiero hacer compromisos –explicó Shahine–. No tomaré el examen. Ni siquiera en secreto.
–Tú sabes que eso significa que no te graduarás.
El director no podía creerlo.
–Aun así no tomaré el examen, aunque signifique que no pueda graduarme.
Por fuera Shahine sonaba audaz, pero por dentro estaba descorazonada.
Esa noche fue a su casa sintiéndose muy mal. No pudo comer o tomar parte en ninguna de las actividades familiares normales. Mientras la familia celebraba el culto del viernes de noche, ella estaba sentada allí pero no estuvo muy concentrada. Solamente se sintió un poco mejor cuando fue a su habitación a fin de alistarse para ir a la cama. Mientras trataba de dormir, un texto bíblico vino a su mente: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Rom. 8:28).
Ella pensó: no puedo entender cómo puede aplicarse a mí esta promesa de la Biblia. ¡Perderé mi examen mañana y no me graduaré! ¿Cómo me puede ayudar esto para bien porque amo a Dios?
Al día siguiente asistió a la iglesia, pero apenas escuchó lo que se dijo.
–Oye –alguien susurró tocándole el hombro.
Con una expresión distante en su rostro, Shahine se dio vuelta para ver qué querían y asintió levemente.
–Hay alguien allí atrás que quiere hablar contigo –susurró el miembro de iglesia.
Estirando su cuello, Shahine miró a los miembros de iglesia sentados detrás de él y advirtió a una niña con el uniforme de la escuela.
–¿Por qué no vas a ver qué quiere? –susurró el miembro de iglesia, mirando a la niña.
Intrigada, Shahine se preguntó quién querría hablar con ella en ese momento. Educadamente, Shahine se levantó de su asiento y silenciosamente salió en puntas de pie.
Para su sorpresa, era una de sus compañeras de clase. Shahine le preguntó:
–¿Qué estás haciendo aquí? ¿No deberías estar rindiendo el examen?
–Sí –contestó la niña–. ¿Qué estás haciendo tú aquí? También deberías estar dando el examen.
Shahine le dijo:
–No rendiré el examen porque es sábado.
–¿Te olvidaste de que el director hizo un arreglo secreto? Puedes venir conmigo y yo te llevaré al lugar donde puedes hacer el examen en secreto. Cuando termines, te traeré de vuelta antes de que termine el culto. Nadie lo sabrá.
Shahine pensó para sí: Conque nadie lo sabrá, ¿eh? ¿Es cierto? Veamos –caviló para sí–. El director lo sabrá y tú lo sabrás. ¿A cuántas personas se lo dirás? Yo lo sabré y Dios lo sabrá. Esto significa que cuatro personas lo sabremos como mínimo .
Mirando a su compañera a los ojos le dijo:
–No deberías haber venido. No rendiré el examen hoy. Soy consciente de que esto me hará perder el año. Pero no rendiré un examen en sábado. Parafraseando a la reina Ester: si esto significa que no puedo graduarme, ¡entonces no me graduaré!
Con esto, su compañera se fue y Shahine volvió a su asiento en la iglesia.
Si antes de que viniera su compañera era difícil escuchar lo que se decía, ahora era absolutamente imposible. Solo lograba preocuparse porque no se graduaría. Un versículo vino a su encuentro: “A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”, pero trató de sacárselo de su mente. Mientras el pastor predicaba, Shahine razonaba para sí misma: Todas las cosas incluyen los exámenes, y esto no está funcionando con esta persona que ama a Dios (si no lo amara, no estaría intentando pasar tiempo con él en su santo templo). ¡Estoy reprobando un examen! Ciertamente no todas las cosas me ayudan a bien a mí, que amo a Dios. ¿Por qué no puedo sacarme este texto de la cabeza? ¿Hay uno mejor?
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