Stanley Maxwell - Este ser el día del Gran Dios y otros relatos Impresionantes sobre el sábado

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"Este ser el día del Gran Dios" es una colección de relatos notables y verídicos sobre la fidelidad de Dios para con quienes honran su santo día. Estas historias te llevarán desde el desierto de Kalahari hasta frías y solitarias celdas de prisiones; de guerras tribales en Ruanda, hasta barracas militares en la Guayana Francesa; de aulas de clases hasta salas familiares, siempre recordándote que Dios bendice a quienes deciden seguirlo.

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Si bien estaban agradecidos de haberse librado de la turba, Salomón y su esposa no se sentían seguros. Muchos de los miembros de la milicia también odian a los tutsis. Estos soldados ¿habrián venido a traer paz o a causar más problemas?

Uno de los soldados, que parecía ser el líder, miró a su alrededor en la casa saqueada y vio un cuadro todavía colgado en su lugar en la pared. Quizás era lo único que quedaba en la casa luego de haber pasado la turba. Era un cuadro de Jesús. Sobre la cara de Cristo estaban escritas las palabras “Adventista del Séptimo Día”. Volviéndose a Salomón, el soldado preguntó:

–¿Eres cristiano?

De alguna manera Salomón se sintió impulsado a contestar, y mirando al soldado a los ojos le dijo:

–Sí.

–Entonces, no te preocupes –dijo el soldado–. No te mataremos. No queremos la sangre de un cristiano en nuestras manos, ¿verdad?

Se volvió a los otros cinco, quienes asintieron inmediatamente.

El sudor se deslizaba por las espaldas de la pareja de tutsis a medida que el alivio inundaba sus almas.

–¿Hay algo que podamos hacer por ustedes? –preguntó el líder de los soldados–. No es seguro aquí.

La pareja asintió.

–¿Dónde les gustaría que los llevemos?

–Hay una iglesia adventista a unos quinientos metros de nuestra casa –dijo Salomón–. ¿Pueden llevarnos hasta allí? Es sábado, así que deben estar teniendo el culto.

–¿Con tanta violencia alrededor? –preguntó el soldado dudando–. ¿Piensan que alguien estará en la iglesia?

–Quizá no –Salomón se mordió los labios–. Es difícil decirlo teniendo en cuenta las circunstancias actuales. Pero el pastor estará allí.

–¿Están seguros de que estarán a salvo?

–El pastor es hutu –admitió Salomón–, pero es un buen hombre. Sé que quiere ayudar a los tutsis. Confío en él.

Los militares estuvieron de acuerdo. Los seis rodearon a la pareja como guardaespaldas y los escoltaron hasta la iglesia. Cuando llegaron, los soldados llamaron a la puerta. El pastor hutu abrió una rendija cautelosamente, reconoció a la pareja tutsi en medio de los guardias y abrió la puerta de par en par.

–¡Bienvenido y feliz sábado, Salomón! ¿En qué te puedo ayudar? Tu esposa ¿está bien?

Salomón le contó acerca de la turba que había saqueado su casa y había amenazado sus vidas.

–No creo que estemos seguros en casa –dijo–. ¿Podemos quedarnos en la iglesia?

–Por supuesto, pasen.

El pastor sonrió mientras entraban. Salomón se volvió y agradeció a los soldados, que luego de haberlos dejado a salvo se marcharon.

–Estamos escondiendo tutsis detrás del bautisterio –dijo el pastor hutu en un susurro mientras guiaba a la pareja por el pasillo–. El lugar está un poquito abarrotado, como pueden imaginarse, pero pueden quedarse mientras estén a salvo.

Salomón y su esposa se escondieron junto con los otros tutsis por un tiempo. El pastor hutu nunca los delató.

Un día, el pastor se dirigió al escondite y anunció sombríamente:

–Me temo que el santuario de la iglesia ya no es seguro... Tendrán que irse. Pero no se preocupen –sonrió con gracia–. Hice arreglos para ustedes.

El pastor hutu transfirió a los tutsis en secreto a un hotel. Salomón y su esposa fueron ubicados en la habitación 109, donde permanecieron durante varios días mientras había violencia afuera. Entonces, para su consternación, escucharon el temible sonido de una turba hutu que ingresaba al hotel. Los hutus entraron a la fuerza en cada habitación buscando tutsis. Mientras se acercaban, la pareja permanecía en su habitación con la puerta trabada; sabían que si abrían la puerta y corrían tratando de escapar llamarían la atención. Sería peor para ellos afuera.

El caos llegó a la habitación 105, aterrorizando a los tutsis que estaban adentro. Salomón y su esposa resistieron el impulso de contestar a los pedidos de auxilio y los gritos de sus vecinos. Se acurrucaron en una esquina, sabiendo que pronto, luego de que se forzaran cuatro puertas más, sería su turno de morir.

Repentinamente, llegó la milicia y ordenó a la turba que se retirara. La turba obedeció. Otra vez Salomón y su esposa habían salvado su vida.

Finalmente, luego de la intervención externa de los franceses, cesaron las hostilidades, y Salomón y su esposa volvieron a su hogar y a asistir al templo. En una reunión de la iglesia, se enteraron de que los hutus, algunos de ellos adventistas, habían matado a 56 pastores adventistas tutsis. Cada uno de esos pastores había pastoreado a doscientos miembros de Ruanda. En ese momento, Salomón sintió que debía ser un ministro. Si tan solo pudiera ir a los Estados Unidos a estudiar en el seminario teológico y luego regresar a Ruanda... Entonces podía ayudar a reemplazar a alguno de los pastores asesinados en la matanza.

Al pasar el tiempo, se vio que Dios había sido bueno con Salomón y su familia. A pesar de la caída desde el ático, el embarazo de su esposa llegó a término y dio a luz a un hermoso varoncito. Luego Salomón y su familia fueron aceptados como estudiantes en la Universidad de Andrews, y Estados Unidos les concedió asilo político. Esto les permitió conseguir visas de trabajo y así pudieron enviar a su hijo a la Escuela Primaria Ruth Murdoch.

Mirando hacia atrás, Salomón está seguro de que Dios salvó a su familia por lo menos tres veces en Ruanda. Cada mañana Salomón recuerda que él, su esposa y su hijo son milagros vivientes... y todo comenzó con un cuadro de Jesús en la pared de su dormitorio.

Capítulo 4

El examen en sábado de Shahine

Shahine nació en Estambul más o menos en la época en la que Turquía se - фото 6

Shahine nació en Estambul más o menos en la época en la que Turquía se convirtió en un país. Su madre fue una de las primeras adventistas del séptimo día en lo que una vez fue el Imperio Otomano. Su padre no era adventista: era un cristiano armenio. Los armenios son una minoría cristiana en una región musulmana del mundo. Su padre apoyaba las creencias de su esposa y permitía que Shahine fuera educada como una cristiana adventista.

Cuando Shahine fue a la escuela, debía asistir a clases seis días a la semana: de lunes a sábados. Pero los sábados Shahine quería adorar a Dios como él había enseñado a hacer a su pueblo en la Biblia. Por lo tanto, no asistía a clases los sábados, sino que iba a la iglesia y celebraba las maravillas que Dios había hecho por su pueblo.

Cada lunes, cuando volvía a la escuela, había una nota esperándola en su escritorio diciendo que el director quería hablar con ella.

Como ella tenía una idea bastante clara de por qué quería verla el director, no tenía muchos deseos de hablar con él. Pero, por respeto a su cargo, iba a su oficina de todas maneras. Luego de llamar a la puerta, el director le abría y la hacía pasar. Se sentaba en su escritorio mientras Shahine permanecía de pie cortésmente esperando que él hablara, temiendo lo que escucharía.

–¿Por qué no viniste a la escuela el sábado? –preguntaba el director.

Ella le explicaba sus creencias como adventista del séptimo día, diciéndole que su religión cumplía las enseñanzas tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento.

–Esto significa que reposo el sábado y me uno a los otros creyentes para adorar como Dios instruyó en el cuarto Mandamiento y a través del ejemplo de Jesús. Soy una adventista del séptimo día, así que adoro en sábado, no en domingo como la mayoría de los otros cristianos. El sábado es un día sagrado. Esto significa que el sábado asisto a la iglesia y no realizó ningún trabajo ni estudio –sonreía Shahine.

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