—Hija, no te esperaba ahora —dijo Ithiredel algo sorprendida al verla allí.
—¿Qué se supone que es esto? —Elira enseñó la esfera a su madre—. ¿Qué he de hacer con ello?
—¿Qué has de hacer con un regalo que te ha concedido la Madre Naturaleza? Nadie ha recibido uno antes; no puedo darte una respuesta, hija.
—¿La Madre Naturaleza? Dime, madre, ¿es cierto que has hablado con ella y te ha dicho que iba a ser la nueva jefa de Feherdal? —Elira no dejó responder a su madre—. ¿O has sido tú quien ha tenido la idea de sugerirlo? ¡Jamás se había visto a un elfo moverse al estar en el Mutualismo!
—¡Basta! —gritó enfadada Ithiredel—. Debes asumir tu papel en esta comunidad, Elira.
—¿Mi papel? ¿Te has preguntado el papel que quisiera tener yo? ¡Sigues obcecada con la reclusión! Hoy mismo lo has dicho: gozamos de la paz desde que cortamos los lazos con el exterior.
—¡Y así ha sido, y seguirá siéndolo! Las alianzas con las demás razas solo nos han traído desgracias, no podemos permitir que los errores de otros sigan arrastrándonos.
—¡Ediron podría estar ardiendo fuera de nuestro bosque y no lo sabríamos! No tenemos ninguna relación con el exterior para estar informados y poder prepararnos y defendernos.
—¡La última vez que nos tuvimos que defender fue contra dragones! —Ithiredel había aumentado el volumen y se estaba poniendo roja. Avanzaba hacia Elira—. La batalla de los Cien Dragones no se libró solo en Aivorith. ¡Feherdal también sufrió el azote de esa lucha!
—¡Precisamente desde que desaparecieron los dragones, los elfos, los humanos y los enanos somos las últimas criaturas que mantenemos la mayor parte de magia de Ediron! Deberíamos estar uniéndonos. Y quiero que ese sea mi rol. Madre, abramos vías de comunicación, déjame hacer contactos con los pueblos vecinos al bosque.
—¡Jamás!
Ithiredel parecía que echaba humo. Elira sentía verdadero miedo en este momento, pero sabía que no podía ceder, necesitaba hacer ver a su madre que los canales del pasado habían muerto y Feherdal necesitaba expandirse. Así que continuó:
—¡Entonces nos extinguiremos en este bosque sin que nadie de Ediron sepa de nuestra existencia! Feherdal no puede sostenerse por sí mismo, y sabes muy bien de lo que hablo. Cada vez que hay una crisis, contactas en secreto con los demás jefes de clanes.
—¡Los asuntos con los demás clanes no te conciernen por el momento! ¡Ahora obedecerás a tu madre y señora del clan Feherdal! ¡Olvídate de las razas del exterior, y centra tu atención y lealtad en las vidas de tu clan!
—¿Las vidas de mi clan? ¡Están condenadas a desaparecer! ¡Feherdal crecería si estuviéramos comerciando, pero tu mandato nos está llevando al declive!
Elira tuvo que agarrar fuerte la esfera de su mano pues la bofetada que recibió de Ithiredel la desequilibró. Cuando recuperó el equilibro pudo ver en los ojos de su madre el arrepentimiento de lo que había hecho, pero no dio la oportunidad de que pudiera decir nada. Elira salió corriendo de la sala y bajó las escaleras que la llevaban a tierra firme. Sus piernas corrían solas sin una dirección concreta, mientras que la mente de Elira seguía puesta en la discusión que acababa de tener.
La elfa conocía que Ithiredel había llegado al cargo de jefa del clan tras la derrota y aniquilación de los dragones. Sabía también que algo que sucedió hizo que cerrara cualquier comunicación con el exterior, aunque nunca había sabido qué era. Elira era muy pequeña cuando ocurrió. Pero ahora en el más de medio siglo de vida de Elira, había visto como los recursos de Feherdal escaseaban cada vez más; dependían totalmente del Mutualismo para conseguir algo tan simple como una herramienta. Pero su madre estaba cegada a esto.
Elira se detuvo de golpe, y respirando agitadamente para recuperar el aliento, miró a su alrededor. Ya no se encontraba en el clan si no en las afueras, en algún lugar del bosque. No se había dado cuenta del momento en que había abandonado los límites del clan.
Aún sintiendo enfado en su interior, Elira se sentó en la fresca hierba. Sostuvo la esfera con sus dos manos, entre las piernas, mientras la observaba de nuevo. La superficie era totalmente lisa, no había ningún tipo de muesca o rugosidad. Mediante el tacto, podía notar esa sensación que no sabía describir. Por más que se concentraba en la esfera, no era capaz de encontrarle sentido a la sensación que emanaba de ella. De pronto, apartó los ojos del objeto que tenía entre las manos: se le había ocurrido una idea.
Cuando los elfos del bosque utilizan el Mutualismo se conectan a todos los seres vivos que tienen relación con la Madre Naturaleza, por lo que el utilizar esta conexión en el bosque, el elfo es capaz de sentir cualquier animal, insecto, o planta. Elira cerró los ojos, relajó los hombros, y espiró. La conexión vino al momento.
Todo a su alrededor parecía palpitar, rebosante de vida y de movimiento. Los colores naturales habían desaparecido y en su lugar había luces de más o menos intensidad, de un tono azulado. Estas luces denotaban la ubicación de cada ser vivo del bosque. Ella podía sentir tanto la ardilla que enterraba su bellota como las hormigas que llevaban comida. También entraba en contacto con los miles de árboles del bosque, viendo como su luz fluía desde la más pequeña de las hojas, pasando por los robustos troncos, y llegando a las largas raíces. En el Mutualismo todos eran uno; se entendían sin necesidad de hablar u otra manera de comunicación. El árbol entendía que debía dar la bellota a la ardilla para que pudiera alimentarse. También entendía que debía dar refugio a las hormigas entre sus raíces. La interacción entre los seres era única, beneficiándose mutuamente.
Gracias a esta conexión, Elira podía interactuar con todos los seres vivientes vinculados a la Madre Naturaleza. Podía penetrar en la luz de la ardilla y experimentar lo que el animal sentía. Podía entrar en contacto con un árbol y pedirle que creara una cuchara de madera. La petición de creación podía no funcionar. Los elfos del bosque creían que estaba sujeta a decisión de la Madre Naturaleza, quien juzgaba a quien hacía la petición.
Elira intentó organizar todas las vidas que había a su alrededor para así aislar la esfera que tenía en sus manos. Pero no sirvió de nada, la esfera no mostraba ningún tipo de luz con la que pudiera interactuar.
Un elfo del bosque podía estar en el Mutualismo hasta que su cuerpo físico aguantara. No podían cortar a voluntad la conexión, si no que debían pedir a la Madre Naturaleza permiso para volver a sus cuerpos. Sin embargo, Elira no quería pedir volver a su cuerpo. Se quería quedar allí y olvidar, fusionarse mentalmente con el bosque y ser uno con ellos, evitando así enfrentarse de nuevo a los problemas. Le parecía más sencillo ocultar bellotas que enfrentarse de nuevo a su madre.
Elira siguió a la ardilla mientras esta iba danzando por el bosque. Cada vez se alejaba más de su cuerpo, pudiendo notar su propia luz iluminando un pequeño claro. La ardilla iba saltando entre algunas ramas caídas, parando a veces y poniéndose sobre sus dos patas traseras, olisqueando. Elira sabía que la notaba, pero la ardilla era sabedora de que Elira no le haría daño. Así que, cuando la elfa notó el miedo en la ardilla, se preocupó. El animal notaba una amenaza, y como él, otros. Podía ver luces en el cielo aleteando, mientras volaban en dirección contraria hacia donde iba la ardilla inicialmente.
La joven dejó a su amigo roedor, que ya había empezado a correr en la dirección en que había venido, y se elevó hasta los pájaros que huían juntos. Gracias a ellos lo pudo ver: ¡humo! Parecía que venía de Feherdal. Rápidamente, Elira volvió hacia su cuerpo y pidió a la Madre Naturaleza que cortara la conexión.
Читать дальше