Muchos otros se atrevieron a relatar poesías o enseñar diferentes piezas que habían hecho ellos mismos. El espíritu de la noche seguía imperturbable hasta que Ithiredel, la jefa del clan Feherdal, se dispuso a hablar. Todo el mundo guardó silencio, atento a sus palabras. En cada ciclo el cabeza de un clan élfico debía dirigirse a su gente, así como a la Madre Naturaleza.
Ithiredel orientó su postura hacia el río Nira y dejó a su espalda las calmadas aguas, para mirar a todos los habitantes de Feherdal, quienes aguardaban expectantes. Su mirada estuvo un segundo más en los ojos de su hija Elira. La madre imponía esa noche, alta como era ella. Vestía una larga capa sobre sus hombros que caía hasta los pies y era arrastrada cada vez que andaba. La parte exterior estaba hecha de hojas, pero la interior tenía un color púrpura. Portaba la corona de madera en su cabeza y la pequeña joya tenía los matices anaranjados de las antorchas. En una mano llevaba un largo y nudoso cayado que acababa en un círculo con un vacío agujero en medio.
—Mi querido pueblo —empezó la jefa del clan—. De nuevo festejamos un fin de ciclo y dejamos paso al siguiente, en el cual nuestro amado bosque seguirá creciendo. Junto con todas las vidas que habitan en él seguiremos disfrutando de la paz que hay entre sus mágicos troncos. El Renacimiento de la Luna es algo muy preciado para nosotros; y esta vez ha ocurrido una cosa que jamás, en la historia de nuestro pueblo, había sucedido. Uno de nuestros miembros celebra el día de su nacimiento en el mismo día que celebramos la festividad de la Luna.
Ithiredel levantó una mano en dirección a Elira. Todo el pueblo seguía expectante de su jefa y se mantenían en silencio. Los más cercanos a la señalada dieron varias palmadas a su espalda, reconociendo las palabras de Ithiredel. La joven, con el rostro serio, miraba a los ojos de su madre.
—La Madre Naturaleza nos ha regalado este preciado momento que hemos festejado con comida y juegos —prosiguió Ithiredel—, pero es mi deber entender el porqué de este acontecimiento. Gracias a la conexión única innata de nuestra raza, el Mutualismo, he hablado con la Madre Naturaleza. Sus palabras siempre son confusas y llenas de energía, pero no he dudado al entender que mi hija, Elira, será pronto la persona indicada para llevar el título de jefa de clan.
Ithiredel esbozó una sonrisa. Algunos miembros del clan aplaudían, otros vitoreaban. Elira frunció los labios y un atisbo de furia se reflejó en sus ojos.
—Pero hasta que ese orgulloso momento ocurra, debemos seguir trabajando para mantener nuestro clan vivo y sano. Hemos conseguido sobrevivir sin ayuda de otros clanes, e incluso de las razas que habitan fuera de nuestro bosque, y desde que cortamos esos lazos gozamos de paz. Debemos seguir plantando nuestras raíces en esta tierra y junto a todos los seres vivientes que habitamos el bosque, ser uno con todos para protegerlo. Antes de dar por finalizado este Renacimiento de la Luna y empezar el nuevo ciclo hasta el siguiente, la Madre Naturaleza hablará a través de mí, ya que desea hacer un regalo a Elira.
En el momento en que acabó de hablar, Ithiredel se giró de cara al río Nira y cerró los ojos, entrando en el Mutualismo. Dado que un elfo del bosque no podía moverse una vez entraba en este estado, se quedó allí de pie durante un rato. Los minutos pasaban sin que se percibiera ningún cambio y algunos miembros del clan empezaron a cuchichear. Pero poco duraron los murmullos, pues, para sorpresa de todos, Ithiredel estaba moviendo una pierna; dando un paso hacia el río. Todos, incluyendo Elira, se sorprendiendo: «¡Se está moviendo aun estando en el Mutualismo!». «¿Cómo es eso posible?», comentaban muchos. Elira tampoco daba crédito a lo que estaba presenciando.
El movimiento era lento, pero poco a poco la pierna iba hacia su destino, y justo cuando iba a tocar la superficie del agua, una raíz emergió del río. La nudosa raíz envolvió suavemente la pierna de Ithiredel. Mientras lo hacía, la jefa del clan ya estaba moviendo la otra pierna. La madre de Elira seguía con los ojos cerrados, dentro del trance.
Una vez Ithiredel tenía raíces que salían del agua en ambas piernas, estas la llevaron a varios metros de la orilla y la giraron, enseñando su cara hacia los demás elfos. Después, una tercera raíz emergió del agua y se cogió a la base del cayado dejándolo perfectamente anclado. Ithiredel, entonces, con mucho esfuerzo y lentitud, soltó el cayado y dejó caer sus brazos.
Elira tenía a su imponente madre enfrente de ella, flotando sobre el río Nira. El cayado estaba totalmente quieto, no se apreciaba ningún movimiento. Lo único que se movía era la luna, que quedaba a espaldas de Ithiredel. Poco a poco, el astro iba completando su ciclo hasta que quedó encima de la cabeza de la madre de Elira, quedando perfectamente alineada con ella y el cayado. Entonces el cayado vibró, y de la parte superior redonda que tenía empezaron a aparecer pequeños destellos de luz que poco a poco iban juntándose entre ellos hasta que un rayo de luna totalmente blanco salió disparado del cayado e impactó en el río, en un punto muy cercano a la orilla.
Todo el mundo estaba atento a lo que sucedía, a la vez que muchos mostraban caras de incredulidad y de no entender nada. Cuando el cayado empezó a emitir los destellos, muchos evocaron algunos sonidos de sorpresa hasta que el rayo del cayado volvió a hacerlos enmudecer.
Elira, con la sensación de que alguien movía su cuerpo por ella, empezó a avanzar en dirección a su madre. Cada paso que daba era casi involuntario. Miró a su madre y esta seguía con los brazos bajados y los ojos cerrados. En el tiempo que se hizo una eternidad para Elira, esta llegó al borde del río y miró hacia las aguas. A poca distancia de la orilla había aparecido un remolino, creando un vacío exento de agua. En su interior podía apreciarse un pequeño objeto. Elira alargó un brazo y lo introdujo en el agujero. Pronto sus dedos se cerraron en el objeto, que tenía forma esférica. En el momento en que Elira sacó el objeto del río, el torbellino desapareció y el agua volvió a fluir con su curso natural.
Elira observó ahora el objeto con más detenimiento. Era un fragmento esférico de roca, de un tamaño perfecto para su mano. Su contorno era totalmente liso, aunque Elira podía notar algo en dicha esfera. No podía describir el qué, pero sabía que no era una ordinaria roca sin vida. La esfera era oscura, con ribetes verdes y blancos en su interior. A Elira le parecía ver que a veces estos ribetes se movían o desaparecían para reaparecer más tarde.
Ithiredel se encontraba ya al lado de Elira, sacándola de sus pensamientos.
—Atesora este regalo de nuestra querida Madre Naturaleza, hija.
Los miembros del clan gritaban eufóricos, celebrando el acontecimiento que acababan de presenciar. Mientras Elira seguía en la orilla, algunos habitantes se acercaron para contemplar ese extraño regalo. Elira no contestaba a ninguno de los comentarios que le hacían. Y poco a poco todos los participantes de la fiesta se fueron dispersando, cada uno a sus hogares.
El Renacimiento de la Luna había acabado, y un nuevo ciclo empezaba. No obstante, para Elira la noche no había llegado a su fin. Cortando el contacto visual con el objeto de su mano, buscó a su madre, pero no la encontró. Así que se dirigió a la casa de Ithiredel.
El hogar de la jefa del clan constaba de dos habitáculos, uno encima del otro unidos por una escalera exterior que se curvaba a medida que ascendía. El inferior era una única gran sala, destinada a recibir a los miembros del clan para cualquier tema que pudieran traer. En la parte superior era donde se encontraban los aposentos de la jefa.
Elira la encontró en la sala, dejando el cayado y quitándose la gran capa. A su alrededor había varias estanterías rebosantes de antiguos libros sobre la historia de Feherdal, Ediron, los elfos del bosque, y todas las otras razas conocidas. También había libros de contabilidad o registros del día a día del clan. Una gran silla se escondía tras un escritorio, y algunas sillas estaban ahora apartadas a un lado, pues se utilizaban para audiencias o reuniones.
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